Nos acercamos a la fiesta de la Pascua en este Año Jubilar que tiene como centro reavivar la fe y el testimonio por medio de la conversión a Cristo. No es difícil encontrar similitudes entre esta espiritualidad del Jubileo y el tiempo de Cuaresma, así como respecto a la finalidad de ambos: ¡Que Cristo resucitado reavive nuestras vidas!.
La gracia de la indulgencia plenaria guarda relación con el misterio que vamos a celebrar estos días: Cristo ha dado la vida por nosotros perdonándonos y rescatándonos del vacío de vivir alejados de Dios. El amor de Dios manifestado en la cruz de su Hijo se adelanta y se nos ofrece gratuitamente. Desde esta perspectiva, nos es fácil comprender que la conversión es una llamada a acoger ese amor divino que perdona todo porque Dios ama al ser humano y, por eso, desea rescatarle del mal: «Dios nos amó primero y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (1Jn 4,10).
A veces los cristianos tenemos problemas para comprender y asumir la llamada a la conversión, sin embargo, creo que este planteamiento nos ayuda a entenderla: se trata de nos dejemos trasformar por el amor que Cristo nos ofrece antes de que nosotros tomemos postura. Él nos lo da gratis y sin pedir condiciones.
Lo que nos convierte es la recepción de ese amor y nuestro trabajo por asimilarlo. Tal vez, el ejemplo de los enamorados puede ayudarnos: cuando una persona recibe el amor de otra y responde a él con su amor, queda trasformada, cambiada. Pero este cambio no va en contra de lo que ella es, antes bien, le conduce a crecer en lo que le es más propio. Ese amor la personaliza, es decir, le hace ser más lo que ella es; le hace encontrar su mismidad y vivir en su verdad más propia. Nosotros encontramos ese amor cada día y, especialmente, en el sacramento de la Confesión que celebraremos el martes 19: Misa a las 19:30 y acto penitencial a las 20:00 h.
San Juan de Ávila es un claro ejemplo de esta experiencia. Él descubrió el significado del amor de Dios mirando a Cristo crucificado. Lo acogió, se dejó trasformar por él y eso le permitió conocer su verdad más honda, descubrir el sentido de su vida y realizar la vocación a la que fue llamado por Jesús. Su testimonio nos dice que a nosotros ha de ocurrirnos lo mismo.
El encuentro con Cristo y la acogida de su amor es fuente de gracia y de verdad. Por eso, os animo a que, en la compañía de san Juan de Ávila, nos preparemos para resucitar de nuestras muertes con Cristo y comenzar una nueva vida junto a Él, mientras se acerca la celebración del eterno amor de Dios manifestado el misterio de la muerte y la resurrección del Señor.