El Sayo galano               I

La tarde se deshilvana
en Almodóvar del Campo.
¡Qué bello cuelga el paisaje
en el altar de su ocaso!
Gira, gira ya la rueca,
la rueca gira llorando
hilos de tantos colores
que el cielo se ha puesto pálido.
(Dormida quedó la tarde
en la punta de los álamos)

Con las sombras que se yerguen
tras los montes, desdentados,
deja la dama la rueca
soñando de amor, soñando.
-Si mañana son sus días,
¡válgame Dios, qué temprano
me roba la luz el sol!
Si yo terminara el sayo…
-Catalina, son las doce,
y cantan presto los gallos.
-Mientras, Alonso, termino,
ve las luces apagando.
Sueña Catalina, sueña
en el vestido galano
que estrenará Juan de Ávila, mañana,
que cumple años.

                   II

Por la rosa de los vientos,
florecida con sus pasos,
cabalga -plata y añil-
el cortejo de los magos.
¡Cómo los guía la luna
cogiditos de la mano!
Las estrellas como flores
se marchitan en lo alto,
a las primeras caricias
del día que va llegando.
Antes que el sol lo despierte,
tempranero, con sus rayos,
el retoño de los Avilas
los sarmientos ha dejado,
porque también para Juan
vigilia tienen los Santos.
-Buenos días tenga el rey
de aqueste feliz palacio.

El Sayo galano

¡Vaya, que un añico más
es en la vida un buen paso!
Acércate, hijico mío,
que quiero besar tus años.
Rompió Catalina el beso
en la frente del muchacho.
(Reía la aurora niña
colgada en los secos álamos)
-Que no, Juanito, que no;
hoy te pones este sayo.
-No me aparejes ansí
con terciopelos tan caros
que no merece caricias
este cuerpo que llevamos.
-Hijo, ¿qué dirán los Reyes
siendo como es su regalo?
No dijo más Catalina.
El niño tercióse el sayo
que la madre le bordara
soñando de amor, soñando…

             III

Aquel día la llanura
(siguen las nubes hilando)
como novia que se casa
estaba toda de blanco.
(Caía la nieve. El viento
de Enero silba en los álamos)
Por la calle de Herrerías
a la escuela, tiritando,
un pobrecito camina
andrajoso, malparado.
La nieve caía. El frío
de Enero cortóle las manos,
que guardaba el niño, muertas,
entre los sucios guiñapos.
-¡Qué bien le estará mi traje,
y el suyo a mí qué galano!
Por abrigar al niñito
andrajoso, malparado,
quitóse Juan el vestido
de tercipelos y rasos,
que la madre le tejiera
soñando de amor, soñando…

    Mariano Mondéjar Soto, sacerdote