Erizos y espinasLa vida y cada hombre y mujer, es un libro cuyas páginas se escriben a diario, a veces con las mismas rutinas día tras día, y otras en cambio con matices vivenciales más intensos y aleccionadores, donde también se escriben nuestras heridas y espinas, de tal manera que, a menudo, llenamos muchas páginas de ese libro únicamente con dolores, los que padecemos y  aquellos que nos causan los demás porque, en realidad, siempre tenemos la sensación de que son los demás quienes actúan mal, no nosotros, algo que nos motiva siempre a escribir  renglones  llenos de lágrimas, de distancias y de enajenaciones, dando únicamente tinta al orgullo y al rencor en lugar de llenarlos de amor y calor humano con bellas experiencias.

Así, sin ir más lejos, es frecuente escuchar a muchas personas sus desavenencias familiares y sus desencuentros, sus continuos lamentos por cuestiones, que  generalmente no son ni tan importantes ni tan cuestionables,  por no hablar de su largo inventario de enfermedades que también, muy a menudo, son más hipocondrías que males de salud reales.

No hay duda que si Dios nos ha dado inteligencia, capacidad para razonar, sentimientos y espiritualidad, el hombre debería encontrar el modo de elevarse a pesar de sus heridas y espinas y entregarse más íntegramente a sus semejantes en lugar de redundar tanto en sus pesare, porque, con esa actitud, lo único que se consigue es lejanía, no sólo de nuestros semejantes, sino también de ese sentido más amplio que tiene la vida.

Cuenta una fábula que, durante la Edad de Hielo, muchos animales murieron a causa del frío. Sin embargo, los erizos dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera, pensaron que  se  abrigarían y protegerían entre sí.  Pero bien es sabido de las espinas que tiene el erizo en su cuerpo para defenderse; esto resultó todo un problema, pues, las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos, los que justo ofrecían más calor. Por lo tanto decidieron alejarse unos de otros para no pincharse mutuamente y así no herirse más.

Sin embargo, tras esa separación y alejamiento unos de otros, ocurrió algo peor: del frío, los erizos  comenzaron a morir congelados y solos.

Igualmente, esto instintivamente,  les llevó a detenerse a pensar y llegaron a la conclusión de que sólo tenían una elección: o aceptaban las espinas de sus compañeros o  desaparecían de la Tierra. Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. De esa forma aprendieron a convivir a pesar de las espinas del otro y de las  pequeñas heridas que la relación entre ellos les producía, ya que descubrieron que lo más importante era sentir el calor del otro y sobrevivir de esta forma a la situación más adversa.

Rosa y espinasY cuenta también la moraleja de esta fábula del erizo que  la mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con  los defectos de los demás.

Efectivamente. En la perfección no hay misterio, no hay inquietud, no hay intercambio de ideas, de pensamientos…todos sufrimos, a todos nos duele algo alguna vez, a todos nos han hecho daño en la misma o parecida proporción que quizá lo hemos hecho nosotros, pero si redundamos más en los defectos, en los dolores, en nuestras espinas y en las ajenas, nos estamos condenando poco a poco a vivir solos y acongojados con nuestras heridas hasta morir en lugar de vivir desde nuestra realidad con la aceptación, la comprensión  y el perdón para sentir el calor humano de los demás al tiempo que damos también el nuestro a nuestros semejantes.

Nunca podremos evitar los problemas, sean de la índole que sean, forma parte del afán de cada día que se vive, pero el modo de afrontar los problemas puede marcar muchas diferencias a la hora de nuestra relación afectiva y emocional con los demás.

Sí solo vemos espinas en los demás y también dejamos aflorar las nuestras, nos estaremos perdiendo mucha de la belleza que tiene el ser humano en su alma al tiempo que eclipsamos también la nuestra.

Hay quienes al ver un rosal, ven sus hermosas rosas; sin embargo al tocarlo es cuando detectamos sus espinas. Es la sabia naturaleza la que nos dice: no temas mis espinas, trátame con sutileza y verás que, detrás de cada espina, siempre encontrarás una flor.

Y otro ejemplo más: Jesús en su pasión, le coronaron con una corona de espinas hecha, según cuentan, con las varas del cactus Euphorbia milli var. splendens ( su nombre científico y latino) que abundaba por Jerusalén,   hoy ese cactus se le conoce por “ la espina de Cristo”, precisamente por esa particularidad. Esas espinas de ese cactus le provocaron heridas profundas y sangrantes en sus sienes, y padeció su dolor, pero esas heridas provocadas por las espinas terminaron siendo curadas sin dejar rastro tras su Resurrección.

Este es el mensaje junto a la moraleja que encierra el erizo y el rosal.

Las espinas, si nosotros queremos, pueden convertirse en calor interior, belleza y esperanza. Tan sólo necesitamos tratarnos entre sí con sutileza, con comprensión, con aceptación y esas heridas, provocadas por los pinchos de las espinas, dejaran de doler tanto y te darán el bello poder de ser bálsamo para las heridas de otros.

FELICES PASCUAS DE RESURRECIÓN Y QUE LAS ESPINAS DE CRISTO SEAN PARA TODOS FLORES BELLAS DE ESPERANZA.