San Juan Bautista de la Concepción
Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (ver Mat. 25, 31-36)
Antes de exponer algunos puntos sobre el pensamiento de nuestro S. Juan Bautista de la Concepción acerca de la caridad, recordemos uno de los muchos textos, sobre esta materia, que hay en la Biblia:
«Atención, ahora, los ricos: llorad a gritos por las desgracias que se os vienen encima. Vuestra riqueza está podrida y vuestros trajes se han apolillado; vuestro oro y vuestra plata están oxidados y su herrumbre se convertirá en testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. ¡Habéis acumulado riquezas en los últimos días. Mirad, el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, el que vosotros habéis retenido, está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo. Habéis vivido con lujo sobre la tierra y os habéis dado a la gran vida; habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. (Sant.5, 1-6).
Y este otro texto, muy exquisito en contenido, de nuestro querido San Juan Bautista:
«¡Oh santo Dios mío!, ámete yo mucho y quiera mucho a tus pobres, que, aunque yo no merezco entrar en tal compañía, tú, que eres misericordioso y gustas que tus obras sean perfectas y acabadas, gustarás de que entre porque sea trinidad: Dios, el pobre de bienes temporales y yo, pobre de los espirituales, para que, siendo trinidad perfecta, que consiste en unidad de esencia y trinidad de personas, siendo tú, Señor, el pobre y yo tres personas, haciéndonos tú una misma cosa, seamos unos con una unidad y unión perfecta como tú la obras en la almas que tú amas y quieres» ( de «La regla de la Orden de la Santísima Trinidad 19,4)
Y estos otros textos de dos Santos:
San Juan Crisóstomo: «No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos. Es preciso satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia».
San Gregorio Magno: Cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia»
Textos de San Juan Bautista de la Concepción:
Nuestro querido Patrono tenía una fuerte obsesión por el cuidado y ayuda a los pobres. Así compara la caridad a una fuente interior, que lleva la persona, que no es codiciosa y guarda y atesora la riqueza para sí, sino que se vierte y derrama hacia fuera. Así escribe:
«La caridad en la Escritura en muchas partes es comparada al agua. Entre todos los licores, el que más corre, se vierte y derrama es el agua… veremos una fuente que se está desentrañándose a sí propia y dando cuanta agua tiene, parece que se queda ella vacía por solo derramarse y correr por los prados y sembrados.
¡Oh, qué celestial naturaleza! Que no es codiciosa la fuente, ni temiendo que le ha de faltar el agua, la guarda, conserva y detiene en sí; toda la envía y derrama y espera que para ella y las demás tierras venga otra agua, que para todo eso es poderoso Dios que tal ser y propiedad le dio.
¡Oh, si los hombres entendiesen que la caridad tiene esta propiedad: que en quien de veras se halla se hace en él, dice Cristo, una fuente que está saltando y sube a la vida eterna! Si fuente, derramase tiene por los otros lugares y extenderse a tiene a sus prójimos y hermanos; si fuente, no ha de guardar la caridad para sí solo, que, si es fuente, a la prisa que se derramare y comunicare le vendrá más agua, que para todos es Dios poderoso» (Tomo II pag. 1042)
Y hace nuestro Santo mención a un refrán muy corriente que dice: que «la caridad ha de empezar por sí mismo«.
Es cierto que el mandamiento del amor implica amarse a sí mismo como don que somos de Dios, pero eso es diferente de encerrar el amor, que por naturaleza es difusivo, en sí mismo solamente.
Así escribe nuestro Santo:
«No tengo yo por fuente la que donde nace se hunde y la que apenas se descubre cuando ya desaparece, ni por caridad la que dentro del mismo hombre se ahoga y allí se hunde, diciendo que la caridad ha de empezar desde si propio, y apenas ha nacido en sí cuando en sí queda zambullida y apagada.
¿Qué juzgaríamos de un hombre que, teniendo una moderada hacienda y llegase un hombre en extrema necesidad a la puerta, que le dijese: Andad por Dios, hermano, que lo que tengo lo he menester y la caridad ha de empezar desde mí propio? (Tomo II pag. 1042).
