Blanca flor del Carmelo,
vid en racimo,
celeste claridad,
puro prodigio al ser, a una.
Madre de Dios y Virgen:
¡Virgen fecunda! …
Madre, que florecida
del Enmanuel,
atesoras intacta
la doncellez;
estrella, guía
de los rumbos del mar,
sénos propicia.
Vástago de Jesé,
vara profética
que el Hijo del Altísimo
das en cosecha;
Madre, consiente
que vivamos contigo
ahora y siempre.
Azucena que brotas
Inmaculada
y te yergues señera
entre las zarzas;
devuelve, Virgen
nuestra frágil arcilla
a su alto origen.
Ponnos, jueva Judit,
para la lucha
tu santo Escapulario
como armadura;
con tu vestido
cantaremos victoria
del enemigo.
Bajo noches oscuras
navega el alma,
enciende tú los rayos
de la esperanza,
y sé el lucero
que lleve nuestra nave
segura al puerto.
Señora, desde siempre
los carmelitas
nos tenemos por hijos
de tu familia,
y confiamos
que un día nos acojas
en tu regazo.
María, puerta y llave
del paraíso,
queremos desatarnos
y estar con Cristo;
si tu nos abres,
reinaremos allí
con tu Hijo, ¡Madre! Amén
HIMNO
Oh madre de la luz, señora de los mares,
estrella a quien invoca nuestro esfuerzo rendido,
puebla tú nuestros ojos de luces y cantares,
acalla nuestro grito en tu amor redimido.
Lluvia dulce y fecunda de nubes de promesa
transfigurando savias y trigos de sequía,
mantén entre tus manos nuestra esperanza ilesa
y enjuga nuestro llanto, vid en flor, oh Maria.
Privilegia a tus hijos con tu limpia mirada,
y alcancen nuestros ojos tu distancia de vuelo.
Estrella de los mares, lumbre intacta, empapada
de llanto y sal amargos. ¿Señora del Carmelo!
Amen.
Dónde se halla la felicidad: San Juan de Ávila
Para estos días de fiesta en honor de nuestra Patrona, la Virgen del Carmen, y nuestros Patronos, viene bien recordar dónde encontraron nuestros santos la felicidad de la vida.
Sí, la vida debería ser una fiesta continua.
Para un buen creyente lo es.
Depende dónde buscamos la felicidad: o en cosas, que se terminan; o en cosas que permanecen.
Así escribe nuestro San Juan de Ávila:
«Muchas cosas hay en esta vida en que podamos poner nuestros ojos, pues que tenemos el libre albedrío de Dios para echar la mano a lo uno o a lo otro.
Mas, entre tantas, ¿qué escogeremos?
¿Por ventura placeres, que como humo se pasan y dejan diez tanto dolor que trajeron de alegría?
¿O el estiércol de las riquezas que suele cegar los ojos de quien las posee, y hacen ser dificultosa la entrada en el cielo?
No hay, señora, que mirar en cosa ninguna de acá, porque, aunque uno las tenga todas, no tiene sino afligimiento de espíritu y embarazo para caminar, y vanidad de vanidades y todo vanidad.
Por tanto, es bienaventurado quien aparta sus ojos de lo que tan presto se ha de pasar y los pone en lo que nunca se acaba, donde los placeres son verdaderos, por ser tomados en la verdad, que es Dios; y la riqueza es muy cierta, pues consiste en tener al que sólo basta para hacer rico con bienaventuranza inestimable al que a Él posee…» ( Carta 25)
Y en otra carta, nuestro Doctor explica dónde encontrar la felicidad: en un amor vivo y total a Cristo. No en unas prácticas religiosas rutinariamente hechas, sino en un enamoramiento real y total de Cristo vivo y viviente en nuestro ser y vida.
