El misterio del dolor en la Semana SantaHa habido y hay personas que, al no encontrarle respuesta  al dolor, a las catástrofes,  a la miseria, a la muerte… han optado por  negar la existencia de Dios.

Precisamente entre muchas  verdades, sentimientos, actitudes que nos inspira Jesucristo en los días de Semana  santa está –para quien cree y vive la fe-la respuesta al gran interrogante del sufrimiento y la muerte. En Cristo crucificado se manifiesta la solidaridad, la unión de Dios con todas las personas que sufren de cualquier forma.

Cristo abrazó en si mismo el dolor y sigue sufriendo los dolores  de todos los crucificados.

Movido por el amor, el Hijo de Dios descendió hasta los infiernos humanos del dolor, pero los dejó llenos de luz. Se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, pero Dios lo exaltó. Y murió para que todos tengamos vida y vida en abundancia.

Desde nuestra fe  sufrimos, pero menos, porque Dios sufre con nosotros, porque hemos encontrado un sentido al padecer; porque vivimos  en el horizonte infinito de la esperanza donde  el sufrimiento se resuelva en gloria y la muerte en victoria de Cristo resucitado y nosotros con Él.

Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; el Espíritu de Jesús vivifica y su aliento resucita a los muertos.  

Desde que Dios resucitó a su Hijo, sabemos que también resucitará a sus hijos. No sólo nos resucitará, sino que nos está resucitando.

Cada persona que, desde su bautismo, se siente uno con Cristo y lo vive, mediante la fuerza de la oración y sacramentos,  queda comprometido en la lucha contra el sufrimiento y contra el pecado que hace sufrir.

El compromiso va desde los avances de la ciencia  hasta la solidaridad y la caridad; desde la lucha por la verdad a la lucha por la justicia, desde la ayuda material a la ayuda espiritual.

“El que toma sobre sí la carga del prójimo, el que está pronto a hacer el bien a su inferior en aquello justamente en que él es superior, el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en dios de los que reciben de su mano, ése es el verdadero imitador de Dios» (Carta a Diogneto, del siglo II).

La mejor manera de entender el misterio de la cruz es sufrir con los que sufren, hacerse solidario con el misterio del dolor.