Somos caminantesHace unas semanas estuve en Vigo dando unas charlas sobre la oración. Fue una gozada. La vegetación, el mar, los barcos de un lado para otro, la gente paseándose por la playa…

A más de una persona escuché la experiencia de peregrinar a Santiago de Compostela en el Año Jacobeo. Hablaban de no llevar muchas cosas, expresaban el cansancio físico de las tortuosas veredas y atajos, las dificultades que se encuentran al salir de lo ordinario de la vida, la paz que se siente al saborear la naturaleza… Alguno señaló que en esos extensos momentos de estar solo era una ocasión privilegiada para encontrarse con Dios.

El camino ha estado muy presente en la Espiritualidad y en la oración. Santa Teresa escribe el “Camino de Perfección”, San Josemaría Escrivá también nos dejó en herencia “Camino”.  Sin olvidar el primero de todos: Jesús. Nos dice que él es el “camino, la verdad y la vida”.

Hay un camino que resulta muy interesante es la senda transitada que hacemos cada uno. Porque cada persona va trazando una ruta  con sus motivaciones, sus formas de ver la vida, sus maneras de actuar… Pero el creyente descubre que transita no en solitario sino con otro. Ese Otro es Jesús. Que bien expresa esta realidad un himno de la liturgia. Dice así:

Ando por mi camino, pasajero,
y a veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.

No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.

Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mi reposa.

Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama él), siento en su mano amiga,
que me ayuda, una llaga dolorosa.

¡Qué suerte tenemos los que creemos, los que hemos puesto nuestra confianza en el Señor! No sabemos lo que nos tiene preparado el futuro. Estamos amenazados de la enfermedad y el dolor, como todo hijo de vecino. No somos mejores que los que nos rodean, nosotros también estamos azotados por la debilidad y la limitación humana. Nos acecha el fracaso, nadie tiene un seguro para tener éxito…
Lo que sí podemos afirmar los creyentes es que sea como sea nuestro porvenir, esa etapa de la vida que nos queda por hacer, la recorreremos de mano del Señor. Esto no quita los dolores y sinsabores de vida, pero les da sentido, que es muy importante.

¡Qué bien viene recordar la experiencia del Salmista! Con la imagen del pastor va a expresar sus mejores sentimientos de confianza y seguridad en Dios:

“El Señor es mi pastor, nada mi falta:
En verdes praderas me hace recostar.
Me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mi fuerzas…
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan…
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término” (Salmo 22).

¡¡¡Buen camino!!!