Y siguiendo con el mismo tema, insiste S. Juan Bautista en que la caridad, para estar viva y creciente debe mantenerse en continua actividad:
«Gran cosa es al fuego echarle leña y al río que se le junten arroyos, porque de esa manera consiguen duración y perpetuidad.
¿Qué otra cosas desea la caridad sino ocasiones en que se conserve y aumente?…
Quien, hermanos, tiene caridad, ¿qué puede desear y querer sino que arda? Quien en sus entrañas tiene una fuente de agua viva, no es de pequeña consideración que corra y se junte con otros arroyos, que son los ejercicios que se tienen en servicio de nuestros hermanos» (Tomo III pag. 446)
Y, en estos textos siguientes, afirma nuestro querido Patrono la Alegría que produce en el corazón poder compartir:
«Jamás vi labrador enojado porque viese venir una hormiga a su montón y llevase un grano de trigo; porque, si es discreto, considera que Dios le dio a él un montón y que no será mucho dejarle llevar a aquel animalillo un solo grano, pues Dios, que a mí me dio el trigo, es Dios y Señor de todas las criaturas…
Si esto es así, y la razón lo pide, ¿por qué ha de tener por molestia un hombre, a quien Dios enllenó de bienes, que llegue una vez y muchas a su puerta una criatura que Dios hizo a su imagen y semejanza?, sino considerar que todos somos hijos de un Padre y siervos de un Señor»…
«A ese propósito dijo Cristo: ¡Ay de vosotros, ricos que amontonáis riquezas!- como quien dice- que no cogeréis porque, siendo vosotros tierra flaca, no podrá prevalecer ni llevar fruto; es poco el calor que tenéis para digerir cosas tan indigestas, y habéis menester iros a espacio y derramar vuestra riquezas en esa tierra estercolada de los pobres… que siendo bienes esparcidos y bien sembrados, nacerán y cogerás fruto de bendición y ciento por uno»…
«¿Queréis saber, poderosos del mundo, la causa porque vais por el mundo reventando, pesados, cargados, muertos, que no podéis echar el paso adelante? Porque amontonáis las riquezas, porque de todas hacéis un lío y vais mal cargados con ellas. Dividid, divididlas, haced dos tercios: uno para vos y otro para Dios; y yendo la carga por iguales partes, iréis vuestro canino con descanso y contento».(Tomo II pag. 1201)
«En el mundo solo hay dos balanzas, dos maneras de gentes: ricos y pobres; unos que tienen, otros que no tienen. Los ricos y los que tienen siempre están tendidos en el suelo, caídos y postrados por tierra. La causa es porque, estando su balanza llena, está la del pobre vacía. Si quieres, hermano, que la tuya suba y se levante del suelo, quita de esa balanza y pon en la del pobre, que tanto cuanto el pobre bajare a tomar consuelo en tu casa, tanto subirás tú a tomar cielo en la casa de Dios» (Tomo II pag. 1203)
«Qué son, hombre poderoso, las riquezas, las prosperidades? Ríos son que corren y pasan por los hombres, que son la tierra y tierra flaca. Pues dime: cuando las rudezas entran en tu casa ¿por qué las amontonas? ¿Por qué las atesoras? ¿ Por qué no las dejas ir su camino y que pasen? Que hasta que lleguen al cielo les ha dado Dios peso. Pues él propio dice que atesoremos en el cielo…Si te parece que el cielo está muy alto y las riquezas son pesadas y de la calidad y propiedad del agua, que siempre corre abajo, y que no podrán subir por su peso y gravedad…ya ha hallado Dios una traza divina y soberana, que es bajar su cielo abajo y ponerlo en los pobres…»
(Tomo II 1204) «Muy lindas cartas son esa figuras que el mundo tiene desechadas que, como vienen acompañadas y firmadas de Dios- que lo que a ellos hiciéremos es limosna hecha al mismo Dios- cierta es la ganancia.
Queramos este dichoso envite que Dios nos hace de amparar y querer a su pobres, que, por no querer el mundo y estar ciego, se quedó perdido, porque quien al pobre pierde perdido va.» ( Tomo III pag. 79).