Haz lo que debasSiempre me resulta curioso que, ante una tragedia de proporciones grandes en algún lugar del mundo, enseguida se reaccione con el envío de ayuda humanitaria. Es en estas ocasiones cuando pienso que el mundo aún tiene el corazón sano de humanidad.

Con el lamentable terremoto en Haití ha ocurrido nuevamente. Enseguida se han puesto en marcha los motores solidarios y quién más y quién menos ha intentado dar un poco de sí mismo para ayudar a un país a levantarse de nuevo tras la tremenda caída a la que se ha visto sometido después de que la tierra temblara bajo sus pies.

Desgraciadamente, también suele ocurrir que  grupúsculos de personas se aprovechen del  buen corazón de los demás para quedarse con carne entre las uñas, algo que provoca desconfianzas y dudas sobre el destino final de las ayudas.

Personalmente, y no me considero más solidaria ni mejor persona por ello, no me rijo por la desconfianza cuando me decido a dar ayuda para causas humanitarias. Me guío más por mi conciencia que por las suspicacias que puedan suscitarse por malas manos receptoras de la ayuda. Cierto que me gustaría, más por la satisfacción que por la curiosidad en sí misma, tener la certeza de que mi contribución sirve a buenos fines; sin embargo, me quedo con la sensación de haber hecho cuanto ha estado en mi mano.

Me contaba no hace mucho una persona que, en cierta ocasión, en la puerta de un supermercado, una mujer  bastante demacrada le pidió una ayuda.

– Me puede dar algo, le dijo.

– ¿Qué necesitas?, le preguntó al tiempo que observaba su aspecto.

La mujer contestó:

– Lo que pueda darme.

Esta persona, ni corta ni perezosa,  la cogió del brazo y entró con ella en el supermercado. Cogió una cesta  y empezó a meter en ella diferentes alimentos; leche, huevos, cacao, galletas, legumbres, aceite…

Al llegar a la caja, pagó todo, lo metió todo en varias bolsas y se las puso en las manos a la mujer.

– Toma, esto es lo que puedo darte.

Y la mujer,  con la mirada triste pero al tiempo agradecida, le dijo:

– Muchas gracias…Dios se lo pague.

Y salieron del supermercado para luego seguir cada uno su camino

Pero. como siempre, hay alguien que observa, después de dejar a la mujer marchar con sus bolsas llenas de comida, otra mujer se acercó y dijo:

– Esas no quieren comida. Te lo digo yo. Quieren dinero. Verás como tira las bolsas en algún contenedor de basura…

La respuesta de esta persona fue contundente.

– En cualquier caso, ese ya no será mi problema. Yo he hecho lo que, en conciencia, he creído que tenía que hacer.

Efectivamente. Esa es la acción, y, por supuesto, la reacción cuando se apela a nuestra ayuda. Actuar en conciencia, simplemente. Cómo y de qué manera empleen nuestra ayuda, habrá de quedar en la conciencia de quien la recibe. Cabe esperar que sea utilizada con la misma calidez que ha sido entregada, pero, de cualquier forma es algo que escapa a nuestro control y voluntad y en ningún caso debe contribuir a menoscabo de nuestro generoso acto.

En realidad, la solidaridad, la generosidad, la caridad, en definitiva, todo aquello que le nace al ser humano ante la necesidad de otro, es una cuestión de equilibrio e incluso de agradecimiento.

Quién más y quién menos, en algún momento puntual de nuestra vida, hemos podido o podemos necesitar la ayuda de otros. No siempre se precisa ayuda económica.

Hay muchas clases de ayudas, tantas como clases de necesidades; sin embargo, cuando se recibe ayuda, sea de la índole que sea, en cierta manera se hace a modo de depósito: Hoy la recibes tú, pero mañana posiblemente la necesite otro, y será tiempo de que tú, a su vez,  la entregues para que se beneficie ese otro.

Esto lo comprendió bien un hombre mayor de unos 80 años de quién cuentan que, al tiempo que trabajaba en su jardín plantando un melocotonero,  un vecino le dijo:

– Supongo que, a tu edad, no esperarás ya disfrutar mucho del melocotonero, ¿no?

El hombre le respondió mientras se apoyaba en su pala:

– No, con mi edad sé que no, pero he gozado comiendo melocotones toda mi vida y nunca de un árbol plantado por mí. No hubiese podido comer melocotones si otros no hubiesen hecho lo que yo estoy haciendo ahora. Estoy tratando, simplemente, de continuar la labor que otros hicieron antes para mí.

En este mundo, no caminamos solos y muchos son los actos que mueven y hacen girar también al mundo. La caridad, la solidaridad, la entrega personal en beneficio de otros, el sentido de la justicia, la generosidad, el altruismo…son actos que equilibran. 

Por tanto, haz lo que debas con tu conciencia y con tu agradecimiento,  el resto, déjalo en manos de Dios. Él sabrá a quién debe pedir plantar melocotoneros y a quién debe  dejar que coma los melocotones.