Cuando Jesús dijo aquello tan hermoso: «dejad que los niños se acerquen a mí«; yo siempre me he imaginado que lo que pretendía Jesús era empaparse de la espontaneidad e inocencia de los niños, de la limpieza de unas almas trasparentes en las que podía encontrar sentimientos más puros de los que podían atenazar a los adultos. Y supongo también que le gustaba escucharles, oír cuanto podían decirle de su visión de las cosas, de lo que pensaban e incluso de lo que desconocían porque de alguna manera, hasta del propio desconocimiento, bien puede decirse que surgen las mayores lecciones de la vida.
Quizá en aquellos días en los que Jesús quiso que los niños le hablaran, no se les escuchaba demasiado, se pensaba que eran solamente eso: niños; un error a medias si se piensa con cierta lógica pues, efectivamente, eran niños en su sentido más puro y sencillo pero qué dudaba cabe que valía la pena escucharles.
Hoy en nuestra sociedad, y cuánto más avanzada, más aún, erramos también en lo que concierne a los niños, pero por otras cuestiones pues cada vez pareciera que son menos niños y cuando les escuchamos buscamos en ellos réplicas en miniatura de nuestro mundo adulto y lo que es aún más preocupante, bajo el palio del prodigio o del innato talento.
Uno entre cien o entre cien mil niños, desconozco las estadísticas al respecto, puede nacer con una mente o un talento prodigioso y que desde muy temprana edad marque un ritmo y unas habilidades excepcionales. Las artes y las ciencias a lo largo de la historia han dejado escritas unas cuantas biografías prodigiosas, pero no llamemos prodigio a lo que simplemente es una habilidad trabajada desde la imitación y emulación adulta porque ni es portentoso ni debe ser ensalzado, sino todo lo contrario es una falsificación de ídolos que con el paso del tiempo corren el riesgo de caer del pedestal y romperse; de hecho no pocos ejemplos y no demasiado lejanos en el tiempo demuestran esas estrepitosas caídas de ídolos que ni siquiera llegaron a su etapa adulta para contarlo.
Hoy con los niños nos estamos equivocando de manera preocupante. En nuestra super- sociedad, tan proclamadora de derechos y de oportunidades, no nos conformamos con tener niños sanos que jueguen con otros niños, que tengan una inteligencia normal para aprender paso a paso y poco a poco lo elemental, no, además queremos que canten como Bisbal o Malú, que bailen como Michael Jackson, e incluso que cocinen como Arzak o Arguiñano…, niños que ven una televisión de entretenimiento engañoso que les confunde del mismo modo y en la misma predisposición que también engaña y confunde a los adultos, pues de otro modo no se logra entender cómo surgen programas en busca de talentos adultos y al poco tiempo se hace una réplica » junior» o » Kids», absurdas palabras anglosajonas por cierto para contribuir más al espectáculo, donde los niños hacen previos castings para poder concursar y hacerse con el triunfo como hacen los adultos en su formato.
Pero lo mejor de todo esto es que, a la sociedad le gusta, le encanta ver a niños haciendo espectáculo, y lo peor es que ni tan siquiera se hacen una sola pregunta, no se cuestionan qué valores y principios se están llevando por delante en la educación y formación de todos esos niños » prodigiosos» cantantes, bailarines, cocineros….
Somos una sociedad tan hipócrita como incongruente, nos guste o no reconocerlo. Por un lado abonamos la moralidad proclamando derechos de la infancia, pero por otro vulneramos su derecho a ser niños en su más amplio sentido natural fomentando ambiciones y aspiraciones para las que no están aún formados ni preparados por muy bien que nos parezca que cante o que toque una guitarra.
Es muy loable que de principio si se observa a un niño con una habilidad especial se le fomente para que la desarrolle y pueda quizá valerse en la vida de ello.
Hay talentos con los que, efectivamente, se nace y es bueno desarrollarlos para una proyección futura, pero una cosa es desarrollarlo con una cierta disciplina equilibrada de aprendizaje y otra muy distinta hacer de ellos una atracción de feria, porque al fin y al cabo eso lo que hace la televisión de hoy en día con los niños, mostrarlos como monitos de feria y confundirles con el éxito momentáneo que algunos saborean una vez y casi es hasta una suerte que se queden ahí mientras que a otros se les eleva cuán globos aerostáticos a unas nubes altísimas de las que corren el enorme riesgo de caer estrepitosamente.
No todo debería valernos en la televisión pero menos aún tratándose de los niños.
Cuestiono mucho el lugar en el que dejan aparcados los derechos de los niños ante determinados programas concursos de talentos, pero cuestiono más aún a esos padres que permiten a los diferentes canales de televisión utilizar de ese modo a sus hijos para crear diversión y espectáculo.
Deberían cuando menos pararse a pensar en el futuro de sus hijos, y no precisamente en el mundo de la canción, del baile o de la cocina, sino en el futuro al que tendrá que enfrentarse como hombre y mujer al margen de la profesión a la que se termine dedicando, hombres y mujeres que se encontrarán ante éxitos y fracasos, ante lo fácil y lo difícil, ante la responsabilidad y el pasotismo, ante la generosidad y la envidia…en definitiva ante una continua balanza donde los premios y los aplausos no van a ser siempre sus compañeros de viaje.
Hoy flaco favor se hace a la infancia en este sentido y la televisión flaco favor también se hace a sí misma porque aunque sus índices digan lo contrario, cada vez es más nefasta, más inmoral y menos real al mostrar fenómenos efímeros de los que luego no vuelve a preocuparse.
Con los niños, puede ser muy rotundo afirmarlo pero las hemerotecas pueden demostrarlo, la televisión es la que construye niños ídolo y la vida luego es quién se encarga de tirarlos contra el suelo.
Es cuando menos importante que al menos, cuando veamos uno de estos programas shows de talentos infantiles, pensemos en ello.