Jesús, perdido y hallado en el TemploEn principio actuar en el momento preciso parece lo más sensato. Pero, ¿cómo descubrir cual es el momento preciso?, no me atrevo a dar una fórmula exacta, pero si hay algo que no me ofrece duda, si procuro cumplir la Voluntad del Padre acertaré siempre.

La experiencia me demuestra que cuando me he enfrentado a una situación concreta, bien fuera tomar una decisión, dar un consejo o cualquier otro tema, siempre encontré la solución más adecuada. Si esta no aparece “tendré que esperar” a que se produzca. Tendré que poner el reloj de mis deseos acorde con el reloj de Dios, pues es el que marca el tiempo con exactitud.

Hay un pasaje en el Evangelio de San Lucas muy ilustrativo. Jesús va con sus padres por primera vez a Jerusalén para celebrar la pascua y se queda en el templo a lo largo de tres días, María y José le buscan con la consiguiente angustia y José delega en María para que le haga ver la angustia que han pasado.

María recibe una respuesta inesperada de Jesús, “tiene que atender las cosas de su Padre”, le hace ver que además de hijo de María es Hijo de Dios y esto último es más importante. María no se entera de la respuesta y toma la solución más sensata, calla y “guarda en su corazón aquello que no entiende”. Lo fundamental es cumplir la voluntad del Padre, lo secundario entenderlo.

Es necesario no perder la calma interior ante las circunstancias que nos vaya presentando la vida de difícil aceptación. En esos momentos es cuando más necesaria es la oración hecha con confianza.

Jesús se encuentra en la Oración en el Huerto con el que parece el momento más duro de su vida, consumir hasta las heces la copa de amargura que le presenta el Padre y que cabe pensar que es hacer suyos los pecados cometidos por la humanidad a lo largo de todo el tiempo de su existencia.

Sólo el infinito Amor que el Hijo nos tiene pudo darle fuerzas para asumirlos, y lo hace. Pide que “pase de él aquella copa de amargura” y lo pide repetidas veces, para siempre “aceptar lo que el Padre quiere y no lo que él desea”

Ahí tengo lo que el Padre desea de mí, que acepte su Voluntad, que deposite en él mi confianza. Es la única manera de encontrar la paz en las adversidades, es lo único sensato.

 

Sé coherente entre lo que sientes, dices y haces

“Obras son amores y no buenas razones”, se suele decir y con razón.

Las personas que nos rodean nos van a juzgar por nuestros actos y no por nuestras palabras, que en un principio quizás convenzan, pero que al final perderán toda su fuerza si no van seguidas de buenas acciones, que las acrediten.

En el terreno de la trascendencia Jesús nos dice que “No el que dice Señor, Señor! Se salvará, sino el que cumple la Voluntad de mi Padre”.

Aquí la coherencia no es sólo en lo que se dice y se hace, sino también en lo que se piensa y se omite.

En “el yo pecador”, que recito en la Misa, confieso que peco mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”.

Es importante generar confianza, que los demás crean en nuestras palabras, porque nuestras obras las han ido testificando a lo largo del tiempo.

En este sentido yo puedo opinar sobre lo que he vivido y vivo y lo enfocaré desde un aspecto religioso y también desde un punto de vista de relaciones humanas.

Las dos situaciones se entrecruzan. Sí es cierto, que sólo o especialmente, puedo juzgar por los hechos, pero éstos equivalen a mil palabras.

Sé coherente entre lo que sientes, dices y hacesA lo largo de mi vida he tenido ocasión de participar en diferentes obras de apostolado y he compartido en ellas muchas horas en las que se trataban diferentes temas religiosos.

Puedo decir que todos los participantes exponían en sus palabras lo que estaban viviendo. Había total coherencia entre lo que decían y lo que hacían.

También he tenido ocasión de convivir y conocer a sacerdotes, religiosos y religiosas, monjes y monjas contemplativos y una pléyade de abuelitas a través de numerosas misas diarias.

Puedo asegurar que todos son mejores que yo. Muchos realmente ejemplares. Entregados a los demás.

Los monjes y monjas contemplativos me han impresionado por su sencillez, su permanente sonrisa abierta, sincera, luminosa, porque brillaba en los ojos. Las abuelitas por su sencillez, por su disponibilidad, por cómo vivían su soledad sin sentirse solas, pues siempre contaban con la Santísima Trinidad y María.

Pasaré ahora a la mucha juventud que he tenido la suerte de tratar, tanto en mi vida militar, como en las obras de apostolado que han sido numerosas.

Tengo un recuerdo global de gente buena, de un gran corazón, que se les abría de par en par al encontrarse con un Dios Padre todo Amor y dispuesto siempre al perdón.

Los últimos años los estoy viviendo en una residencia de la tercera edad, como ahora nos llaman a los viejos. Y puedo decir que en ella vivo una experiencia muy importante, en el aspecto trascendente y humano.

Somos cincuenta residentes con una media de edad de ochenta y cinco años, y nos atienden veinte personas, la mayoría chicas jóvenes, la media rondará los treinta y cinco años.

En la residencia hay un ambiente muy positivo, con un porcentaje alto de ayuda entre los “abuelos” y una dedicación plena y llena de cariño del personal.

Comentaba yo con una auxiliar de unos veinte años, que aquí hay mejor ambiente, que en muchas familias de cuatro o cinco miembros y estaba de acuerdo.

En el aspecto religioso, la mayor asistencia de residentes, prácticamente todos los que se encuentran con alguna capacidad física y psíquica, se encuentran presentes, cada miércoles, en el rezo del Rosario, así como cuando el párroco imparte la comunión, una vez al mes.

Hay total coherencia entre lo que sentimos, decimos y especialmente hacemos.