En un mundo donde casi todNi se compra ni se vendeo se compra y se vende, donde hay tantas miradas atentas a la bolsa, que es noticia diaria… y, si no se atiende a la bolsa, se mira al bolsillo; hay otros valores que “ni se compran ni se venden”, como decía una canción; nos referimos a los valores que nos hacen más humanos y más divinos.

Estos valores realizan a la persona, llenan su corazón, dan sentido a la vida; se transmiten  por la palabra educativa para que la mente los aprenda y se contagian mediante el ejemplo para que el corazón  se cautive y se sienta atraído por ellos.

Entre otros podemos hablar de los siguientes valores:

Personalidad, capacidad de trabajo, paciencia, amabilidad, generosidad y preocupación por la justicia y por la caridad especialmente hacia los más pobres, sobriedad y austeridad, sociabilidad, sencillez de vida, respeto y educación en el trato, comprensión, fidelidad en el amor, humildad, capacidad de admiración, honradez, perseverancia… y los grandes valores de la  vida cristiana: la fe, la esperanza, el amor…

Estos puntos suspensivos indican que no agotamos con esta descripción la cantidad de valores que se debían transmitir en la educación humana y cristiana de los hijos y de los jóvenes. Valores que, al mismo tiempo  que se transmiten, el educador los va cultivando  cada día también en su propia persona. De esta forma  transmite lo que vive y contagia  fundamentalmente con el ejemplo además de la palabra.

Al comenzar un año más el curso escolar y catequético recordamos los que decía el Papa Pablo VI a las familias:

«Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores.

Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse.

Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan…”