Al celebrar el segundo aniversario de la declaración de Doctor de nuestro paisano y Patrón Juan de Ávila, ofrecemos escritos suyos para nuestra reflexión y aprovechamiento espiritual.
Es tema de la fe es la vida fundamental de cada cristiano. Es un don de Dios, por el que vemos y pensamos nuestra existencia, con todos sus avatares, con unos ojos nuevos, los de la fe.
Así escribe nuestro Santo:
«Este don pone Dios en sus grandes amigos y en aquellos que saben aprovecharse de él, como fue un Abraham, de quien dice el apóstol:
Contra toda esperanza creyó, que llegaría a ser padre de una muchedumbre de gentes. (Rom.4, 18), como fue un Daniel, de quien la Escritura dice: Fue sacado Daniel del foso…porque había creído en su Dios. (Dan.6, 23)…
De éstos son aquellos que, no haciendo caso de cuanto ven, sino que, teniéndolo por fantasmas y por cosa de burla, ponen los ojos en lo que no ven; confían más en lo que les enseña la sabiduría de Dios que en lo que les enseñan sus propios ojos y perciben con sus sentidos; conciben más alegría con lo que Dios les promete de futuro que con las niñerías que el mundo les ofrece de presente; y así, con esta esperanza y con esta fe sustentados, salen vencedores de todo lo de acá.
De éstos dice San Juan: Todo el engendrado de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? ( 1 Jn 5,4-5)
Todos los que creen, dice que vencen al mundo: habla de lo que creen con fe viva, con fe firme y constante, tan certificados en ella que todos los trabajos y todas las adversidades no son parte para desconsolarlos, ni todas las tentaciones y disfavores, para hacerlos desmayar; sino que dicen con el Apóstol:
En virtud de la fe hemos obtenido también el acceso a esta gracia en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza y la gloria de los hijos de Dios. Y no solo esto, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones…, la esperanza no será confundida porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones: (Rom.5,2-5)
Tal fe, como ésta, es digna es de grandísimas alabanzas, pues tan ilustres hace a los que la tienen y tales victorias les concede…
No sabe esta fe estar ociosa ni parada; antes anda siempre solícita y vigilante en contentar al Señor a quien ama; en dar muestras de lo que ella tiene en Dios y lo que en este caso siente, y de lo que Dios tiene en ella. Los que la tienen son de aquellos que, todas sus obras, todas sus palabras, todos sus cuidados y pensamientos los enderezan en aquel Señor a quien tienen dedicados sus corazones».
San Juan de Ávila: Lecciones sobre la epístola a los Gálatas
La fe, dice nuestro Santo, requiere tener oídos internos para escuchar a Dios.
En el bautismo recibimos un oír nuevo, un vida nueva, que debe desarrollarse a través de la oración diaria e íntima y las buenas obras.
Leamos lo que dice nuestro Patrono:
«Porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro. Ni nos basta que, cuando fuimos bautizados, nos metiese el sacerdote el dedo en los oídos, diciendo, que fuesen abiertos, si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose en nosotros lo que de los ídolos dice el profeta David: Ojos tienen y no ven; orejas tienen y no oyen (Sal 113,5).
Mas porque algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír y a quién no.
Para lo cual es de notar que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron edificar la torre de la confusión, fue castigada con que, en lugar de un lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbre de lenguajes, con los cuales unos a otros no se entendiesen (cf. Gén 11,9).
En lo cual se nos da a entender que nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra el que los crió, quebrantando con atrevida soberbia su mandamiento, un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia, que tenía uno con otro, y cada uno consigo mismo y con Dios, viviendo en el quieto estado de la inocencia, obedeciendo la parte sensitiva a la racional, y la racional a Dios; y así estaban en paz con él, y se entendían muy bien a sí mismos, y tenían paz uno con otro.
Mas, como se levantaron con desobediencia atrevida contra el Señor de los cielos, fueron castigados, y nosotros en ellos, en que en lugar de un lenguaje, y bueno, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, llenos de tal confusión y tiniebla, que ni convengan unos hombres con otros, ni uno consigo mismo, y menos con Dios.
Y aunque estos lenguajes no tengan orden en sí, pues son el mismo desorden; más, para hablar de ellos, reduzcámoslos al orden y número de tres, que son: lenguaje de mundo, carne y diablo; cuyos oficios, como San Bernardo dice, son: del primero, hablar cosas vanas; del segundo, cosas regaladas; del tercero, cosas malas y amargas.»
San Juan de Ávila. Audi, filia cap. 1,-2-4
El cristiano, el buen creyente, dice San Juan de Ávila, debe estar muy atento para distinguir cuál es el lenguaje mundano y cuál es la palabra viva y sabrosa de Dios. Quien está inmerso en el lenguaje de los «mundanos», vive en otra esfera distinta de la de Dios.
Veamos qué dice nuestro Santo a este respecto:
«Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa.
E así engañado echa atrás sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del aplacimiento del mundo…
Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad, que los hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propia y no sujetándose a la de su Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes presentes, siéndoles dados no para pegarse al corazón en ellos, mas para usar de ellos recibiéndolos y sirviendo con ellos al Señor que los dio.
Éstos son los mundanos tan miserables que de ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo no puede recibir el espíritu de la verdad (Jn. 14,17), porque, si este corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recibir la verdad del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno al otro, que quien de Cristo y de su espíritu quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido…Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmallar al caballero cristiano, alce sus ojos al Señor, y pídale fuerzas, y oiga sus palabras, que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo (Jn 16,33).
Como si dijese: «Antes que yo acá viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo engañoso y desechar lo que en él florece, abrazar lo que él desecha; mas, después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventado nuevos géneros de tormentos y deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el rostro, ya no sólo pareció flaco, pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir, mas aún queda vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que os di y mi fortaleza que os gané, ligeramente lo podéis vencer, sobrepujar y hollar.»
Pues mire el cristiano que como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague, ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante, ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar» .
SAN JUAN DE ÁVILA, Audi, filia [I], cap. 1, 3-5,