ImageLos libros eran difundidos a través de las copias manuscritas de monjes y frailes dedicados exclusivamente al rezo y a la réplica de ejemplares por encargo del propio clero o de reyes y nobles. A pesar de lo que se cree, no todos los monjes copistas sabían leer y escribir. Realizaban la función de copistas, imitadores de signos que en muchas ocasiones no entendían, lo cual era fundamental para copiar libros prohibidos que hablasen de medicina interna o de sexo.

     Las ilustraciones y las letras capitales eran producto decorativo y artístico del propio copista, que decoraba cada ejemplar que realizaba según su gusto o visión. Cada uno de sus trabajos, podía durar hasta diez años.

    En este entorno, Gutenberg apostó a que era capaz de hacer a la vez varias copias de la Biblia en menos de la mitad del tiempo de lo que tardaba en copiar una el más rápido de todos los monjes copistas del mundo cristiano y que éstas no se liferenciarían en absoluto de las manuscritas por ellos. Confeccionó moldes en madera de cada una de las letras del alfabeto y posteriormente rellenó los moldes con hierro, creando los primeros "tipos móviles". Como plancha de impresión, amoldó una vieja prensa de vino a la que sujetaba el soporte con los "tipos móviles".

    Actualmente se conservan muy pocas "Biblias de Gutemberg" o de 42 líneas. En España se conserva sólo una. La Biblia de Gutemberg no fue simplemente el primer libro impreso, sino que, además, fue el más perfecto. Su imagen no difiere en absoluto de un manuscrito. El mimo, el detalle y el cuidado con que fue hecho, sólo su inventor pudo habérselo otorgado.

    Gracias a la imprenta, la cultura a través de los libros, llegó a las manos de todos, dándole al hombre la mayor de las
libertades. El saber.

    La humanidad, nunca agradecerá bastante el inmenso legado de sabiduría, que nos ofrece un libro en las manos:
trabajo callado, de hombres y mujeres anónimos de ayer y de hoy…los impresores.

    Juan-Bautista nace en Almodóvar del Campo en 1924; en la calle San Juan Bautista- "Calle el Santo", y en el seno de una familia numerosa.

    P.- Qué era para Juan-Bautista la familia?

    R. – La familia… Para mi, los tres pilares de mi vida han sido siempre, la familia, el trabajo y la cultura "mis libros". Tuve muchas oportunidades, en mi vida, de irme a trabajar fuera con mejores condiciones, pero valoré mucho el no separarme de mis padres; pues tenían dos hijos sordomudos y otro en Francia.

    P.- ¿Qué vivencias retiene de su época escolar?

    R. – En mi infancia, en la época escolar que a mi me tocó vivir, no es que fueran malos los profesores. Había cambio de maestros continuamente con las movilizaciones de la guerra civil.

    P.- ¿Cómo veía un niño de entonces a su maestro?

    R.- Yo tuve un maestro que se encariñó conmigo, se llamaba D. Agustín Muñoz Gallego y era de un pueblo granadino, Alfacar. Nos daba clase en las escuelas del jardín. Era inteligentísimo, nos enseñaba de todo, sabía calcular la distancia de una tormenta. Oía el trueno y nos decía, a tantos metros está. Los muchachos allí asustaos por la tormenta escuchándolo, con los ojos muy abiertos. Poseía infinidad de conocimientos que nos trasmitía con esfuerzo y cariño, a pesar de la dureza de la vida de un maestro de entonces.

    P.- ¿Cómo vivía un maestro?

    R. – La vida para un maestro, como para todos, era dura en aquella época. D. Agustín concretamente pasó muchas vicisitudes. Había aquí una familia, la de los Valeros, que le ayudaba mucho.

    P.- ¿Le gustaba a Juan-Bautista la escuela? 

    R.- Cuando yo llegué a la escuela ya sabía leer y escribir. Porque había aquí enfrente de casa una escuelita; la de Manuela, y yo de muchacho me escapaba de mi casa y me iba allí, y hasta que no tuve siete años no fui a la escuela; yo no conocía el crucifijo en las escuelas, que anteriormente existían. LLegué el año 31, en Septiembre, cuando empieza el curso, y estuve hasta el año 39 cuando terminó la guerra.

