A lo largo de tres fines de semana, insertos en el clima de la Navidad, hemos ido celebrando los deferentes actos de la clausura de nuestro querido Año Jubilar. Ahora podemos decir que el Jubileo ha terminado porque todo tiene su principio y ha de tener su fin. El Año Jubilar fue una concesión extraordinaria del Papa Benedicto para que Almodóvar, la diócesis de Ciudad Real y las diócesis españolas, pudieran celebrar la proclamación de san Juan de Ávila como nuevo Doctor de la Iglesia universal.
El objetivo del Jubileo era renovar la fe, la fraternidad cristiana y la llamada a dar testimonio de Jesucristo. Una gracia extraordinaria –la indulgencia plenaria- era ofrecida por la Iglesia para la remisión total de los pecados y de sus efectos a quienes confesaran realmente arrepentidos.
Pero, además, el Año Jubilar buscaba acercar a todos hacia la experiencia fundante de aquel hermano nuestro, que nació, como nosotros en esta tierra, y que ha llegado a convertirse en el treinta y tres Doctor de la Iglesia en dos mil años de cristianismo. Todos los que lo hemos vivido de cerca, tanto los voluntarios como los fieles de Almodóvar, sabemos que el Jubileo ha sido una completa gracia; sin embargo, podemos afirmar con sano orgullo que esta misma consideración es la que hacen los más de 20.000 peregrinos que han venido hasta la tierra natal del Doctor.
El Jubileo era el primer paso de un nuevo proceso que la iglesia deseaba que se comenzase en la diócesis a partir del doctorado. Ahora –siguiendo las palabras que nos dirigía nuestro vicario en el vigilia- nos corresponde dar un paso más de responsabilidad y entusiasmo en la misión que la Iglesia nos propone, y continuar creando nuevos cauces para seguir acercando a más personas al pensamiento espiritual y teológico del Doctor y, por medio de él, a la fe y al seguimiento de Jesucristo. Cerramos esta etapa llenos de gratitud por haber podido servir la fe de otros a través de la renovación de la nuestra y del servicio desinteresado. Nos tomaremos alguna semana de descanso merecido, y comenzaremos a organizarnos para trabajar en la segunda fase de este proyecto avilista.
El jubileo, al igual que la misión cotidiana de la Iglesia, es una siembra en la fe en la caridad y en la esperanza. Lo que ha pasado dentro de cada uno de los voluntarios y peregrinos, y sus consecuencias internas y externas sólo Dios, la persona concreta y, quizás, algunos testigos lleguen a conocerlas. Seguramente ya hay muchos frutos, pero el comienzo de una segunda etapa será un medio objetivo para verificarlo. Como buenos compañeros de misión, démonos un abrazo fraterno por el trabajo bien hecho, y antes de abrir un nuevo capítulo, terminemos esta página jubilar de la historia de san Juan de Ávila, haciendo nuestra la frase de agradecimiento que ha presentado la lona que adorna la pared del que ha sido templo jubilar: «¡Gracias a Dios, a ti, a él, a Almodóvar, a la Iglesia!»