El soplo de DiosAunque siempre  estamos en tiempo de Resurrección es ahora, durante cincuenta días de Pascua, cuando hacemos fiesta de lo que vivimos cada día del año.

Son bellas, extraordinariamente bellas, las narraciones de los evangelios sobre las apariciones de  Jesús resucitado. Entresacamos algunas frases de una de ellas contada por  el evangelista San Juan.

“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos…

Jesús les dijo: “la paz con vosotros”…Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envió.

Dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”

(Jn. 20,19-23)

Exhaló su aliento:

Lo mismo que el viento llena todas las cosas de oxigeno y vida, así el hálito de la respiración  es la fuerza que sostiene y anima nuestro cuerpo. Sin el aliento del aire, nuestro ser corporal se hunde, pierde fuerzas, se ahoga.
El hombre no es dueño de ese viento, lo recibe y de él vive, y sin él muere. De manera semejante el alma de un creyente vive de otro viento, de otro soplo.

Cuando la figura del hombre estuvo lista y modelada en el barro de la tierra, Dios se acercó contento a contemplarlo. Entonces, en un gesto lleno de sentido y que se repetiría más veces en la historia de Dios con el  hombre,  el Señor le sopló su aliento en las narices.(Génesis 2,7) Y el hombre inició sus movimientos animado por un soplo divino vital.
Así, con imágenes tan bellas, nos muestra la Biblia a Dios comunicando la vida. Es el Espíritu de Dios, el Soplo de Dios, el Aliento de Dios, que llena el ser del hombre para comenzar su vida y para colmarlo con su amor. Desde entonces el soplo de Dios fijó su domicilio en el corazón de cada hombre.
Fue el primer día de la semana cuando Dios se puso a crear. Y fue otro primer día de la Semana (nuestro Domingo) cuando, después de la experiencia de la muerte, Dios hecho hombre, Jesucristo se aparece resucitado a los discípulos. Y cuenta el evangelio  que Jesús sopló sobre sus discípulos.

Este soplo de Jesús sobre los discípulos evoca el episodio del Génesis (2,7), donde se dice que Dios exhaló su aliento sobre Adán y éste comenzó a vivir.

Con Jesús resucitado nace un hombre nuevo. Aquí también se trata de una creación, una nueva vida, que es posible al hombre después de la resurrección. Este sería el primer día de la nueva creación. Empezaba así la era del Espíritu

Cristo resucitado y nueva creaciónCristo resucitado y nueva creación:

En un diálogo con Nicodemo, Jesús le dice: “El que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”  y ante la pregunta de Nicodemo, Jesús le explica: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”.( Jn. 3,3)

No olvidemos que agua es símbolo frecuente del Espíritu.

Pues, bien, La vida íntima de Jesús resucitado se comunica a los apóstoles por el soplo, viento, Espíritu.

Se puede decir que este fue el primer  Pentecostés.  Para cambiar a los discípulos desanimados, sin ánimo, sin aliento interior, no bastaba la sola presencia, las palabras, ni los consejos de Jesús; les hacía falta -como a nosotros actualmente muchas veces-una fuerza interior, una energía creadora.

El Señor resucitado regala a aquellos discípulos desorientados y encogidos un aire nuevo, un viento, hálito, que-desde dentro- los impulse y transforme. Ese Espíritu, como una nueva creación, los recrea, los transforma los cristifica, los diviniza.

La nueva comunidad recreada recibe también la fuerza  y misión de ser instrumentos para que el Espíritu  se comunique a toda la Iglesia de todos los tiempos.

El día primero de la semana, el día del sol, después del descanso del sábado, fue la resurrección de Jesucristo, y desde entonces ese día es el Día del sol, de una  primavera que no termina. Fue la efusión del Espíritu, un aliento que todo lo vivifica, lo reanima y lo fecunda. Es el soplo de la creación segunda.

Ya está Dios metido hasta los tuétanos del hombre recién nacido.

Vivimos del aliento divino:

Este aliento de Jesús llega también a nosotros, produciendo los mismos efectos que en los primeros discípulos. El aliento de Jesús llena toda la tierra.

Quien recibe este Espíritu no sólo se santifica, sino que es capaz de trabajar por un mundo nuevo. “Como el Padre me envió, así os envío  a vosotros”. ¿Para qué?  Para que,  llenos del soplo de Dios, del viento divino, pongamos en marcha las naves ancladas de tantas personas y tantas instituciones de este mundo. Para alentar sobre toda muerte y toda impureza.

Hay que dejarlo todo lleno de limpieza y hermosura. Hay que llenarlo todo del Espíritu de Jesús.

Se realiza, con la resurrección de Cristo, una nueva creación. Cristo aparece vivificado, con una vida incontenible, conquistada para sí y para todos los hombres, y la sopla sobre la Iglesia naciente.

El Espíritu une para siempre a todos los discípulos con su Maestro, con su Señor resucitado; reúne a todos entre sí e inaugura un mundo nuevo.

Este soplo, don del Espíritu es lo que hace realidad en el creyente y en la Iglesia lo que Jesús dice y da en esta aparición a los discípulos: la paz que es la síntesis de todos los bienes; la misión de anunciar la Buena Noticia; el mensaje del perdón y la reconciliación de los hombres con Dios, de la que los continuadores de Jesús quedan constituidos también intermediarios

Orar, recibir los sacramentos es recibir el EspírituOrar, recibir los sacramentos es recibir el Espíritu:

Un aliento nuevo cada día para  vivir y tener vida interior. Nosotros solos no podemos tener vida divina sin el soplo diario que se nos infunde a través de la oración y de los sacramentos. Así podemos comunicar entusiasmo y ganas de vivir; comunicar nuestros bienes con los que necesitan hasta lo más mínimo para vivir y comer; alentar y consolar a los que viven tristes  desanimados.(2ª Cor. 1,3-4)

Lo que respira la Iglesia, lo que respira cada creyente, que vive de verdad la nueva vida,  es el Espíritu de Jesús.

Nuestra situación fundamental de resucitados, nuestra fuerza y pasión de fe, nacen de  la boca y narices de nuestro espíritu abiertos  diariamente al soplo divino, que Jesús alienta sobre nosotros.