En tiempos de Juan de Ávila el movimiento oracional era muy intenso y llenaba todos los estratos de la sociedad y de la Iglesia en España. La oración era un tema de la calle y de los templos. Era un siglo pletórico de oración y vida espiritual. Lo mismo podríamos decir de sus Cartas.
En todo este campo lleno de vitalidad, nuestro Santo es una de las figuras más significativas.
El Apóstol de Andalucía es un maestro, consejero, director espiritual, predicador y escritor. No hay autoridad espiritual que no haya encontrado en él una ayuda y un aliento.
La presencia de la oración en sus escritos es muy abundante. No es un teórico de la oración, va por delante con su ejemplo.
Fray Luis de Granada, muy cercano a su vida, nos señala que dedicaba a la oración varias horas al día. Y esto mismo aconsejaba a sus discípulos.
La oración es la base y la llama de toda su vida apostólica. Es más, creía que una iglesia más orante era una Iglesia más creíble y más testimoniante. «Otro gallo cantaría» si los creyentes se convirtieran a la oración. Estas son sus palabras:
«Si tuvieseis callos en las rodillas de rezar y orar, si importunaseis mucho a nuestro Señor y esperaseis de él que os dijese la verdad otro gallo cantaría. ¿Quieres que te dé su luz y te enseñe? Ten oración, pide, que te dará. Todos los engaños vienen de no orar» (San Juan de Ávila).
Para el Maestro Ávila la oración es diálogo con Dios, hacerle compañía, comunicarse con él. Bien sea pensando, pidiéndole y dándole gracias. Por eso describe el arte de la oración de este modo:
T por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando» (S. Juan de Ávila).
En su obra maestra, el «Audi Filia», hemos encontrado muchos avisos, consejos y pautas para orar.
Es un maestro, pedagogo, un auténtico mistagogo que nos va a introducir en el misterio de su oración. Sus directrices están llenas de sabiduría.
Podríamos decir que humaniza la práctica de la oración y la hace accesible para todos. Sin grandes pretensiones, con la sencillez que le caracteriza. Empieza a orar, como sea, como puedas. La práctica es el mejor modo de oración. Se aprende a orar orando.
Recordemos sus palabras:
«… conténtese con lo que les diere».
«Entren por la puerta que hallaren abierta, porque aquella es por donde Dios les quiere meter».
«Ir con libertad y no estar atados a nuestras reglas».
Cada vez que abro las Obras de nuestro paisano me encuentro con una sorpresa, con una indicación que nutre mi oración.
Estas cosas acaecen cuando el autor que traemos entre manos tiene siempre una palabra de sabiduría para todas las personas y todos los tiempos.
Por eso la Iglesia ha tenido el acierto de proclamarlo Doctor.
Pero no nos engañemos ni formemos falsas expectativas. Cualquier clásico y Juan de Ávila lo es, presenta dificultades en la lectura.
Por muchas razones. El lenguaje ha cambiado, la cultura es distinta, la mentalidad es muy diversa a la nuestra. Es difícil masticarlo porque es duro y nuestros dientes son muy blandos.
Necesitamos tiempo, paciencia y constancia en la lectura. Se va comprendiendo poco a poco.
Cuando uno se habitúa a esta lectura siempre te dice alguna cosa.
Es como la música clásica, uno no se cansa de escucharla. Así son los clásicos.
Por eso es muy bueno hacerse amigo de ellos porque son sabios y consejeros para todas las edades y para todas las épocas.
El Año Jubilar es una buena ocasión para acercarnos a las verdaderas reliquias de Juan de Ávila que son los escritos.