La paloma cojaEn una acera, picoteando esos minúsculos granitos de alimento que puede haber para un ave que habita en una ciudad, había una paloma. Su contoneo era singular. Parecía danzar más que caminar, daba saltitos con una pata al tiempo que giraba su cuerpecillo plumoso de color  gris ceniza.

De aquella observación curiosa de la paloma, finalmente se podía apreciar cuál era el motivo de su forma peculiar de moverse y caminar; en una de sus patas le faltaban esos tres dedos palmípedos sobre los que apoyarse. En su lugar había una terminación radical en forma de muñón que le quedaba justamente a ras del suelo. Apenas apoyaba el muñón de su pata, sólo un instante muy breve para girar y cambiar de dirección para seguir picoteando del suelo.

Al descubrir ese pequeño hallazgo inusual en la paloma, enseguida deduje que era una tara de nacimiento, un capricho de la naturaleza que de vez en cuando se manifiesta para poner a prueba a los seres vivos que crea con su bello poder.

Y me fijé aún más en ella y, cuanto más lo hacía, más me sorprendía verla moverse tan armoniosamente. Al principio pensé:

¡Pobrecilla, que lástima!.

Luego fui cambiando el concepto. Pasé de sentir cierta lástima por ella a sentir en cierto modo admiración.

Sé que admirar a una animalillo como si tuviera una personalidad concreta puede ser absurdo, dado su sentido irracional, pero realmente me admiró esa paloma coja.

Generalmente la naturaleza y su selección, a veces cruel, elimina a los seres débiles. Esa paloma al nacer así bien podría haber perecido, sin embargo, he aquí lo revelador de esta historia, supo superar su limitación, creciendo, volando y valiéndose por sí misma al tiempo que consiguió también encontrar su equilibrio a la hora de moverse y procurarse su propio alimento.

¿Cómo lo consiguió?, podemos muy bien preguntarnos.

Pues como se suele conseguir casi todo en esta vida que se nos presenta como un reto a superar; con férrea voluntad y sin rendirse ante la dificultad.

Así, muchas veces, podemos ser las personas; palomas cojas por una u otra razón. Algunas veces físicas, otras sentimentales, emocionales…;siempre razones para nosotros muy poderosas que nos hacen caminar cojos, con bastones o en el peor de los casos paralíticos, entendiendo por paralíticos no a parapléjicos físicos, sino a los parapléjicos de alma.

Los genios, inventores, místicos, santos… aquellas personas que a lo largo de la historia consiguieron hacer con su vida una proyección elevada y ejemplar de su persona con sus acciones, lo hicieron superando sus propias cojeras, y lo hermoso de todo ello es que además consiguieron convertir sus cojeras personales en movimientos armoniosos, incluso bellos.

Un ejemplo lo tenemos en Beethoveen; una sordera recalcitrante e incluso tormentosa para él mismo, y sin embargo fue capaz de componer increíbles sinfonías.

Pues de estos ejemplos y teniendo cada cual sus propias taras, debemos fijarnos, pues al fin y al cabo, la perfección es una quimera que de tanto perseguirla nos puede llegar a frustrar; sin embargo en la imperfección está el afán de superación, el valor, la supervivencia a la adversidad, nuestra resolución incluso ante nosotros mismos para descubrir nuestras capacidades.

Cuando dejé atrás con su contoneo a la paloma coja,  lo hice pensando que acababa de ver algo que seguramente no volviera a ver en otra ocasión.

Son visiones que ofrece lo cotidiano y que no siempre nos detenemos a observar. A menudo, aún teniendo el sentido de la vista pleno, caminamos ciegos, por eso agradezco tener tanta curiosidad, porque me hace recabar en detalles que siempre consiguen enseñarme algo.

La paloma coja me enseñó algo vital. Considerando que un pichón de paloma debe abandonar el nido y valerse por si misma antes de un mes, bien hubiera podido quebrar su vida en el momento de pisar el suelo o a los pocos días por su limitación de movimientos y su lentitud en comparación con  sus congéneres a la hora de competir por el alimento del suelo; pero de alguna manera, consiguió hacerse su hueco y sobrevivir, y a juzgar por su buen aspecto, lo supo hacer bien.

Sin pensar en nadie, únicamente en mí misma, llegué a la conclusión de que muchas de mis “cojeras”  y “muñones” pueden convertirse en listones que superar para demostrarme mis plenas capacidades y hacer algo más y sobre todo útil con mi vida.

En mi caso no sólo alimentarme y sobrevivir igual que la paloma, sino además dar salida a esos dones y talentos que Dios me ha dado.

Tal vez no lo consiga siempre, o me quede a medias, pero qué duda cabe que teniendo vida, considero obligado “sobrevivir a mis cojeras”. Y, si pudo una paloma, puedo yo también, del mismo modo que lo puede conseguir cualquiera.