Sabemos valorar la luz cuando salimos de la oscuridad, mientras contamos con ella, nos parece algo tan natural que no nos damos cuenta de que existe.
Es posible que eso mismo nos pase con la fe. La recibimos como un regalo que nos hace el Espíritu Santo, de tal forma que forma parte de nuestra vida.
La fe es la luz espiritual que nos permite conocer a Dios si necesidad de verle o palparle. La fe es la seguridad de contar con el Amor de Dios, no porque lo merezcamos, sino porque ha querido hacernos ese regalo.
Este regalo conlleva una responsabilidad: Dios no me ha dado la fe para que la guardé en mi corazón y la disfrute en solitario. Deberé compartirla con otras personas, sin que exista un número concreto, cuantas más, mejor.
Jesús nos dice que «ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5,15)
En el Prólogo del Evangelio de San Juan encontramos la luz en Jesús: «En él (el Verbo) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1,4-5).
Jesús es la Luz. Tendré que mirar esa Luz para encontrar el camino de mi propia luz. Pudo pensar que Jesús es inalcanzable, puesto que es Dios; pero, al ser hombre, como yo, somos iguales excepto en que Jesús carece de pecado y cumple plenamente la voluntad del Padre.
El cumplir la voluntad del Padre será un punto muy importante para copiar; si lo hago, habré hecho que mi luz brille adecuadamente.
Jesús pasa treinta años de su vida oculto; no debió hacer nada extraordinario, sino trabajar mucho y bien.
Cuando en la Sinagoga de Nazaret confiesa que Él es el Mesías, sus paisanos se refieren a Él como el hijo de José el carpintero, conocen a su madre y parientes y recuerdan sus nombres.
¿Son estos años menos importantes que los de su vida pública?
Pienso que no, cada año tendrá su valor, que en el caso de Jesús es sin medida. En esos años podemos imaginar que trabajaría y oraría, conviviría con sus vecinos y les atendería en sus necesidades. Se prepararía para su vida pública, mucho más corta, pero suficiente para dejarnos su Doctrina, fundar la Iglesia y alcanzarnos la Redención.
Jesús nos dice que él es el camino hacia el Padre. ¿Qué me ofrece Jesús? Diría que todo lo relacionado con mi vida trascendente, simplificando, me ofrece cuatro regalos: Dios, como Padre; a María, como Madre; La Eucaristía y aprender a cumplir la voluntad del Padre.
Dios Padre:
En el «Padrenuestro» llamamos a Dios Padre; indudablemente, si no nos hubiera dicho que Dios es nuestro Padre, no nos hubiéramos atrevido a pensar en ello, se encuentra por encima de cualquier sueño que hubiéramos podido tener.
Jesús nos dice: «Pedid y se os dará» y hacedlo con insistencia, sin cansarnos, porque siempre seremos escuchados. El Padre es infinito Amor y lo derrama a manos llenas sobre nosotros; si se preocupa de vestir a las flores del campo y dar de comer a los pájaros, con mayor razón se preocupará de nosotros, que somos sus hijos.
Jesús nos regala a su Madre como Madre nuestra:
Jesús se encuentra clavado en la cruz, ve cerca la muerte; Juan, el discípulo amado y María, su Madre, están al pie de la cruz compartiendo con Él sus sufrimientos; no separa su mirada de los ojos de Jesús, en ellos brilla el Amor y, con su mirada, intenta aportar paz a los que le acompañan en aquel momento especialmente trágico.
Jesús se vuelve a su Madre y le entrega a Juan como hijo y, vuelta su mirada a Juan, le entrega a María como Madre; y en Juan nos encontramos la humanidad entera. En el corazón materno de María cabemos todos los hombres, como hijos, como si fuéramos hijos únicos.
Jesús nos da gratuitamente la Eucaristía:
En la última Cena, Jesús anuncia a sus discípulos su muerte inminente, es cuestión de horas. Les abre de par en par su corazón y les hace ver, posiblemente si éxito, que es bueno que Él se vaya, pues permitirá mandar al Espíritu Santo.
Jesús se quedará en la tierra con los discípulos y con todos los hombres que crean en Él, en la Eucaristía.
Les da ya a comer su Cuerpo y a beber su sangre y les da el gran encargo: «Haced esto en conmemoración mía».
No ha sido un momento único, sino que se repetirá en cada Eucaristía.
Jesús cumple la voluntad del Padre: Lo hace durante toda su vida.
Nacido de María, Jesús vive plenamente la vida de niño, joven y adulto. A los doce años, en la Pascua, se queda en el templo «para cumplir la voluntad del Padre»; así se lo manifiesta a María cuando le hace ver que ella y su padre le han buscado angustiados durante tres días.
Pasa Jesús el resto de su vida oculta junto a sus padres en una vida tan normal, que pasa desapercibida en los evangelios.
Inicia su vida pública bautizándose en el Jordán; recorre todo Israel haciendo el bien y predicando su Doctrina; pone los cimientos de la Iglesia cuando anuncia a Pedro que sobre él edificará la Iglesia.
En la oración en el Huerto consume hasta las heces la copa de amargura que le presenta el Padre, aceptando, como siempre, su voluntad; sufre la pasión y muerte en cruz y, momentos antes de morir, expresa ante el Padre que ha aceptado plenamente su voluntad: «Todo se ha cumplido«.
Jesucristo ha sido LUZ para el mundo.
Y yo ¿he sido y soy luz a mi alrededor? Es una pregunta que puedo y debo hacerme ante mí mismo y ante la Iglesia.
Confieso que he encontrado una respuesta sencilla: He procurado serlo y desde siempre me he sentido llamado a serlo. Otra ce .sa es valorar si lo he conseguido. Sé positivamente que menos de lo que debiera.
Otra consideración es que no tengo ningún mérito en lo que haya podido hacer. He tardado mucho tiempo en comprender que sólo he sido un instrumento útil en manos del Espíritu Santo; útil porque he procurado dejarme llevar por Él de forma más o menos consciente.
Lo he hecho a través del Apostolado Castrense y la Parroquia a la que he pertenecido. Hoy, en la Parroquia y en la Residencia en que me encuentro.