Contemplo, desde mis ochenta años, el catecismo del padre Ripalda y me doy cuenta de la forma tan sencilla que recibíamos una clase de catequesis profunda.
Allí se nos contaba que las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. Luego, se iban desarrollando con palabras a nuestro alcance.
Intentaré ahora contemplar cómo María vivió estas tres virtudes de una forma total; siempre me ayudará a entenderlas mejor.
Empezaré con la fe: como la aceptación de aquello que no vemos, pero creemos como Palabra de Dios.
¿Cómo creo yo que fue la fe de María? Indudablemente total, sin el más pequeño resquicio de duda.
Aunque pienso que, en ocasiones, la vivió desde la más profunda «noche oscura».
San Lucas cuenta que, ante la respuesta inesperada de Jesús, cuando se queda en el templo «para atender las cosas de su Padre«, María elige la solución más dura para ella, pero más acorde con la voluntad de Dios: el silencio y en el silencio «guarda en su corazón» aquello que no entiende.
Siguiendo el Evangelio, podemos ver la cantidad de temas que María irá guardando en su corazón bajo un solo punto de vista, ella es «la esclava del Señor» y ella cumple su voluntad.
María será Madre del Mesías, por obra del Espíritu Santo, y, por ello, será Virgen y Madre.
Lo acepta desde la fe: «Hágase en mi según tu palabra«, le dice al arcángel san Gabriel.
Corre a ver a su prima Isabel, que está embarazada de seis meses, «porque a pesar de su esterilidad, para Dios nada hay imposible«.
Cuando Isabel la recibe como «la Madre su Señor«, María lo acepta y lo guarda en su corazón.
Nace Jesús; es un bebé como todos los demás, nada externamente indica que sea el Mesías anunciado al pueblo judío a través de los profetas.
Sin embargo, vienen unos pastores y lo adoran; Simeón en el templo lo reconoce como el Mesías; unos magos le traen oro, incienso y mirra como «el rey de los judíos»…
En Nazaret será un niño como los demás; cuando crece, empieza a trabajar con José, para sacar la casa adelante.
Luego inicia Jesús su vida pública.
Asiste María a la pasión y muerte de Jesús, abandonado hasta por sus más íntimos colaboradores. Junto a la cruz, Ella está en pie, llena de fe.
Paso ahora a la esperanza:
El catecismo de la Iglesia Católica dice, entre otras cosas, que la esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina.
En este sentido la esperanza en María es plena. Ella se declara «esclava» del Padre, de forma que su voluntad es la del Padre.
Queda la caridad:
Tomaré como base la definición que da S. Pablo en la carta a los Corintios:
«El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
El amor de la Virgen María es paciente:
Podemos preguntarnos cuál sería la postura de María cuando José descubriese su embarazo lleno de misterio.
Pienso que, tanto por parte de José como de María, habría silencio.
María le seguiría tratando con inmenso cariño, con la misma mirada llena de pureza, con su permanente sonrisa.
El amor en María es benigno, bondadoso:
Podemos detenernos en las bodas de Caná.
María ayudaría en todo lo que fuera necesario para que todo saliera bien.
Descubre que falta el vino y acude a Jesús para hacerle ver la necesidad de los novios.
Jesús se resiste, aún no ha llegado su hora, pero María, movida por la bondad, manda a los criados que hagan lo que su Hijo les diga, y unos seiscientos litros de agua se transforman en un excelente vino.
El amor no tiene envidia, como es la tristeza ante el bien ajeno:
Este pecado capital no puede tener cabida en el corazón de María.
Corre a ver a su parienta Isabel, que va a tener un hijo. Se olvida de su embarazo, no se acuerda que es madre del Mesías, sólo piensa que Isabel la necesita y lo hace llena de alegría.
El amor no es egoísta:
Así es el Amor de la Virgen. Cuando Jesús inicia su vida pública, se despide de María y ella lo acepta plenamente.
Seguirá viviendo en Nazaret y trabajando en la casa.
Acompaña en la cruz a su hijo llena de generosidad y Amor.
El Amor no lleva cuentas del mal:
Pienso en María al pie de la cruz. Jesús ha muerto y no era necesario que el Centurión atravesara con su lanza su costado; posiblemente quiere informar a Pilato de su muerte. María le miraría con inmenso cariño; esta había sido la voluntad del Padre.
El amor no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Jesús es la Verdad por excelencia y María encontrará una alegría inmensa junto a su Hijo, junto a momentos de profunda angustia:
¡Que alegría al recibirle, en sus brazos, recién nacido! Y ¡qué tristeza al recoger su cuerpo al pie de la cruz!