Así dice San Juan de Ávila:
«Cierto, quien de tu amor se mantiene no morirá de hambre, no sentirá desnudez, no echará de menos cuanto en el mundo hay, porque, poseyendo a Dios por el amor, no le falta cosa que buena sea…
Quiero decir, cómo los que aman a Dios, en las injurias no sienten injurias; en el hambre están hartos; desechados del mundo, no se afligen; tentados del fuego carnal, no se queman; hollados, están en pie; parecen pobres, y están ricos; feos, y son hermosos; extranjeros, y son ciudadanos; acá no conocidos, y muy familiares a Dios. Todo esto y más hace el noble amor de Jesucristo en el corazón donde se aposenta…
Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios. Tengamos todas las cosas por estiércol por ganar la perla preciosa que es Cristo» (Carta 64)
Y en el libro «Audi Fila» nuestro Santo afirma que el fundamento de toda nuestra vida y de todo nuestro ser es Dios y que Él nos da todo: nos conserva en el ser y vivir y es nuestro mayor bienhechor:
«Sabed, pues ahondar bien en el ser y fuerzas que tenéis y no paréis hasta llegar al fundamento primero que, como firmísimo e indeficiente y no fundado sobre otro más fundamento de todos, os sustenta que no caigáis en el pozo profundo de la nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os tiene y esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en pie y confesad con David: Tú, Señor, me hiciste, y pusiste tu mano sobre mí (Sal 138,5)…Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amadle como a continuo bienhechor vuestro y conservador de él, y decidle con corazón y con lengua: «Gloria sea a ti para siempre, poderosa virtud, en la cual me sustento. No tengo, Señor, qué buscar fuera de mí, pues estáis vos más intimo a mí que yo a mí mismo»… ( Audi, filia cap.64)
Sobre el tema de la felicidad en Dios tiene nuestro santo Patrono un montón de escritos:
«Y considerad a Dios, que es el ser de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo que vive, y sin Él hay muerte; y fuerza de todo lo que algo puede, y sin Él hay flaqueza; y que es bien entero de todo lo bueno, sin el cual no se puede haber el más pequeño bien de los bienes. Y por esto dice la Escritura:
Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y en vanidad son reputadas delante de Él (Is 40,17). Y en otra parte está escrito: El que piensa que es algo, como sea nada, él se engaña…( Audi, filia ,Cap. 64)
«Alma endiosada» San Juan Bautista de la Concepción
Entre todas las alegrías de este mundo, la gran dicha, el gran gozo interior para nuestro Santo Juan Bautista de la Concepción y para nosotros, es tener y sentir la presencia de Dios en el alma, en el fondo más intimo de nuestro ser. Es difícil expresar con palabras lo que es una realidad divina, él la llama: «alma endiosada».
Así escribe nuestro Patrono:
«Oh Señor de mi alma , Dios y bien de todas las cosas, en quien todo lo criado está en suma perfección, ¿qué será tenerte y qué será carecer de ti? Quiero dejarlo a la consideración de mis hermanos, pues ya les doy ocasión para que lo piensen. Y después de pensado…,mirando en la presencia de este gran Dios los inmensos bienes que de ella nos vienen, si no la sentimos y tenemos, la procuremos y, si la tenemos, la conservemos de suerte que, siéndonos tan necesaria, no nos apartemos de ella …
¿Qué tengo de decir de esta presencia de Dios en el alma? ¿Que está rica? ¿Que está hermosa, fuerte, sana, buena, alegre, etc.? Decid todo lo que quisiereis decir, que todo eso son unas gotillas solamente, destiladas de aquel abismo de bienes. No hay que decir más de una palabra, si sola ésta se entendiera y supiera pesar; y es decir que el alma que te tiene está endiosada, amasada en un ser divino, mezclada en un ser eterno, trocada, vuelta y hecha Dios. Está de suerte que ella a sí propia no se conoce, pues, viéndose de su cosecha criatura baja, se ve por participación del Dios que la tiene y posee grande, rica, hermosa, poderosa y con los bienes del mismo Dios por participación y comunicación…»
Considerar el bien de la presencia de Dios:
Para tener esa dicha de la presencia de Dios continua en el alma y en el cuerpo, es necesario que la persona goce y experimente la alegría, la paz, el bienestar que `proporciona esa presencia y vivencia de que da Dios. Para eso, escribe nuestro Santo:
«Procuraremos resumirlo en una palabra, y es que, si el siervo de Dios con veras desea traer siempre esta continua presencia, lo primero considere de cuánta importancia le sea, según lo que hemos dicho, para que ninguna diligencia que para ello le fuere necesario no le sea dificultoso el hacerla.
