Cristo-Sol resucitado¡Oh Santa Resurrección! Toda la Iglesia celebra la victoria de Cristo resucitado. Y ojalá que no sólo los creyentes sino todos los hombres pudieran celebrarla, que todos los hombres pudieran ser creyentes.

Queremos que la noticia de la resurrección nos entre hasta por los sentidos.

Vimos a Jesús, nuestro Señor y nuestro Siervo, dolorido y llagado. En la Resurrección percibimos un delicado perfume que nos alerta de la presencia del Ungido, vaso precioso que contiene todos los aromas del Espíritu.

Vimos a Jesús, nuestro hermano y nuestro amigo, muerto y sepultado. Resucitado lo vemos florecer, belleza inigualable, primavera perenne, vida que se renueva y nos renueva.

Vimos a Jesucristo, nuestro amado pastor y maestro, derrotado y quebrantado. En la Resurrección aparece victorioso, transformado en llama viva, como de algún modo quiere significar el cirio encendido que preside la liturgia de estos días.

Cristo resucitado es un Sol que ilumina las almas y enciende los corazones. Su luz es amistosa y cautivadora, capaz de purificarnos y embellecernos, como aquella de la Transfiguración.

Gracias, Cristo-Sol resucitado, que vences la noche de la muerte, del pecado y la tristeza.

Gracias, Cristo-Sol resucitado, que lo llenas todo de vida, de gracia y alegría.

Gracias, Cristo-Sol resucitado, que te haces presente entre nosotros y nos confortas con la energía de tu pan y tu palabra.

Gracias, Cristo-Sol, que vives y estás aquí con nosotros.

El primer día del mundo nuevo:

La Resurrección de Jesucristo es el verdadero nacimiento del Sol, más que la Navidad, o, si queréis, el triunfo definitivo del Sol sobre las tinieblas de la noche.

Decimos que Cristo resucitó el día del sol, el primer día de la semana; pero no, cuando Cristo resucitó fue el primer día de la era nueva, el primer día del mundo nuevo, el comienzo de una nueva creación.

Cristo-Sol resucitadoCon Cristo resucitado, todo empieza de nuevo, todo tiene un color y un sentido nuevo, todo tiene un nuevo perfume y un nuevo sabor.

Ahora vivimos para vivir más:

Con la Resurrección la vida empieza a tener un sentido nuevo.

Si antes se vivía para morir, ahora se muere para vivir y se vive para más vivir.

Si antes el amor era por un tiempo, lo más hasta la muerte, ahora el amor puede ser definitivo, porque es más fuerte que la muerte.

Si antes el trabajo era un afán fatigoso, casi un castigo, ahora el trabajo puede ser gratificante, instrumento, para crecer, para crear y convivir, una bendición.

Si antes las cosas resultaban vanas y los acontecimientos reiterativos, ahora todo se carga de gracia y de mensaje, signos de amor y providencia.

Si antes la historia parecía incoherente y el futuro temeroso, ahora todo se ilumina y se llena de esperanza, abiertos siempre a nuestras transformaciones, soñando siempre con mayores utopías.

Desde que Cristo resucitó, todo es posible, todo tiene sentido, todo se puede esperar.

Atrás queda el mundo viejo:

El día de la Resurrección es la aurora del nuevo mundo.

Atrás queda el mundo viejo con sus guardias y sus sepulcros, con sus violencias y sus cruces, con sus poderes y sus esclavos, con sus mentiras y sus temores.

Atrás queda el viejo mundo de las ambiciones, de las envidias, de las codicias, de las luchas, de las tristezas.

Todo ese mundo quedó en la cruz y en el sepulcro.

Ahora amanece el mundo del Espíritu y «donde está el Espíritu hay libertad», hay verdad, hay amor. Y todo en abundancia.

Donde está el Espíritu hay creatividad y solidaridad y comprensión.

Donde está el Espíritu hay bienaventuranza.

Tres hermosas consecuencias:

Cristo-Sol resucitado¡Qué alegría y qué esperanza!

No es extraño que la noticia de la Resurrección produzca una inmensa alegría y una enorme esperanza.

Se repiten las expresiones:

«No os asustéis», «Vosotros no temáis», «Alegraos». «Se llenaron de alegría al ver al Señor».

El Amado vive y está aquí. Ya nunca estaremos solos. Puedo sentir su presencia.

Puedo comunicarme con él. Puedo llenarme de él.

¡Qué alegría! Cristo es verdad. ¡Qué amor!

Hemos acompañado a Cristo en su camino de dolor y de muerte. Pero el cristiano no es fúnebre ni dolorista. El dolor y la muerte son camino, sólo camino.

Nosotros creemos que el dolor ha de pasar y que la muerte está vencida. Somos los testigos de la dicha más grande y de la mayor esperanza.

Dicha y esperanza, que tienen su fundamento último y su argumento más fuerte en Cristo resucitado.Porque todos nuestros deseos, todas nuestras aspiraciones, todos nuestros sueños, en él ya se han realizado.

¡Qué purificación!

Si queremos celebrar en verdad la Pascua de Jesucristo, tenemos que empezar a vivir una vida nueva.

Todo el proceso cuaresmal iba encaminado a seguir a Jesucristo hasta aquí, hasta la Resurrección.

Es necesario, por lo tanto, dejar atrás nuestra vida vieja, dejar en la cruz nuestro pecado, dejar en la tumba nuestro hombre viejo, para que podamos resucitar con Cristo, o que Cristo siga resucitando en nosotros, o que nos abramos a la vida nueva de Jesucristo, o que recibamos el Espíritu de Jesucristo.

Todo esto supone un esfuerzo progresivo de purificación y santificación, o un dejar hacer progresivamente al Espíritu Santo esta tarea.

¡Morir enteramente al pecado, Dios mío! ¡Vivir enteramente la vida de Jesucristo, Dios mío!

¿Quién, si no es el Espíritu, nos puede conducir a estas metas?

¡Qué compromiso!Cristo-Sol resucitado

Estoy llamado a ser, sencillamente, testigo de la Resurrección de Jesucristo.

Tengo que demostrar que Cristo vive y que vive en mí.

Tengo que irradiar su fuerza vivificante, la victoria de su amor.

Tengo que llenarlo todo de alegría y de esperanza.

Ser testigo de Cristo resucitado quiere decir también que tengo que exorcizar las fuerzas del mundo viejo.

Tengo que oponerme a cuanto signifique corrupción y pecado.

Tengo que combatir la opresión, la injusticia, la violencia y cuanto esclaviza a los hombres.

Y significa que he de esforzarme por adelantar comunitaria y socialmente ese mundo nuevo que ya se anuncia en Jesucristo resucitado.

He de sembrar semillas de resurrección en la sociedad.

He de poner en cada parcela de mi mundo la sal y el fermento del Espíritu.

Testigos y cultivadores de resurrección.

Naturalmente que, para que todo este trabajo y este testimonio sea más convincente y eficaz, necesito unirme a los hermanos que comparten mi fe y mis ideales, hermanos en la esperanza y el amor, la comunidad de los que celebramos la Pascua de Cristo resucitado.