1.- Pascua es la gran fiesta cristiana, la que da sentido a toda nuestra vida como personas y como creyentes.
La Pascua es la experiencia que más identifica a los cristianos. Nosotros, los creyentes en Cristo resucitado, creemos en la vida, esperamos una vida para siempre, amamos al Dios de la vida.
Sabemos y creemos que la tumba de Jesús se convirtió en una maravillosa primavera. Creemos que la muerte es un paso hacia la vida.
Jesucristo dijo: Yo soy la luz del mundo” y curó a ciegos. Celebrar la Pascua de resurrección significa que Dios venció a la noche, que el Lucero de la mañana no se apaga, que el Señor es luz para nuestros ojos y que podemos ser luminosos también nosotros para los demás.
Pascua significa que los deseos más íntimos de nuestro ser pueden ser saciados con el agua de Jesucristo, la que ofreció a la samaritana, el agua que salta hasta la vida eterna.
Así decía San Ignacio de Antioquia: “Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia, sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo más intimo que está diciendo: Ven al Padre”.
La Pascua sacia la sed inmensa que tiene nuestro ser de Dios.
Pascua significa la victoria que nos salva de la muerte. La presencia de Cristo resucitado, Amigo que no abandona al amigo, ni siquiera en los momentos angustiosos de la muerte: “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo”, dice el Salmo.
El creyente que vive la Pascua sabe que el amor de Dios manifestado en Jesucristo, es más fuerte que todo, y que nada, ni siquiera la muerte, puede separarle de Él (Rm 8, 38-39).
Pascua es libertad y alegría:
Libre es la persona que ama y ya no tema. Todas nuestras ataduras han sido quemadas en la hoguera del Espíritu de Jesucristo resucitado. Donde está el Espíritu de Jesucristo, allí hay libertad.
Y Pascua es alegría grande, porque nuestra vida queda llena de esperanza y de ilusión. La Pascua es obra del Espíritu.
“Vístete de alegría… purifica tu corazón de la tristeza y vivirás para Dios».
Pascua es vida nueva:
Nuestro pecado quedó en la cruz, quedó en el sepulcro. Hemos sido lavados con el agua y la sangre que brotaron del Costado abierto de Cristo.
Ahora, «libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad, cuyo fin es la vida eterna” (Rom. 6, 22).
“Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria delo Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”.( Rom. 6, 2-4)
El hombre pascual aspira a los bienes de arriba, los bienes elevados e íntimos, los que verdaderamente humanizan.
Como decía Madre Teresa: “Señor Jesús, haznos comprender que llegamos a la plenitud de vida al morir incesantemente a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues es únicamente al morir contigo cuando podemos resucitar contigo.”
Pascua es compromiso actual:
La Pascua no es un acontecimiento del pasado, no ha terminado, ni termina. Cristo sigue resucitando. Por eso celebramos la Pascua cada año, cada domingo, en la Eucaristía.
Y la celebramos en nuestro corazón cada vez que curamos alguna herida, suprimimos pobreza y hambre; cada vez que renovamos nuestra vida. Cada día podemos resucitar un poco más en nosotros y hacer crecer la resurrección en el mundo.
La Pascua es compromiso de lucha contra la muerte. “Tenemos que seguir repitiendo, como Jesús ante el sepulcro de Lázaro: quitad la losa. Quitad toda opresión y toda injusticia; sal fuera, sal de tu cárcel y tu marginación; desatadle y dejarle andar, que sea libre, que sea persona, que pueda crecer y dar fruto”.
Cristo, en su resurrección, anticipó el futuro y nosotros, con su fuerza salvadora, tenemos que ir llenando el presente de futuro, sembrando semillas de vida; así, de esta forma, somos sus colaboradores pascuales y sus testigos.
2.- Un nuevo color a la vida:
La Pascua es parecida a todas las cosas bonitas que conocemos como la luz, el perfume, la flor… Pascua es pintar de color toda la vida.
La Pascua es luz, mucha luz, una luz que vence a las tinieblas, y que no se apaga.
Pascua es como “una lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana” (2ª Ped. 1,19).
El Hermano Roger se pregunta: «Me pregunto por qué esta confianza en Cristo que viene a iluminar nuestra noche es tan esencial para mí. Y me doy cuenta de que esta confianza tiene que ver con una experiencia de la infancia», cuando su padre le señalaba el cielo para descubrir la estrella del pastor que vieron los Magos.
La Pascua es perfume:
Jesús fue ungido por María, con nardo exquisito, antes de su muerte, como anunciándola. También fue ungido por Nicodemo con una mezcla de mirra y áloe después de su muerte. Las mujeres querían volver a ungirle con aromas que habían preparado, pasado el descanso sabático, al alborear el primer día de la semana.
Pero antes que todos se había adelantado el Espíritu Santo que lo ungió y lo perfumó hasta el fondo “con óleo de alegría» y santidad (Sal 44, 8-9).
El hombre pascual es el que se deja contagiar e impregnar de este perfume de Cristo, “pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo” (2 Co 2,15).
No somos levadura vieja, porque no queda en nosotros nada de corrupción, porque “habéis sido “lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”(1 Co 6,11).
“Jesús, ayúdame a infundir tu perfume donde vayamos. Inunda nuestras almas con tu Espíritu y con tu vida. Penetra y posee todo nuestro ser, de tal manera que nuestras vidas no sean sino una irradiación de la tuya. Resplandece a través de nosotros y sé de tal manera en nosotros que toda alma que tú nos harás encontrar pueda sentir tu presencia en nosotros” (Madre Teresa).