Flor blancaBlanca flor del Carmelo,
Vid en racimo,
celeste claridad,
puro prodigio al ser, a una.
Madre de Dios y Virgen:
¡Virgen fecunda! …

Vástago de Jesé,
vara profética
que el Hijo del Altísimo
das en cosecha;
Madre, consiente
que vivamos contigo
ahora y siempre.

Azucena que brotas
Inmaculada
y te yergues señera
entre las zarzas;
devuelve, Virgen
nuestra frágil arcilla
a su alto origen…

Bajo noches oscuras
navega el alma,
enciende tú los rayos
de la esperanza,
y sé el lucero
que lleve nuestra nave
segura al puerto…

María, puerta y llave
del paraíso,
queremos desatarnos
y estar con Cristo;
si tu nos abres,
reinaremos allí
con tu Hijo, ¡Madre! Amén

(de la liturgia carmelitana)

“Corazón contento mejora la salud”Los enfermos de melancolía

Corazón contento“Y digo que hay algunos religiosos que, con el poco ejercicio que hacen y grande encerramiento y clausura, vienen a criar y engendrar en sí unos humores gruesos, terrestres, melancólicos y tristes.

Los cuales, sin tener calentura ni enfermedad conocida que con facilidad pueda curar el médico, vienen  a irse consumiendo su poco a poco, de suerte que suele ser bastante para acortarles la vida y consumirles las fuerzas corporales y espirituales, según lo que dice el Espíritu Santo en los Proverbios, capítulo 17,22: “Corazón contento mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos”: El ánimo alegre dispone y ordena la salud como preciosa medicina, y el espíritu triste seca los huesos.

En realidad de verdad, somos hombres y hechos de tierra.

La tierra, para dar su fruto a su tiempo como debe, se requieren dos o tres cosas: que se le dé buena semilla que produzca; lo segundo, que, según su grosura, se le cargue o aliviane la mano al sembrar, porque si la tierra es flaca y le echan mucha semilla, ahogase y la una impide el fruto y crecer de la otra. Lo tercero que pide esta tierra es sol, aire, agua y gozar de las influencias del cielo. Y si algo de esto le faltase, los frutos los da mancos y mal sazonados.

El hombre, aunque se haga religioso descalzo, en cuanto a la parte inferior siempre se queda de tierra y hombre con las necesidades que los otros hombres, necesitado de comer bueno, lo suficiente, y gozar del sol y del aire y de las demás influencias del cielo.

Pero por la fuerza que le hizo el espíritu y deseo de aprovechar en la virtud y trocarse de hombre terrestre en otro varón celestial, quiso privarse de eso tomando un hábito como el nuestro, donde lo que se come es tan malo que vino a decir el otro médico en Salamanca vivían nuestros frailes de milagro, y tan poco que más parecen ángeles, y tan encerrados y guardados que más es de espíritus.

Pero, en fin, en esta porción  inferior, como digo, nos quedamos hombres y es fuerza que la tierra dé el fruto y este tal hombre críe los humores conforme los manjares, si acaso no es porque la costumbre hizo ya naturaleza y lo malo lo convierte en bueno.

Mal humorPero lo común es lo contrario y que ha de haber religiosos que con su mal comer y mucha clausura críen humores malos, gruesos, terrestres y necesitados de medicina. Esta no siempre es la de la botica, porque el mal humor compuso  ya la naturaleza y, por mucho que las purgas la adelgacen, siempre se queda de un ser y el prelado necesitado de remediar y curar su fraile.

La cura que yo ahora digo, puesto caso que ahora vamos hablando de enfermedad corporal y como hombres ha de ser necesario que a este tal religioso lo saque, como la ropa apolillada y el trigo con gorgojo, al sol y al aire y donde el cielo adelgace y purifique sus humores, o mudándolo a algún convento que esté en el campo y tenga huerta o cielo claro y alegre, o que, si en algún tiempo Dios les diere con que puedan tener alguna huerta en el campo, como los padres de la Compañía de Jesús, la tengan, que este modo de recreación para este género de gentes siempre me pareció a mí muy bien.

Y mientras eso no hubiere, no ha de faltar alguna casa de campo prestada donde se pueda enviar el tal religioso con un compañero.

Presupongo que este tal religioso a quien le damos esta medicina y cura, ha de ser tal que su virtud y religión lo merezca. Que si fuese algún religioso perdido o que con esta medicina, sanando el cuerpo, había de desaprovechar el alma, mejor es que se esté enfermo en casa, donde la propia enfermedad sirva de medicina para mejorarlo y mortificarlo en lo interior.

