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Cada día, Señor, es un regalo.
Un don divino de tu mano “humana”.
 
La que dio luz a tantos ojos ciegos,
cuando su noche oscura iluminaba.
La que dio savia nueva a los tullidos
y acarició la arena de la playa.

La que partía el pan. La que una tarde
quedó inmóvil, sangrienta y enclavada.

 
La que volvió a nosotros de la muerte,
para cambiar la angustia en esperanza,
y a Tomás enraizó su fe dudosa,
cuando “tocó” la palma taladrada…
La que siento en mis hombros cada día:
¡el dulce peso de tu mano “humana”!
Cada día, Señor, ya es un regalo:
un regalo a mi vida y a mi alma.

En mi tierra se va muriendo el sol
y en mi espíritu nace la alborada.
Quiero ya estar un poco “al otro lado”;
sin cadenas, con fe, sin añoranzas…

 Lo que viví fue hermoso.. Hazme sentir
que será mucho más lo que me aguarda.
Hay que dejar…¿Dejar? Quiero olvidarme
de que existe siquiera esa palabra.
¿Dejar la vida? ¡No¡ ¡Encontrar la Vida!:
¡cambiar la noche oscura por el alba!
 
Cada día, Señor, ya es un regalo…
 
Por el río, hacia el mar, voy en mi barca.
No tengo remos, ni timón, ni vela:
tan solo la corriente es la que manda.
Nadie detiene el río, nadie puede
parar su ritmo, ni dormir sus aguas.
Es imposible pretender hacerlo;
como aire entre las manos, ¡se me escapa!
 
Lejana ya la fuente, cerca el mar:
cada vez más ayer, menos mañana.
Y tranquilo, sabiendo que Tú guías,
por el río -hacia el mar- voy en tu barca.
 
Cada día, Señor, ya es un regalo:
una paz expectante y sosegada…
 
¿Estoy en paz…contigo? No lo sé.
Conmigo, sí. Con fe y con esperanza
de que el amor inmenso que te tengo
encontrará el Amor con que me amas.
 
Qué importa nada si, al final, la muerte
es la vida de nuevo recobrada.
Si, al cerrarse, mis ojos ven tu luz
llenándome de soles la mirada.
 
Y si el “fin” es “principio”, ¡qué alegría
saber que aquello empieza si  esto acaba!

Cada día, Señor, Tú me renaces.
Cada hora, Señor, me la regalas…

 
¿Cuánta aceite, Señor, queda en mi alcuza?
¿Cuánta arena en la orilla de mi playa?
¿Cuánto brillo en mis ojos? ¿Cuánta luz?
¿Cuánto sol rojo, cuánta luna blanca…?
 
Pregunto y … no me importa la respuesta…
Es por hablar contigo…Las palabras
se quedan en el aire…Tú las oyes.
Es por hablar contigo: ¡alma con alma!
 
Te presiento más cerca, más amigo;
me estremece una dulce confianza.
Me siento desterrado del destierro,
mas dentro de tu amor, ¡y eso me basta!
 
Cada minuto más, ya es un regalo…
Tú eres mi luz, mi fin y mi esperanza.
Y por eso, feliz, hacia el encuentro,
por el río -hacia el mar- voy en tu barca…
 
En mi celda de San Pablo, 2 octubre de 1.987
 
P. Guervós