    Hoy, un maestro se queja porque tiene veintiocho o treinta alumnos, yo que le ayudaba a hacer la matrícula, éramos ciento y pico, pero no asistían todos, normalmente estábamos unos ochenta; la escuela era… poco más que una salita y allí cabíamos todos, estábamos en unas bancas, amontonaos, y por supuesto en invierno sin calefacción.

    Un día en el que nos enseñó el sistema métrico decimal, comenzó a preguntárnoslo a Guarnizo, a Molinero, a Marcos… que esos estaban los primeros, y llegó a mí, y se lo dije íntegro, me felicitó diciendo: “Muy bien, hasta las doce va a ser usted el primero”. Y aún no lo he olvidado. Cómo te motivaban, con los pocos medios que tenían a su alcance…

    P.- Aparte de buen escolar, colaboraba también en las tareas de casa.

    R.- Yo nací para trabajar. En tiempos de guerra, cuando ya andaban las cosas mal, iba a por leña al monte, al confitero, a la colmenilla. Teníamos un burro, porque a mi padre le gustaba la caza.

    Yo he hecho de todo; como mi madre tenia dos hermanos deficientes, le ayudaba yendo a las colas; que en tiempo de guerra se hacia una cola para comprar un cuarto de kilo de carne o cualquier cosa, y me juntaba con todos los personajes: la Tomata, la otra y la otra… Haciendo horas de cola, te enterabas de muchas cosas. Y así, en lo que podía le ayudaba a mi madre. Se acaba la guerra y empiezo a trabajar.

    P.- Al terminar la guerra, tiene quince años ¿dónde empieza a trabajar?

    R. – Terminar la guerra y empezar a trabajar, fue todo uno. He estado trabajando cincuenta años. En la “Imprenta de Franco”, situada en el rincón de la calle Toril. No me he movido en toda mi vida.

    P.- ¿Recuerda su primer día de trabajo?

    R.- Mi primer día de tabajo. . . En mis manos se movían, como el teclado de una máquina de escribir las "versales" y las "versalitas", luego el abecedario completo. ¡En un día me lo aprendí todo! Empecé de minervista, (que es el que trabaja en la máquina de imprimir). Minerva, era el nombre de la máquina.

    La primera octavilla que yo hice, fue cuando vendió la familia de Femando Arraiga la fábrica de gaseosas. El segundo trabajo, cuya composición era a base de letras de plomo, fue "El fuero del trabajo", por encargo de la empresa Peñarroya.

    De minervista a minautor…, cajista… corrector. "Hoy estamos estropeando nuestra lengua". Hay una ortografía de Luis Miranda Podadera, que es una preciosidad. Hoy lees periódicos, y echas de menos esos correctores asombrosos, como aquellos grandes corresponsales que ABC, siempre ha tenido. En televisión, también aparecen algunos detalles…

    Cuando compramos la máquina automática fuimos a Madrid a ver una "Tipolí" y nos sorprendió ver a los empleados trabajando con su bata blanca, impecables. Nosotros, acostumbrados a un mono azul, lleno de manchas de tinta negra; y es que en los tiempos de la imprenta, se estaban modernizando muy deprisa. La industria Checoslovaca estaba muy adelantada; pero la estética de su maquinaria era feísima, por lo que terminamos comprando una Heidelberg, que llevaba el nombre de la ciudad donde fue fabricada. La máquina era asombrosa, valía para todo. Costó 600.000 pesetas y después de estar trabajando con ella veintitantos años, se vendió por 1.500.000 pesetas.

