Image Hoy he tenido la tentación de relataros mi visita al lugar donde Dios nació como hombre, y al no haberla suoperado, os la voy a contar:

    Hemos madrugado como cada día, subimos al bus y éste no tarda en detenerse; solo hemos recorrido siete kilómetros y estamos en el camino de la antigua EFRATA, que hoy es BETHLEHEM (BELÉN). No veo que aquí haya algo interesante, parece campo abierto y desolado, sólo una pequeña, sencilla y sobria edificación a cuya  puerta, sentados uno a cada lado sobre un poyo de piedra, se encuentran dos centinelas militares judíos armados;  nos tranquilizan sus rostros sonrientes. La custodia se debe a que es nada más y nada menos que la TUMBA DE RAQUEL, y estamos ya en territorio habitado por musulmanes. Aquí murió de parto la esposa de Jacob al nacer su hijo Benjamín, único hijo de Jacob no nacido en Mesopotamia. (Gen.35. 16-20) (Gen.48. 7)

    Estamos a las puertas de Belén.

    Ante la gran explanada de la Basílica de LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, nuestro conductor, Alí, ha detenido el vehículo, y  uno tras otro descendemos los 41 peregrinos. Hoy  se  nos  nota  un  poco  más  inquietos que otros  días,  más tensos,  al menos yo así me noto; debe  ser  porque  todos sabemos que hoy vamos a entrar en el lugar más trascendental, entrañable y tierno, de los que hasta ahora hemos visitado.

    Sin embargo hay tiempo para cierta frivolidad, la de hacerse unas fotografías en dicha explanada con una pequeña niña a la que han vestido de sacerdote ortodoxo, y que acompañada por un viejo palestino-musulmán con aire de ser su abuelo, buscan la forma de hacerse con unas monedas.
Entramos en la iglesia y la recorremos sin detenernos. Vamos directos y deprisa hasta la cabecera del templo donde, a mano derecha, se abre la puerta de la gruta del SAGRADO ESTABLO.

    La entrada se hace a través de un pequeñísimo arco excavado en tierra y roca, que obliga a bajar la cabeza y doblar la espalda para poder entrar; nos indican que esta dificultad fue buscada para impedir que penetrasen hombres montados a caballo dispuestos a profanar el lugar. No sé si esto es verdad, pero lo considero un poco absurdo, ya que son los hombres los profanadores, no las caballerías, y después de todo, aquel lugar fue habitado por Dios Niño mientras una caballería le daba su calor.

    Ahora, muy lentamente, sin prisas, con recogimiento y con orden, con mucha seriedad y con un nudo en la garganta, en fila, uno detrás de otro, bajamos por una estrecha y corta escalera de peldaños irregulares que han sido cavados a mano sobre el terreno. Entramos por el lado derecho de la cabecera de la gruta, y lo primero que vemos es el lateral de un altar. Los peregrinos vamos agachándonos bajo el Ara y besando una estrella dorada, de 14 puntas, con un orificio en su centro: Indica el lugar exacto donde Dios Hombre vino al Mundo. DONDE NACIÓ JESÚS.

    La pequeña gruta continúa hasta su fondo final, donde observo una pequeña puerta clausurada, y pregunto por ella; me cuentan que allí permaneció San Jerónimo mientras traducía los Santos Libros, la Biblia.

    La gruta, observada desde atrás, en su lado izquierdo es lisa en sus paredes; a su derecha, bajando un leve desnivel, se abre un reducido receptáculo que alberga dos pequeñísimos altares, uno frente a otro; uno de ellos se encuentra casi en el suelo y es considerado como el lugar donde Cristo Niño fue depositado, es decir, sería EL PESEBRE. El otro es el llamado de los Reyes Magos.

    No hemos podido celebrar la Eucaristía, se nos han adelantado los griegos ortodoxos. Aprovechamos, para acercarnos en el autobús hasta el CAMPO DE LOS PASTORES, donde visitamos la Capilla y la Gruta natural donde estos se refugiaban en los inviernos, y donde recibieron la Buena Nueva llevada por el Ángel del Señor.

    Leemos las lecturas correspondientes, (Luc.2: 8-21) del anuncio a los pastores:
“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

    La Capilla es circular, con el altar en el centro, y las paredes que le rodean están pintadas al fresco representando la Anunciación a los Pastores, el Caminar de estos hacia Belén, el Nacimiento de Cristo, la Adoración de los Pastores, y la Adoración de los Reyes.
Cantamos “venite adoremos te”,  y “brilla Tu luz en el portal”.

    Volvemos a Belén. Ahora sobre el altar de los Magos oficiamos “nuestra” Eucaristía.

    En vez de homilía nos tomamos dos minutos de meditación silenciosa y recogida.

    Después de la Consagración cantamos el villancico “Noche de Paz” a 41 voces, cada uno ha ido por su sitio y a su ritmo; no podía ser de otra manera.

    Estamos todos intensamente emocionados y las gargantas no están, precisamente, dispuestas para cantar, sino más bien deseando dar un alarido que rompa las ganas de soltar el llanto que estamos conteniendo.

    Ha terminado la Misa y salimos de la gruta ascendiendo la pequeña escalera que nos había desembocado en el interior . Vamos tan introvertidos que, -al menos yo, no sé los demás- no quedo a contemplar el templo en su arquitectura ni en su estilo.

    Salgo directamente a la calle. Estoy deseando notar el viento y la luz del sol en la cara.

    Desde aquí volvemos a Jerusalén.