Pues cuando el prelado se viere obligado a dar esta recreación a este religioso, procure enviarlo en compañía de otro siervo de Dios que sea alegre y que le ayude a lo que se pretende. Dele muy bien lo que hubiere menester para su regalo. No repare en cuatro días más o menos.

Y el tal religioso dé vado por ese tiempo a las cosas de penitencia, desahóguese, cante por aquellos campos, mire, hable, coma, beba lo que hubiere menester; déjele gozar al cuerpo -que en el tiempo de la tribulación le es buen y fiel amigo – en el día de la recreación lo que es suyo, sin que los escrúpulos del espíritu no le deje entrar en provecho lo que se le da por medicina.

Que por eso dijimos arriba que el ánimo alegre dispone y ordena la medicina para la salud”.

S. Juan Bta. de la Concepción (Tomo III pag. 555)

Las peleas de Dios con alegría

Saltar de alegríaY tened por cierto que, como el camino de la perfecta virtud sea una muy reñida batalla, y con enemigos muy fuertes dentro de nos y fuera de nos, no puede llevar consigo quien comienza esta guerra cosa más perjudicial que la pusilanimidad del corazón; pues quien ésta tiene, de las sombras suele huir.

Con mucha causa mandaba Dios en tiempos pasados que, cuando su pueblo estuviese en la guerra, antes que comenzasen a pelear, sus sacerdotes esforzasen al pueblo, no con esfuerzos humanos de muchedumbre de gentes y de armas, mas con la sombra del Señor de los ejércitos, en cuya mano está la victoria; el cual suele vencer los altos gigantes con las pequeñas langostas, para gloria de su santo nombre (Jos. 6,2-5).

Y, conforme a esto que Dios mandaba, dice aquel valeroso san Pablo a los que quieren entrar en la guerra espiritual:

 “Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder” (Ef, 6,10); para que, así confortados, peleen las peleas de Dios con alegría y esfuerzo.

Como de Judas Macabeo se lee, que peleaba con alegría, y así vencía (1 Mac 3,2).
     
Y san Antón, hombre experimentado en las espirituales guerras, solía decir que:

 “la alegría espiritual es admirable y poderoso remedio para vencer a nuestro enemigo”.

Que cierto es que el deleite, que se toma en la obra, acrecienta fuerzas para la hacer.

Y por esto san Pablo nos amonesta: “

“Gozaos siempre en el Señor” (Filp. 4,4).
     
Y de san Francisco se lee que reprehendía a los frailes, que veía andar tristes y mustios, y les decía:

“No debe el que a Dios sirve estar de esa manera, si no es por haber cometido algún pecado. Si tú lo has hecho, confiésate, y torna a tu alegría”.
     
Y de santo Domingo se lee parecer en su faz una alegre serenidad, que daba testimonio de su alegría interior, la cual suele nacer del amor del Señor, y de la viva esperanza de su misericordia, con la cual pueden llevar a cuestas su cruz, no sólo con paciencia, mas con alegría; como lo hicieron aquellos que les robaron los bienes y quedaron alegres (Heb 10,34).

SonrisaY la causa fue porque aposentaron en su corazón que tenían mejor hacienda en el cielo, experimentando lo que dijo san Pablo:

“Que la esperanza os tenga alegres, manteneos firmes en la tribulación” (Rom 12,12)
     
Mas cuando este vigor y alegría falta, es cosa digna de compasión ver lo que pasan personas que andan en el camino de Dios, llenos de tristeza desaprovechada, aheleados los corazones, sin gusto en las cosas de Dios, desabridos consigo y con sus prójimos, y con tan poca confianza de la misericordia de Dios que por poco no temían ninguna…

San Pablo dice:

“Fin del mandamiento es la caridad, que procede de puro corazón, y conciencia buena, y fe no fingida” (1ª Tim 1,5).

Y llama conciencia buena, como dice san Agustín, a la esperanza, para darnos a entender que, si no hay buena conciencia, teniendo fe y amor y buenas obras, que de aquí proceden, no habrá viva esperanza que nos dé alegría.

Y si hay alguna falta en la buena conciencia, habrála también en el conforte y alegría que se causan por la perfecta esperanza, porque, aunque no muera, pues el tal hombre está en gracia, mas en fin obrará flacamente…

El esfuerzo del corazón, y el gozo de la buena conciencia, frutos de la buena vida son; el cual hallan dentro de sí los que bien viven, aunque no miren en ello, y cuanto más crece lo uno, más crece lo otro.

Y de causa contraria se sigue el efecto contrario, según está escrito:

El corazón malo da tristeza, y de ésta nace la desconfianza, y otros males con ella (Eclo. 36,22).

San Juan de Ávila  (“Audi Filia”; cap 23)