Danos, Señor, un corazón nuevoLa Cuaresma es un tiempo alegre, aunque se nos pidan  esfuerzos y renuncias. También se le pide al atleta, y sin embargo se entusiasma  pensando en poder participar; y al artista que crea, y nada le llena tanto como el lograr la realización de su obra,  y al profesional que lleva a cabo responsablemente su servicio, y goza en poder servir…

La Cuaresma no es privación, sino enriquecimiento; no es negatividad, sino  creatividad.  Lo que se pretende es crecer un poco, rejuvenecerse espiritualmente, embellecer nuestro ser, estar más contentos con nosotros mismos y más agradables ante Dios. A esto llamamos “conversión”.

La conversión  exige una terapia liberadora, como el que se pone a régimen para perder los kilos que le sobran o quien se opera para quitarse el quiste o la verruga que le afea.  

Hay una operación a la que todos tenemos que someternos: es la operación de corazón. Que nos quiten, como dice la Biblia, el corazón de piedra y nos pongan un corazón de carne. Y que por este corazón circule una sangre nueva -divina transfusión desde el Costado de Cristo-, oxigenada con el agua del Espíritu Santo

Lo “gracioso” es que este trasplante no exige tanto sacrificio. Es más un don, es más una gracia que una terapia. Lo único necesario es que nos abramos a la gracia y nos dejemos cambiar.

Que renazca un corazón nuevo  lleno de ternura y caridad, un corazón grande y  misericordioso. Un corazón parecido al Corazón de Dios, que tiene  entrañas maternales; se conmueve por sus hijos hasta la pasión y la ternura; como  se manifestó  en Jesucristo, quien se  conmovía ante el enfermo, ante el hambriento, ante el pecador, ante todo el que sufría.

En nuestro mundo a veces duro, frío, competitivo, que crea soledad, que divide y enfrenta a los hombres, lo que falta es misericordia.

 “La enfermedad que padece el mundo, la enfermedad principal del hombre es la falta de amor, la esclerosis del corazón” (M. Teresa de Calcuta).

Tenemos muchas cosas, pero falta  “la cosa”, el toque del Espíritu, la misericordia.

Misericordia es poner el corazón junto a la miseria,  inclinarse sobre las llagas del hermano, ofrecer nuestra ternura y nuestra ayuda al que lo necesita, liberar a quien  sufre de cualquier forma.  

A ver si aprendernos de una vez, como dijo Jesús: “lo que significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mat 9, 13; Os 6, 6).