El próximo 7 de octubre se cumple el primer aniversario de la declaración de san Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia universal por Benedicto XVI. Son muchos los acontecimientos y citas que han ocurrido desde entonces. Creo que no me equivoco al afirmar que para nosotros los más destacados han sido la celebración del Año Jubilar y la elección del nuevo Papa Francisco.
Sin embargo, dejar constancia de estas dos gracias no supone cerrar el capítulo de todo el bien recibido. Aún tenemos que dar gracias a Dios, por muchas más cosas. El Jubileo ha traído consigo el desarrollo del espíritu cristiano de servir a los demás y de trasmitir y avivar en otros la fe en Jesucristo y su Evangelio, con toda la variedad de radicaciones que conlleva.
Pero, ¿cuál ha sido la clave que ha posibilitado este movimiento hacia delante? Es triple. En primer lugar, una compresión y una puesta en práctica de la fe como tarea, como misión hacia otros. Junto a esto, la actitud personal de salir de uno mismo: salir de la comodidad, salir del modo tradicional de hacer las cosas; romper prejuicios respecto a los demás. Y, por último, actuar el dinamismo de la entrega sirviendo la fe y las necesidades y demandas de los otros; en nuestro caso, de los peregrinos.
Avivar la propia fe, salir de uno mismo, y entregarse a otros han sido las tres líneas de fuerza que han posibilitado el crecimiento de la misión de evangelizar y de la práctica de la caridad. Pero lo más importante es que, aunque estos factores se hayan producido individualmente, también se han dado de forma colectiva, gracias a la relación y al intercambio entre muchos.
El jubileo ha reunido a miembros de la comunidad que antes no habían tenido la suerte de conocerse personalmente o compartir un proyecto común. Nos ha hecho compañeros de misión y también ha acogido entre las filas de sus voluntarios y colaboradores a personas que antes no habían participado en ninguna tarea o cita eclesial. Todo esto termina generando lazos de unión fraterna y la edificación de la comunidad cristiana.
Esta bendita luz jubilar ha bañado con su claridad al conjunto de la comunidad parroquial y a una buena parte del pueblo de Almodóvar. Por eso, creo que tenemos que sentirnos sanamente orgullosos y felices, y dar gracias a Dios por todo ello. Él nos ha puesto delante a trece mil peregrinos para que pudiéramos hablarles y tratarles en su nombre, mientras su Espíritu ha ido hermanándonos.
Pidamos que San Juan de Ávila siga intercediendo para que la obra de Dios en este Jubileo llegue a su plenitud, y nos alumbre el camino que debemos seguir más allá de su término.