Hace una semana celebrábamos la fiesta del Corpus Christi.
Después de llegar al cenit del tiempo pascual con el domingo de Pentecostés, los dos domingos siguientes se presentan como el epílogo de todo lo celebrado desde la Navidad hasta la Pascua: el domingo de la Santísima Trinidad y, seguido a éste, el domingo del Corpus Christi.
Estos domingos son como dos miradas: una dirigida al cielo y otra a la tierra. Primero contemplamos al Dios que se ha revelado a través de la encarnación de su Hijo, quien gracias al triunfo de su resurrección, vive en la plenitud de la gloria junto al Padre y al Espíritu.
Pero, porque la resurrección no supone el apartamiento de Cristo de nuestras vidas, sino el modo de vivir siempre con nosotros, el domingo siguiente, la Iglesia fija su mirada en la Eucaristía para decirnos que Cristo entregado y resucitado, continúa viniendo a nuestras vidas para entrar en comunión con nosotros.
La Eucaristía es un intercambio de ofrendas que termina creando generando una unidad: nosotros nos entregamos a Él y nos unimos a su ofrenda al Padre por la humanidad. Y Él se entrega a nosotros para vivir y actuar por medio nuestro.
Jesús está tanto en el Pan de la Eucaristía como en las vidas de quienes lo reciben. La Eucaristía existe para hacer que nuestras vidas sean vidas eucarísticas: Vidas ofrecidas a Jesús para él prolongue su entrega en nosotros. En esto consiste ser cristiano: en vivir eucarísticamente.
Pero en el camino de nuestra vida, los cristianos no sólo nos llenamos de Jesús –Palabra que guía y Pan que alimenta-, pues a nuestro lado tenemos la compañía materna de la Virgen María. Ella nos sigue y nos acerca a Jesús.
María es el gran don que Jesús nos dio en la cruz junto a su propia vida. Este regalo se hizo realidad cuando al recibir su Espíritu en Pentecostés, nos convertimos en hermanos del Señor y, por tanto, en hijos de su Madre. Ahora, dentro de pocos días, en Almodóvar podremos sentir la cercanía de esta Madre -Virgen del Carmen- cuyo título de patrona nos dice que es madre amorosa de todos.
Desde aquí, quisiera agradecer a las hermandades y todos los fieles que este año han dado lo mejor de sí para que la fiesta de Jesús Eucaristía se celebrara con un impulso renovado. Y me atrevería a pedirle al Señor que, por todo ello, nos regalara la gracia de experimentar el amor que nos tiene la Virgen, pues si «amor con amor se paga» qué mejor amor que el de una Madre.