La devoción mariana ha sido una constante histórica en la vida de los Carmelitas. Cada generación ha traducido el amor a María, la Madre de Jesús de distintas formas.
No podemos quedarnos en el pasado porque cada época, inspirada por el Espíritu y orientada por su cultura, ha dado respuesta a esta inquietud que el Carmelo llevaba en su corazón.
En este pequeño artículo vamos a señalar algunas orientaciones que hoy encontramos en los Documentos y Fuentes de la Familia Carmelitana.
1. La Virgen de la Contemplación:
El mundo religioso es muy sensible a la interioridad. Son muchos los buscadores de Dios. Hay un despertar a la oración.
Los grupos de oración han nacido y siguen naciendo en todas las iglesias cristianas y en todas las religiones.
«Señor, enséñanos a orar». Esta petición de los discípulos a Jesús, se ha hecho realidad en muchos creyentes. Desean orar, dialogar con Dios y conocer los caminos del Espíritu.
En este sentido la Virgen ha sido una inspiración. Ella contempla en su corazón las maravillas del Señor y pone en nuestros labios el Magníficat como forma de alabar al Dios de las misericordias.
2. La mujer de la Palabra:
En estos últimos años la Iglesia se ha puesto a la escucha y meditación de la Biblia. El texto sagrado se ha convertido en libro básico del creyente.
Los Carmelitas, fijos los ojos en María, han comprendido que la Madre del Señor es un modelo del creyente. Desean meditar y darle vueltas en su corazón a las maravillas de Dios.
Han querido llevar a la práctica lo que el Concilio Vaticano II recomendó a los religiosos:
«Manejen cotidianamente la Sagrada Escritura para adquirir en la lectura y meditación de los Sagrados Libros el sublime conocimiento de Jesús» (PC 6).
3. Madre de la comunidad:
La devoción a la Virgen María ha sido un manantial de fraternidad.
En todas las épocas y culturas María nos ha llevado a querernos más como hermanos.
La Madre de Jesús, reunida con la primitiva comunidad naciente en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo en oración, ha tenido una influencia en los consagrados.
Los Carmelitas se han considerado «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María«.
La Virgen del Monte Carmelo ha inspirado siempre comunión, fraternidad, ternura, cariño, respeto, compasión y afabilidad. Ella ha sido la que ha inspirado las virtudes domésticas para crear entre nosotros una vida más agradable.
4. El servicio mariano:
Hay un icono en el Nuevo Testamento muy querido por la tradición carmelitana: la visita de la Virgen a su prima Isabel.
María encarna el servicio pronto y gratuito a los más necesitados.
Esta imagen mariana ha llevado al Carmelo a desvivirse por los desheredados de este mundo, los más pobres, los últimos de la sociedad. La presencia en las periferias del mundo ha nacido de la contemplación de Cristo pobre y de su Madre.
El acoger a los más pequeños ha sido una constante en la historia de la Vida Consagrada.
Los que nadie quería han llegado a ser los privilegiados de Dios. Madre de la compasión y la misericordia.
Como encarnación de lo más específico del cristianismo, María es la Buena Samaritana que nos acoge a nosotros los extraviados.
5. María es de casa:
Forma parte de la Familia Carmelitana y esto se traducía en cariño y familiaridad con la Madre de Jesús.
Son muchos los testimonios, bellos, expresivos y concretos que la tradición del Carmelo nos ha legado:
«Pon tu persona entera en manos de María. Acércate a ella como a la maestra más sabia, como a la Virgen más prudente. En una palabra, pórtate con ella como corresponde a un hijo que se precie, y comprobarás por experiencia que ella es la madre del amor puro y de la esperanza santa» (Miguel de San Agustín).
Hay un texto moderno que expresa lo que María del Carmen ha sido y es para la tradición del Carmelo:
«Aquellos religiosos que se sientan movidos por una gracia especial del Espíritu a vivir con mayor intimidad su unión con la Virgen, correspondan con generosidad a esta gracia: no cabe duda que la misma Virgen María llevará a estas almas que se le han consagrado a una profunda unión con Dios en Cristo y en la Iglesia, les concederá el gusto de lo divino, las preparará las experiencias más sublimes y despertará en ellas la esperanza del reino de Dios» (Capítulo Especial 1967, n. 73).