¿Existen realmente las cosas pequeñas o todas son grandes cosas?
Me inclino porque todas las cosas son grandes; diría, copiando una frase conocida: «Las cosas no son grandes ni pequeñas, todo dependerá del valor que le dé el que la posea«.
¿Qué me ha movido a escribir estos pensamientos? Un hecho aparentemente sencillo: me contaba un auxiliar de la residencia en que vivo, la inmensa ilusión que le había hecho a Mari Carmen, una chica relativamente joven, que se encuentra en silla de ruedas toda su vida, que sólo habla y muy claro, con sus ojos y sus gestos-le entendemos todo-, que tiene muy buena inteligencia.., decía que hablaba de la ilusión de Mari Carmen cuando Rafa, el auxiliar, le sacó una tarde a recorrer la plaza del pueblo.
Estábamos en fiestas, en la plaza se celebran hasta veintidós entradas toros; la plaza se encuentra rodeada de palcos desde los que se presencian las entradas y sueltas, rebosando de gente.
Pero, Mari Carmen y Rafa estaban solos, no había ni entradas ni sueltas de todos, era un período de descanso.
Mari Carmen estuvo sonriente y exultante desde la salida hasta el regreso; para ella aquella excursión era inmensa.
Paso ahora a mi propia experiencia: salgo todas las mañanas a comprar el periódico, en estas fiestas voy a ver las entradas de toros todas las mañanas, que son tranquilas y puedo verlas, por las tardes no veo casi nada.
Procuro ayudar a las personas que se encuentran en sillas de ruedas o trasladar al jardín o al salón a alguna señora con alzhéimer, que anda desconcertada por el pasillo.
Si se me pasara por la cabeza, que no me pasa, pensar que tengo algún mérito, vería que para mí eso es una cosa pequeña que hago con mucho cariño, mientras que para la persona a la que ayudo, si se lo permite su percepción, es un hecho importante.
Una señora acababa de comer ya tarde porque había estado en el hospital, pasé cerca del comedor y vi que ya había terminado, le ofrecí llevarla a su habitación, lo que para ella era una cosa importante, estaba cansada y tenía ganas de descansar, seguramente para ella no era una cosa pequeña, para mí sí lo era.
Recuerdo mi niñez, en que había necesidades económicas, pues era feliz con una caja de zapatos tirada por una cuerda en la que transportaba piedras o arena, si estaba en el campo, o pequeñas cosas por casa. La caja era para mí importante.
Mi hijo pequeño, que entonces tendría tres años, tenia, como la mayor ilusión, tener un perro.
Los reyes solían ser generosos, y aquel año lo fueron, entre los juguetes colocaron un perro de peluche pequeño, era con diferencia lo menos valioso y lo menos atractivo que había allí.
Llegó el momento de descubrir qué habían traído los reyes y mi hijo vio el perrito, corrió a cogerlo, lo abrazó y no paraba de decir con auténtico embeleso: «¡mi perro! ¡mi perro!…
Para él los demás juguetes carecían de importancia.
Tengo una especial amistad con una comunidad de Carmelitas Descalzas; dos o tres años me ofrecí a hacer de Rey Mago y atender sus peticiones; no era para mí ningún problema económico, pero sí el poder atender sus peticiones.
Había monjas mayores y jóvenes.
Las jóvenes me pedían, en una descripción larga y llena de detalles lo que podían ser unos bolígrafos de colores.
Las mayores eran las que presentaban problemas: tenían una maquina de reducir a polvo el pan duro y necesitaban una pequeña pieza, que costaría unas pocas pesetas; lo malo es que la maquina tenía unos treinta años y ya se usaban maquinas eléctricas.
¿Todas las cosas serán para Dios Padre pequeñas, dado su inmenso poder?
Acudo al Génesis: en sus primeras páginas se recoge la creación, que gira, como es natural, en la creación del hombre.
Si de una forma objetiva me paro en la creación de la tierra, veo que no es más que una gota de agua dentro de un océano, en el universo.
Desciendo ahora al hombre; y es una molécula en la tierra; es decir, menos que nada.
Pero, Dios nos hace «a su imagen y semejanza»; nos da el dominio sobre la creación y, ante el pecado de Adán y Eva, no duda en prometer un Redentor, que será el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Estoy convencido de que soy tanto para Dios, que hubiera hecho la creación, aunque yo fuera el único que la aprovechase; afortunadamente el número de santos es incontable.
¿Quiere esto decir que me encuentro con méritos suficientes?
Está claro que no; lo que sí es verdad es que el Amor de Dios es infinito y ese es el Amor que me regala.
Jesús, Dios y hombre verdadero, siendo Dios, no duda en hacerse hombre para redimirnos; somos tan importantes para Él, que no duda en encarnarse en la Virgen, nacer en una cueva, que su Madre le acostase en un pesebre y, luego, vivir pobre trabajando duro y morir en la Cruz para luego Resucitar…todo para redimirnos.
Del Espíritu Santo, confieso en el Credo que es «Señor y dador de Vida»…
Cuida de las galaxias; pero, también, de las plantas, insectos, de todo lo que tiene vida.
En relación conmigo es mi permanente Providencia, que dirige mi vida, con total respeto a mi libertad.
Es así mismo como mi conciencia, haciéndome ver lo que está bien y lo que está mal…; luego, yo puedo atenderle u olvidarle.
La Virgen nos atiende, como Madre que es de Jesús y nuestra, actuando de Medianera entre el Padre y nosotros.
¡Cuántos hemos sentido su presencia amorosa cuando la hemos necesitado!