Santa MaríaOfrecemos esta reflexión sobre el significado de María en la vida personal. Subrayamos algunas frases que nos parecen importantes para hacer una meditación personal sobre María.

El texto es de Antonio López Baeza.

Santa María, nuestra Señora; Santa María, silencio y dulzura;
Santa María, de aquí y de todas partes; Santa, ¡Santa María!
Desde muy niño, mis labios adquirieron la arquitectura de tu nombre.
Desde los albores de mi vida, mi sangre fue navegada
por las naves de inmensa Ternura.
Siempre y en todas partes, Santa, Santa María, guía y compañera,
consuelo y fortaleza, estímulo y descanso, comprensión e inspiración:
Vida de mi vida, Camino de camino, Poesía de mi alma sedienta.
¡María! ¡Santa María!

En el juego y en el estudio.
Cuando mis labios se abrían al vuelo de los más incandescentes besos.
Cuando toda mi carne era sed y siembra de caricias sin destino…
Tú, siempre Tú, Santa maría: Abrazo de inmensidad.
Cauce de mis ansias más profundas.
Sombra más reconfortante que la de aquellos árboles gigantes
del bosque bien amado de mis correrías adolescentes.
¡Indicadora firme de mi destino!
¡María!¡Santa María!

Un día, imborrable en el calendario de mi entera existencia,
de mi existencia más dichosa;
un día, de los más luminosos entre todos los de mi edad juvenil,
grabé  mi nombre, junto al de otros compañeros muy amados,
en el Crisol de tu Corazón de Oro,
a fin de que Tú, Santa maría, Señora Nuestra,
encendieras con tus Latidos mis latidos,
con tu Pureza mi pureza,
con tu Hermoso Amor mi amor que tanto necesitaba
una causa a la que entregarse sin medida.
¡Y cómo ardía yo en el deseo de no amar nada ni a nadie
sin exprimir en todo amor lo divino de tu Amor!
¡María! ¡Santa María!

Te llamábamos La Señora;
pero nunca apareciste ante nuestros ojos fastuosa de riquezas,
sino humilde de caminos compartidos,
de trabajos solidarios, de quehaceres escondidos, de silencios enamorados

¡Qué incomparable tu señorío, San María, Señora Nuestra,
tejido hora a hora, minuto a minuto, con el hilo de la Obediencia a tu Hijo–  ¡Haced lo que Él os diga!-, en el seguimiento,
tantas veces oscuro, inescrutable, de una vocación de servicio!
¡Tú fuiste la primera en enseñarme que, el que sirve
no ostenta más rango ni dignidad que los de pasar desapercibido!
¡María! ¡Santa María!

Entonces, en aquella época de mi vida,
soñaba contigo,
cantaba contigo,
amaba contigo,
pecaba contigo…
¡sí, pecaba contigo, porque en la fragilidad de mi carne
nunca me abandonaste,
para mostrarme siempre de nuevo el camino de retorno a tu Hijo,
mi Señor y Maestro, también mi Amigo!
¡María! ¡Santa María!

Santa María, Madre, Amiga, Hermana;
la Luz más alumbradora; la Gracia más cercana;
el Auxilio más presente y fortalecedor
en los momentos más perdidos y nebulosos de mis años jóvenes.
¡La Señora!, por derecho propio.
¡La Señora!, sin que nadie pudiera disputarte tal título.
¡La Señora!, ¡mi Señora, porque el vasallaje a tu Amor
elevaba mi vida a cimas de incandescente hermosura!
¡María! ¡Santa María!

Pasaron los años. Muchos años (tantos,
que parece como si hablara de existencias distintas).
Cambiaron muchas cosas (tantas, que parece
como si tratara de mundos diversos).
Pero, Tú, Santa María, Señora Nuestra,
continuaste siempre siendo la misma. ¡Tú, siempre la misma!
El manantial de tu dulzura nunca se agotó
para mi sed de vida, de verdad, de libertad, de hermosura, de amor…:
¡de Dios!

En ti retornaba, una y otra vez, a los veneros más jugosos
de la fidelidad a mí mismo y de la conciencia de misión.
En ti y contigo, la experiencia de Dios
se me hizo camino y bálsamo,
andadura y bocado sabroso en el Misterio compartido.
Se me hizo dedo indicador de la falta de vino
en la fiesta de los desposorios de Dios en la vida de cada día.
¡María! ¡Santa María!

Viniste a ser, como lo sigues siendo en esta ya mi última segura etapa,
compañera de campaña en pro de un mundo en abrazo.
Un mundo construido con los materiales únicos de la Paz y la fraternidad.
Un mundo habitable para todos, pero especialmente acondicionado
para cuantos jamás antes conocieron el respeto a los derechos,
y el sabor de la dignidad humana
gustado en mesa compartida de blancos manteles.
María, Mujer del Pueblo, conocedora de la fatiga
y la inseguridad del mañana.
Luchar contigo conlleva en el corazón la certidumbre
de que mejor es morir en el combate
que claudicar ante las fuerzas que niegan la Utopía del Reino,
el Reino de los corazones en cadena;
el Reino de la verdad única del Amor
como razón suficiente de nuestra existencia terrena.
¡María!¡Santa María!

¡Qué lejos llevan tus caminos, Santa María,
Futuro cierto de cuanta Gracia fuera negada en el presente
a los más débiles de este mundo; ¡qué lejos!!
¡Hasta hacernos entrar-hasta perdernos- en el corazón mismo de Dios!
Son los caminos trazados, desde tu seno virginal, por el Verbo hecho carne.
Caminos que nos permiten revivir, actualizar en todo tiempo y lugar,
la Historia de Dios-con-nosotros.
Son los caminos que nos arrojan en los brazos de tu Hijo Primogénito,
donde ser humano equivale a ser Comunión en el Misterio Eterno;
equivale  a tocar y ser tocado, en la propia carne, por el Espíritu Divino,
el Espíritu de la renovación que apunta a la Eterna Juventud de Dios.
¡Santa María, Servidora del Espíritu derramado sobre toda carne!
¡María! ¡Sí: Santa María”