    P. Como todos los varones de la época, tenía un compromiso con la patria. Sr. Villajo, ¿cómo fue su servicio militar?

    R.- Domingo Franco tenía tres hermanas en Ciudad-Real, que se llamaban Cristeta, Felisa y Antonia. Cristeta era la que tenía el capital y tenía un cuñao que era fraile jesuita, que estaba en Getafe. Cuando llegó la hora del servicio militar, fui con Domingo a casa de esta señora a Ciudad-Real, y allí llegó una amistad que tenían. Un señor con un cargo importante en la caja de reclutas; y me dijo: "si en el sorteo a Vd. le toca a España, va a ir donde quiera".

    P.- ¿Y le tocó España?

    R. – Me tocó dentro de la Península y elegí ir a la escuela del Estado Mayor. Y me destinaron al servicio topográfico. Empecé en marzo a hacer el servicio militar, y en mayo ya estaba trabajando en Madrid, con unos conocidos de mis padres, familia de Andrés González: este señor, era regénte en una imprenta que había allí en Madrid; me dijo: mañana puede Vd. Venir a trabajar, aunque estuve, apenas unos días, pues el quince de mayo salí destinado en el servicio topográfico, para Andalucía, que fue cuando conocí el castillo donde estuvo San Juan de Avila, varias veces; el castillo del Duque de Feria, en el centro de Zafra. Allí teníamos el destacamento y es que habían hecho unas vistas aéreas de la frontera portuguesa y había unos jarales enormes y no se veía lo de abajo, y entonces, el estado mayor que necesitaba conocer más afondo el terreno y estuvimos trabajando allí varios meses; de allí nos fuimos a Huelva en tres ocasiones.

    P.- ¿Todo el servicio militar lo pasa entre Andalucía y Extremadura?

    R. – No, nos destinaron de Extremadura a Vigo, donde triangulamos el aeropuerto de Vigo; Y nos pagaban, nos pagaban 9,80 pesetas diarias, y 50 céntimos de propina, 10,30. Cobrábamos cada quince días, Pero trabajábamos horrores, Había días que andábamos treinta kilómetros o más, entre el monte, pasando fatigas; luego triangulamos el aeropuerto de peinador, se cortaron los pinos, y se marcó la pista de aterrizaje. De allí a la Coruña, a mi me gustaba mucho fijarme en todo. Yo vi por primera vez el mar en Huelva, vi las salinas y luego ya en Galicia, vi como se hacían los cimientos en el mar. Enfrente de la capitanía se estaba comenzando a construir el hotel Finisterre. Y allí en la Coruña tuve un desengaño.

    P.- ¡Un desengaño! ¿No me diga que le dio calabazas alguna guapa gallega?

    R. – No era a esa clase de desengaños al que me refiero. El tema era más serio. Yo escribí a Franco, al generalísimo, una carta, aconsejao por un teniente coronel; donde le exponía mis circunstancias familiares: que teniendo dos hermanos sordomudos, mi padre una edad muy avanzada, por lo que yo, ya no tendría que haber ido a la mili, y otro hermano viviendo en Francia. Siguiendo los consejos del teniente coronel, D. Ernesto Pacha Delgado, que era de Almadén, y además era médico, ingeniero de la RENFE; mandaba el servicio topográfico del ministerio de la guerra, la capitanía general de Valladolid y la de Burgos. Me apreciaba muchísimo, y me dijo: Vd. Escriba en un papel cualquiera. Yo elegí un papel "holandesa". Y al cabo de los dos meses, estando en el comedor, se presenta un sargento de mayoría y me dice "Villajo; a las tres en punto de la tarde, preséntese en mayoría. Eso si, Esto dicho con una seriedad… con la que allí se vivía; me presento, puntualmente bueno, a las tres menos cuarto ya estaba yo allí, había un montón de superiores, me piden que me siente, yo me senté, estuve escuchándoles, se sacan la carta, " Esto lo ha escrito Usted" – si señor. Y comienzan a leerme la respuesta de Franco, en el reverso de mi misma carta; en el cual me decía: que tras atender mis peticiones, consideraban justa mi petición, y el único requisito que se me pedía, para volver a mi casa licenciado inmediatamente, era un certificado o reconocimiento del ayuntamiento de Almodóvar del Campo, mi pueblo, ratificando la veracidad de mi situación familiar. Este reconocimiento nunca llegó, lo solicité y lo solicité y nuca llegó; y yo permanecí en el ejército. Te advierto que me alegro, porque allí conocí a muy buenas personas; había un señor, D. Francisco Bolaños, que era el comandante mayor y este señor sabía mi situación y estuve siempre muy considerao. Pero al licenciarme volví a mi casa, a mi trabajo de la imprenta Franco, con mi familia, a las dos calles por las que transcurrió el resto de mis días, la calle el Toril y la calle el Santo. Renunciando así a otras oportunidades laborales que se me ofrecían, probablemente con más perspectivas.

