“Estoy a la puerta y llamo” (Apoc. 3,20)Comenzamos un nuevo Adviento en nuestra vida de fe.

Esto significa una nueva llamada del Señor.

José y María llamaron a las puertas de Belén buscando un lugar para  colocar al Niño que iba a nacer. No hubo lugar y tuvo que nacer en un pesebre.

Hoy, en este Adviento llama  a las puertas de nuestro corazón.

¿Lo encontrará abierto, dispuesto a la escucha y al diálogo?

Es cierto que el Señor llama en cada momento de nuestra vida, pero en este tiempo  de Adviento reitera sus llamadas.

¡Qué maravilla poder creer y oír que Jesús  está llamando de verdad a nuestra puerta!

Quien llama es el Príncipe de la paz y llega del cielo. Por tanto, viene cargado de dones divinos y  gracias.

Quien se crea esta divina llamada, tendrá que  preparar con esmero la casa de su ser personal.

Adviento es, por esto, un tiempo para superar  los propios defectos, para embellecernos con  virtudes más brillantes, para vivir una fe más auténtica y comprometida, una vida plena de amor. En una palabra: una renovación y rejuvenecimiento de nuestra vida cristiana.

Posiblemente el Señor en su visita nos invite y, si le aceptamos, nos dará la fuerza- la gracia para vivir un poco más las siguientes virtudes:

-La Paz y la esperanza:

Una paz que  haga de nuestra existencia un estar reconciliado y pacifico interiormente y   unido a todos los hombres, especialmente con  una preocupación afectiva y efectiva por los que sufren, los que pasan hambre y necesidades.

Una esperanza, que  hace  concebir la vida con ilusión en medio de cualquier contrariedad, enfermedad  y tantos otros problemas.

Tiempo de vigilar-Fe y confianza:

Una fe como la de Abraham, como la de José, como la de María.

Que nos haga ver las cosas, las personas, los acontecimientos con unos ojos nuevos, una visión nueva de la realidad. Jesús se llamó a sí mismo la Luz del mundo y dio vista a muchos ciegos.

Una confianza para  sentir  cada día la mirada y los brazos providentes de Dios y que nos haga exclamar ante cualquier situación: “Padre, me pongo en tus manos…”

-Amor, mucho amor, más amor y docilidad :

Un amor que nos capacite para perdonar siempre, para compartir nuestra existencia y nuestros bienes, para servir desinteresadamente, para entregarnos. Que seamos hijos del Amor.

¡Ven, Amor!

Docilidad, la posibilidad de decir siempre al Señor: Sí, sí, hágase tu voluntad en mí. Que pueda rezar sinceramente el Padrenuestro.

Desde un Adviento vivido en profundidad religiosa, llegaremos a la Navidad; podremos celebrar que realmente Dios ha nacido en nosotros y ha entrado en nuestra casa.

Abriremos de par en par las puertas del alma, como dice el Apocalipsis  a  “Aquel que es, que era y que va a venir» “ (Apoc. 1,4; 44,8).

El que era: La Palabra por la cual fueron hechas todas las cosas, la Sabiduría que jugaba con Dios desde el principio, el Hijo predilecto,  el Cristo ungido y perfumado del Espíritu, el Dios Salvador, Jesús. Antes que Abraham existiera, él era. Antes que las estrellas brillaran, él era.

Antes que los ángeles se extasiaran, él era como el programa de todo lo que había de ser. Todo se haría según su imagen y modelo.

Por eso, a su luz nos miramos y por su luz caminamos y en su luz nos transformamos. El que es: El Dios con nosotros, el que está siempre con nosotros, el que vive, la vida, el que hace vivir.

Él es la razón de la existencia, el sentido de la historia, la meta de todas las aspiraciones.

El que viene: Él se acerca siempre, él se acerca más, él es profundidad inagotable, donación constante.

El viene cada día: para enriquecer a los suyos, para intimar con ellos, para celebrar la cena con ellos, para dar a conocer el misterio de su amor.

“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)

Jesucristo no cambia ni envejece ni termina. El no pasa y no pasan tampoco sus palabras (cf. Me 13,31). 

Jesucristo siempre es gracia, todo es gracia. Jesucristo es el centro y el fundamento de la historia, y la meta que, consciente o inconscientemente, la historia persigue.

Por eso, a su luz nos miramos y por su luz caminamos y en su luz nos transformamos.

En cuanto el Señor venga y llame, ¿le abrirás?
   
Si le das todo, si te das del todo, si te vacías de ti, si todo lo esperas del Señor, entonces se sentará a la mesa contigo y pondrá en la mesa su pan y su vino…

¡Será una cena que transforma y enamora!