Parábola para preparar la Cuaresma
«Id y aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios» (Mat. 9,13)
Era un joven de corazón despierto, con una historia, seguramente, muy parecida a la vuestra: estudios, fines de semana, amigos, botellón, broncas con lo padres, moto, amoríos, redes sociales…
No le gustaba para nada, y ya entramos en el meollo del relato, el tiempo de Cuaresma.
Recordaba cómo, de niño, la profesora de Religión les entregaba una cuartilla en la que debían escribir sus propósitos cuaresmales. («Para qué, se decía él, si nunca llego a cumplirlos»).
Después, con el transcurrir de los años, la operación había seguido repitiéndose. El catequista, el párroco o el encargado vocacional seguían «erre que erre» con el ayuno, la limosna y la oración… (Y él pensaba: «Con lo que a mí me gusta la comida…si estoy hecho un toro…¿ Y la limosna? Si con la paga semanal que me entregan mis padres apenas llego al viernes…Y en cuanto a la oración, eso de encerrarme en mi cuarto, no lo entiendo muy bien, pues siempre me despisto y acabo haciendo otras cosas) Un día, al inicio de Cuaresma, mientras se encontraba en una celebración (probablemente como vosotros ahora) creyó oír la voz de Dios (no me digáis cómo fue, ya os he dicho que era un joven de corazón despierto, requisito indispensable para escuchar al Maestro), pues se percató rápidamente de que no se trataba de la voz del encargado de la oración(éste les estaba leyendo el capítulo 6 de San mateo: ese que cuenta lo del ayuno y la limosna…Bueno, en otro momento le podéis echar una ojeada).
El caso es que el joven salió de la celebración radiante…Sus compañeros empezaron a notar algo raro en él.
Dejó de dar importancia a las marcas (y eso que le encantaba vestir a la última); cambió tantísimas horas de moto y de Internet por la compañía de mucha gente (menudo corte se llevó su mejor amigo cuando le vio jugando a las cartas con un anciano en el banco del parque).
Seguía saliendo de fiesta, de botellón, pero sustituyó la resaca del día después por una mañana de pesca o de deporte con alguno de sus amigos (bueno, una aclaración, amigos y otros muchos a los que a casi nadie caían bien).
También dejó a un lado (y mira que no se los quitaba ni para comer) los cascos y tan pronto se le veía hablando con el autobusero como con la cajera del súper.
Se quedaba extasiado (nosotros diríamos «ido») contemplando un paisaje o unos niños jugando o la tormenta de una tarde de verano o una noche estrellada…como si estuviera manteniendo una relación muy especial con alguien, con Alguien…
En fin, te estarás preguntando, y con razón, cómo acabó todo, quién es nuestro protagonista y qué nombre tiene y, sobre todo, qué relación tiene su historia con el inicio de la Cuaresma…
Pues bien, te contesto: el final de la historia no está escrito(al menos, si tú no quieres); el nombre lo tienes que poner tú (¿te atreves con el tuyo?)
En cuanto a qué tiene que ver lo que os he contado en este tiempo de gracia, muy sencillo.
Nuestro joven (ya sabes que, si quieres, puedes ser tú): Se atrevió a leer con los ojos de Dios su vida y sus compromisos cuaresmales.
Empezó a ayunar de tantas cosas superfluas que no le dejaban ser tal como él era.
Entendió que la limosna verdadera no tiene por qué cuantificarse sólo en dinero: qué mejor que una hora de compañía, un favor, una sonrisa, un gesto de cariño…
Finalmente, convirtió en oración lo que iba haciendo cada día, descubriendo la voz y la presencia de Dios en los ambientes por los que se movía a diario, las circunstancias que le tocaban vivir y, sobre todo, las personas que Dios ponía en su camino…
Bonito cuento ¿verdad? Pues sí, y seguirá siéndolo si eres capaz de salir hoy de aquí dispuesto a vivirlo en tus propias carnes…
Amiga, amigo, anímate a dar vida a este cuento…
De verdad, te merecerá, y mucho, la pena.