Reunión G-20 en LondresDicen que el G-20 de Londres- la reunión de las naciones más prósperas y emergentes de la tierra- ha sido un éxito.

Ojalá que así sea pues nuestro mundo necesita horizontes de salida a la crisis financiera y económica más grave desde el final de la segunda guerra mundial. En España, por ejemplo, la crisis lleva ya camino inmediato de dejar un saldo de cuatro millones de parados. En cualquier caso, por los frutos sabremos del verdadero éxito o fracaso de la cumbre.

Nuestro interés es ahora releer y volver a escuchar el mensaje que el Papa Benedicto XVI envió a los líderes del mundo reunidos en Londres. En él recordaba que “la salida a la actual crisis global sólo se puede lograr juntos, evitando soluciones marcadas por el egoísmo nacionalista y el proteccionismo”.

Se trataba y se trata de “coordinar con urgencia las medidas necesarias para estabilizar los mercados financieros y permitir a las empresas y a las familias superar este periodo de profunda recesión, así como relanzar un crecimiento sostenible de la economía mundial” a fin de recuperar la confianza a todos los niveles.

Al hilo de su reciente viaje a África, donde ha percibido “la realidad de una pobreza extrema y la marginación, que la crisis corre el riesgo de agravar dramáticamente)), el Papa lamentaba la escasísima representación que en el G-20  ha habido de África. Ello debe llevar “a una profunda reflexión, ya que aquellos cuya voz tiene menos fuerza en la escena política son los que en realidad más sufren los efectos nocivos de una crisis de la que no son responsables”.

Benedicto XVI ponía el dedo en la haga al afirmar que la crisis actual se debe principalmente a “un déficit de ética en las estructuras económicas”, lo que demuestra y “enseña que la ética no es ajena a la economía y que esta no funciona si no lleva dentro su componente ético”. El Papa abogó por un “valiente y generoso fortalecimiento de la cooperación internacional capaz de promover un verdadero desarrollo humano e integral.

La confianza auténtica en el ser humano, sobre todo la confianza en los más pobres será la prueba de que realmente se quiere salir de la crisis de una vez para siempre, sin ignorar ninguna región, si se quiere evitar definitivamente que se repitan situaciones como las que estamos viviendo”.

Sí, las crisis de confianza, de credibilidad, de honestidad y de ética, el culto omnipresente e idolátrico al dios dinero – al enriquecimiento fácil y rápido, insaciable y egolátrico, sin escrúpulos y sin reparar en medios-, la insolidaridad ilimitada e inhumana y, en suma, la avaricia codiciosa e inconmensurable de unos pocos están en la base de la actual situación.

Pero ¿están dispuestos nuestros gobernantes a afrontar este tema, que exige además a una auténtica reconversión cultural y de valores?

¿Y estamos dispuestos todos, en la medida y proporción que también nos corresponda a ello? Debemos estarlo. No solo nos jugamos la sociedad del bienestar y la sociedad de la solidaridad y del desarrollo en justicia para con los países más necesitados sino también nuestra propia identidad verdadera y los mismos valores del alma.

(Editorial Revta. Ecclesia 11-IV-09)