    P. Tantos años paseando, transitando, recorriendo esas dos calles. Cuéntenos como las ha visto transformarse, como eran ayer…

    R. – La calle el Toril era una calle muy viva, llena de comercios o tiendas. Recuerdo un sastre que vivía al principio de la calle y que les cosía a los toreros, les hacia los trajes de luces. Recuerdo que como muchachos, abríamos la puerta de la sastrería y todos a un grito, unidos, le llamábamos “glu-glu”, y echábamos a correr. El pobre hombre tenía cierta dificultad en el habla.

    Casi no queda nadie de los comerciantes que existieron: Las dos posadas, Los Ñacles, que ocuparon la casa después de morir D. Justo el cura, (que lo mataron en la guerra); y anteriormente D. Silverio, el sacerdote. Un poco más allá vivió D. Gerardo el polvorilla, que era veterínario. Luego esta casa, la ocupó un hombre que vendía telas a plazos y que era de la provincia de Zamora. La pensión de Avelina, cuya simpatía nunca olvidaré. También recuerdo a Francisquito el” campanero”, que se marchó a la primera sucursal que Caja Madrid abrió en Ciudad-Real. A continuación los "Pasa panes" que eran guarnicioneros, otra muy importante eran los Bermejos, con fábrica de zapatos artesanos; luego estaban la tienda de los Ñacles, que era la del abuelo catalán. Y por supuesto la Imprenta Franco y la panadería de mi amigo Miguel Morena Fernández- “Barbarita’. Y de la calle el Santo, qué te puedo decir.., nuestro más antiguo vecino, San Juan Bautista de la Concepción. En cuya casa se hospedaba Santa Teresa. En frente, donde tuvo lugar el primer capítulo. Carmelita, y donde dio cobijo, y refugio a San Juan de la Cruz .Vivió también un señor llamado D. José-Antonio Hernández, que era médico y llegó a ser alcalde. Y a este señor le debemos el ensanche de esta calle; comprándole los terrenos al abuelo catalán que era el dueño de la tienda que conocemos como tienda de los Ñacles; por eso la calle hace esa esquina.

    Después de la guerra, aquí vivió también D. Francisco Jiménez, que era secretario del gobierno civil, cargo que ostentó antes y después de la guerra, persona de gran influencia, al que gustaba de hacer favores siempre que podía. En esta misma calle estuvo el cuartel de la guarida civil, en la casa que actualmente es de los Molineros, que proceden estos, de Veredas. La casa de Norberto, a la que no se le ha tocao, la de los balaustres en el balcón .Esa la hizo un valenciano, que se llamaba Federico Portones; y donde vive Carmen, ahí vivió D. Guillermo Moreno, el dueño de la Matanza, que precisamente por aquí, por este tabique de mi casa, se rompió para poder sacar la pila de agua que abasteció al pozo más abundante de esta calle, con la que se hizo la obra de la ermita del Santo. Pila de piedra que, imagino se conservará en la finca de la Matanza, por su valor y antigüedad.

    En fin como verás, muchas anécdotas, muchas personas, que ya no están, pero que dejaron su huella.

    Agradecemos a Juan-Bautista la amabilidad con la que nos recibió en su casa para hacerle esta entrevista, a pesar de haber interrumpido su lectura, de la que nos cuenta, sigue disfrutando enormemente.