Y esto es de mucha consideración. Así como el que desea ser rico primero considera los descansos, bienes y regalos que las riquezas le pueden acarrear si las alcanza, y con esta consideración no hay dificultad que no intente ni trabajo que no abrace…
Yo pienso que es muy ordinario de los que no se quieren cansar en procurar traer esta divina presencia el no considerar los bienes que consigo trae la hermosura de aquella soberana presencia y los seguros que con ella gozará…»
¡Fuera lo que no es Dios!
Para ver y sentir mejor a Dios hay que quitar todo lo que estorba: preocupaciones, cosas, dineros, angustias, tristezas… «
Pues habiendo considerado los frutos y bienes que un alma puede tener con tal compañía, nada, en orden a eso, se le hará dificultoso por gozar tanto bien. Pues tras esta consideración ha de procurar desembarazarse y limpiarse… Y así no trato yo ahora de la limpieza de conciencia en orden a pecados, sino en orden a otras cosas que pueden impedir esta presencia con particular grado de unión. Y así digo que se limpie de cualquier género de pensamientos y cuidados, por pequeños que sean…
Llano es que si os cae un pelito o polvo en los ojos, por pequeño que sea, que no os dejará ver».
«Sólo yo y sólo Dios»
Nuestro Santo paisano pone como modelo a Jesucristo hombre, desprendido de tantas cosas que pueden distraer la mente y el corazón y que no llenan nuestra hambre casi infinita de felicidad:
«Como quien dice, hablando con Dios: si me consideráis, Señor, como lechuza, ya sabéis que ésta no sale a dar su vuelo hasta que en la obscura noche las demás criaturas duermen y cuando todo está en silencio; y si como pájaro de día solo estoy metido en un agujero, apartado de lo que me puede impedir, y así os pido que vengáis y os dejéis ver, que ya yo os aguardo en el puesto que vos queréis y deseáis para os tener y gozar.
Luego, según esto, mis hermanos, no pido yo mucho en pedir la soledad, de suerte que cada uno de nosotros diga con veras: «sólo yo y sólo Dios»…Miremos toda la vida de Cristo y lo veremos bien claro. Hácese hombre y escoge una madre pobre, a quien las riquezas ni haberes de la tierra no la podrían divertir de aquel sumo bien que en sus entrañas tenía. Nace, y nace en un pesebre…Cuando muere, muere desnudo en una cruz para que nada haya que nos lleve los ojos, sino el crucificado Jesús…»
El cuidado de las cosas de la tierra:
«Pues ¿qué, si bien considerásemos los daños que consigo traen el cuidado y presencia de las cosas de acá y con cuántas veras las aborreceríamos? … Pues esto es así, mis hermanos, zanjemos el camino, no pase gente; despedreguemos y limpiemos nuestra alma de las cosas más pequeñitas, hagamos lo que hacen los pastores en los campos donde hay grandes espinos para que den lugar a que entre la ovejuela a pacer la yerba: que les pegan fuego y limpian el monte. Si queremos que nuestra alma goce en el entendimiento de consideraciones divinas y en la voluntad de afectos amorosos, peguemos fuego a estos cuidados de suerte que el alma quede pura y limpia para lo que Dios pusiere en ella.
¡Oh buen Dios mío, y qué es ver correr un río cuando no topa estorbos donde detenerse, con qué cuidado y velocidad va hasta llegar a su paradero!
Pero si topa hondos o alturas do se detenga, allí se para el agua, y agua detenida ya se sabe que no es muy buena; allí se rebalsa y llega estiércol… Así digo yo que esta alma que con veras pretende esta amistad ha de estar del todo desembarazada, pura y limpia del más pequeño y menudo polvo que se pueda imaginar de los cuidados de la tierra, sean cuan justos y lícitos quisieren…»
Tomo II : «La continua presencia de Dios»