ImageVivimos indudablemente una época de gran crisis vocacional, sobre todo en Europa. Esta realidad no nos debe dejar indiferentes. Por eso, ante este panorama se buscan salidas, soluciones, pero ¿cómo? Para empezar, hace falta un buen análisis de la realidad, como el que hizo en su día el Documento «Nuevas Vocaciones para una nueva Europa»: el hombre sin vocación.

La situación cultural actual ha establecido un tipo humano definido como hombre sin vocación, cuyos rasgos más significativos afectan mucho más a las jóvenes generaciones que al resto, aunque de alguna manera todos participamos un poco.

Una cultura pluralista y compleja tiende a producir jóvenes con una identidad imperfecta y frágil, con la consiguiente indecisión crónica frente a la opción vocacional. Muchos jóvenes son nómadas: circulan sin pararse a nivel geográfico, afectivo, cultural, religioso.

En medio de la gran cantidad de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con pocas referencias y pocos modelos. Por esto tienen miedo de su porvenir, experimentan desasosiego ante compromisos definitivos y se preguntan acerca de su existencia. Si por una parte buscan, a toda costa, autonomía e independencia, por otra, como refugio, tienden a ser dependientes del ambiente socio-cultural y a conseguir la gratificación inmediata de los sentidos: de aquello que « me va, me apetece », de lo que « me hace sentirme bien », en un mundo afectivo hecho a medida.

Produce una inmensa pena encontrar jóvenes, incluso inteligentes y dotados, en los que parece haberse extinguido la voluntad de vivir, de creer en algo, de tender hacia objetivos grandes, de esperar en un mundo que puede llegar a ser mejor también gracias a su esfuerzo.

Son jóvenes que parecen sentirse superfluos en el juego o en el drama de la vida. Sin vocación, pero también sin futuro, o con un futuro que, todo lo más, será una fotocopia del presente.

Todo esto crea una cultura antivocacional. Así, ¿cómo plantearse la vida como vocación? Pues esta es la realidad donde hay que poner manos a la obra.

Un saludo, desde el Seminario.