Creo que la importancia del camino vendrá marcada por el lugar a donde conduzca. Cuando se alcanza el final, tendrá poca importancia si ha sido llano o empinado, suave o abrupto, sólo interesará que sea el adecuado.
Se dice que «el que quiere algo, algo le cuesta«; y esta frase es válida para todo el que emprende un camino hacia un fin determinado. Difícilmente alcanzará el final el que quiera tomar un atajo al camino porque ofrezca menos sacrificios.
Vemos a algunos alpinistas que, por alcanzar cimas inaccesibles, se mueven entre nieve y hielo, escalan cortadas prácticamente inaccesibles, sufren congelaciones, se exponen a encontrar la muerte y a veces la encuentran.
Nada les detiene y, cuando culminan su ascensión, sonríen satisfechos y procuran hacerse una foto en la que se recoja su éxito. Ha valido la pena tanto sacrificio, aunque el éxito pronto pase al olvido sustituido por otra similar más reciente.
Asistimos con alegría a los triunfos de Rafa Nadal, como número uno indiscutible en tenis; desde muy pequeño eligió ese camino para triunfar; consiguió convertirse en zurdo, aunque solo fuera para manejar la raqueta.
Ha regateado con sacrificio y entrega las lesiones que intentaban alejarle de su camino. Es un modelo de perseverancia y humildad, y un ejemplo para los que deseen seguir un camino que les permita triunfar.
En una época, tuve a mis órdenes, como soldado, a Pedro Carrasco, que fue campeón del mundo como boxeador; en aquel momento era poco conocido, se trataba de una persona cercana y humilde. Charlaba con él sobre su carrera, que era todo, menos un camino de rosas.
Me contaba los sacrificios que le exigía seguir aquel camino que él había elegido. Mientras sus amigos se divertían, él entrenaba varias horas al día, vigilaba su comida, procuraba descansar, pensaba que valía la pena tanto sacrificio, si al final del camino le esperaba el triunfo; como así fue.
La fábula de la liebre y la tortuga es ilustrativa: emprenden una carrera cuyo final es llegar la primera a la meta. Si se hubiesen abierto apuestas, posiblemente hubiesen fracasado.
La tortuga y la liebre emprenden el mismo camino: la liebre se pierde de vista y decide tomarse un descanso, se queda dormida y el descanso más de lo previsto. Se despierta y echa a correr, pensando que la tortuga se encuentra detrás de ella.
Con asombro ve que la tortuga gana la carrera. Cuando la liebre llega a la meta, se encuentra a la tortuga esperando.
Ha valido más la constancia que las facultades.
Aquí recojo los sacrificios de los que escogen el camino que les lleva al triunfo, son importantes.
En todos hay un hecho común, los frutos que recogen son perecederos, brillantes en su momento, olvidados más tarde, recodados otras veces durante un tiempo, pero, al fin, olvidados.
Debo hablar ahora del auténtico Camino, que Dios nos ofrece a todos, con un final eterno y lleno de felicidad al encontrarnos con el Padre, después de terminar nuestra vida.
Este Camino no es otro que Jesús, Él mismo nos dice: «Yo soy el Camino…«
Este Camino, al contrario del que hemos contemplado y reservado para unos pocos, sirve para todos, está abierto de par en par para todos.
Todos los podemos y debemos escoger. A todos se nos busca para que los sigamos con una sola condición: que lo hagamos libremente y ayudados de la gracia del Señor.
¿Por qué, entonces, cuesta dar con él, perseverar en él?
Hay una cosa cierta; me atrevo a asegurar que un número incontable de personas lo han encontrado a lo largo de su vida y han alcanzado la meta final.
Jesús es un Camino que sólo puede juzgar cada uno consigo mismo.
Vivo en un Residencia, desde hace once años, dado que casi todos los que se encontraban en ella, falta y pocos lo han abandonado, debo deducir que se encuentran ahora con el Padre.
Si dudase, que no dudo, de que alguno hubiese fallado, tendría que empezar por mí mismo, pues soy el único que conozco en profundidad.
Todos , a su modo, han encontrado el Camino hacia el Padre, que no es otro que Jesús.
Pienso en las abuelas que me acompañan en Misa, en las que están en la Residencia, las que he encontrado a lo largo de mi vida, llenas de bondad, dedicadas a su familia…; han visto desde el principio que el único camino hacia el Padre es Jesús y le imitan en un tema fundamental: cumplir su voluntad, como hizo Jesús a lo largo de su vida.
Es posible que no sean conscientes de este hecho, pero «aman a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ellas mismas».
También puedo recordar a un número elevado de jóvenes para los que Jesús ha sido el Camino para encontrar el perdón del Padre, a través de la parábola del hijo pródigo.
Les atraía y convencía el saber que les estaba esperando con Amor y paciencia.
Sólo necesitaba que ellos se pusiesen en camino hacia Él, convencidos de que nada importaba lo que tuviera que perdonar; sólo que ellos lo deseasen y buscasen.
En el Evangelio vemos cómo Jesús es el Camino de la Salvación.
Una mujer pecadora lava con sus lágrimas sus pies; los seca con sus cabellos, los llena de besos y vierte en ellos un frasco de perfume muy caro.
Luego escucha de labios de Jesús que «mucho se le perdona porque ha amado mucho».
Pedro niega a Jesús tres veces; y Jesús, después de su Resurrección, le pregunta tres veces si le ama. Pedro responde que sí y Jesús le encarga el cuidado de la Iglesia.
Jesús se ofrece como alimento y la gente le abandona.
Pregunta a sus discípulos si quieren hacer lo mismo y Pedro, en nombre de todos, le dice que «sólo Él tiene palabras de vida eterna».
Podríamos decir que sólo a través de Jesús, llegaremos al Padre, escogiéndole como Camino.
Me pararé en la Virgen como sendero que escogen muchos, en su marcha hacia el Padre.
Indudablemente es una elección válida. María es en sí un auténtico sendero sobre el Camino, que conducirá, al que lo sigue, al mismo lugar que el Hijo.