Un hecho de la mayor transcendencia en mi vida y en el que pienso poco es el de la necesidad, que tengo, de ser santo.
Parece que la santidad es una llamada que Dios hace a unos pocos escogidos y, por tanto, fuera de mi alcance.
Pero, ¿qué es realmente la santidad?
Pienso que es una vida de tal manera vivida que nos hace disfrutar, durante una eternidad, de la presencia de Dios, inmersos en su Amor, en compañía de un número incontable de personas que alcanzaron la santidad.
San Ignacio de Loyola convence a San Francisco Javier de la necesidad de ser Santo, e ingresa en la Compañía de Jesús, con una frase: «¿De qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?«. San Francisco Javier que tenía por delante un carrera brillante, elige seguir a Jesús plenamente.
Jesús es taxativo en relación con la santidad: «No el que dice ¡Señor, Señor! se salvará, sino el que cumple la voluntad d mi Padre«
Ser santo será cumplir lo que el Padre desea de nosotros.
Me debo plantear qué desea el Padre de mí , cuál es su voluntad, para poderla cumplir; hacer lo que debo hacer y no lo que me apetece.
Una cosa es cierta: cumplir lo que el Padre desea, te produce paz y alegría auténticas, que se encuentran por encima de premios humanos, del dolor, de la enfermedad; es la íntima satisfacción del deber cumplido.
Un maestro de la ley pregunta a Jesús cuál es el mandamiento principal. La respuesta de Jesús es inesperada: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como mi mismo.
Me puedo preguntar si tengo obligación de amar a Dios sobre todas las cosas y por qué.
Tengo claro que mis relaciones con Dios se basan totalmente en la libertad. En cuanto al «por qué» debo amarle sobre todas las cosas, diría que, entre otras razones, es un problema de justicia: Él me ha creado, me ha regalado su Amor. Si soy capaz de amar es porque Él me ha amado primero.
Hay otro hecho cierto: Yo seré el mayor beneficiado de este amar a Dios sobre todas las cosas.
En cuanto a «amar al prójimo» es fruto del amor a Dios. Jesús me pregunta :»¿Cómo dices que amas a Dios al que no ves, si no amas al prójimo al que ves?». Y es que el amor a Dios pasa por el amor al otro, no porque se lo merezca o deje de merecer, sino porque es una condición necesaria de mi amor a Dios.
San Juan de la Cruz nos recuerda que «al final de los tiempos se nos juzgará en el amor«.
San Mateo, en su Evangelio, nos presenta el Juicio final; en él Jesús llamará a los santos «benditos de su Padre, porque lo atendieron cuando tenía hambre y sed; le vistieron estando desnudo, le visitaron enfermo y en la cárcel…»; y todo esto lo hicieron con Él, cuando atendieron a su prójimo.
Jesús se presenta como el Camino hacia el Padre; siguiéndole, acertaré. Satanás le tienta ofreciéndole todas las riquezas de la tierra, sólo tiene que adorarle. Jesús lo rechaza.
Si paso revista a la vida de Jesús, veo que, como Él confiesa, no tiene donde reclinar su cabeza, es enterrado en un sepulcro prestado José de Arimatea le regala, además, la sábana con que lo cubren y el perfume que colocan en su cuerpo.
Un joven rico se acerca a Jesús en busca de santidad y Jesús enumera los mandamientos. El joven los cumple. Jesús le señala entonces la cumbre de la santidad: vender todo lo que tiene, dar el dinero a los pobres y seguirle.
El joven es muy rico y se va triste.
He tenido la suerte de conocer, con cierta profundidad, a monjes y monjas contemplativos, que escucharon la llamada de Jesús y, renunciando a todo, le siguieron. Son personas inmensamente felices, porque habiendo prescindido de todo, son propietarios de todo.
Otro ejemplo de Jesús es la oración, como parte importante de su vida. Inicia su vida pública bautizándose en el Jordán y retirándose a orar en el desierto.
Antes de realizar un milagro, se dirige al Padre.
Los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar y Jesús nos regala el Padrenuestro.
En un momento trascendental de su vida, Jesús, momentos antes de su Pasión y Muerte, ora varias horas en el Huerto de los Olivos; allí suda sangre, pero acepta la voluntad del Padre.
Abrahán tiene como base de santidad la obediencia. Sale de la casa de su padre, abandona a su familia para dirigirse a la tierra que el Señor le promete. No duda en ofrecer a su único hijo en sacrificio cuando Dios se lo pide.
La Virgen María alcanza su santidad cumpliendo plenamente la voluntad del Padre. Acepta ser Madre del Mesías cuando el Arcángel San Gabriel le hace ver que éste es el deseo Dios; escucha a Simeón que una espada le atravesaría el alma. Cuando Jesús se queda en el templo, guarda en su corazón aquello que no entiende. Vive con Jesús plenamente su Pasión, lo que le hace Corredentora.
El hecho de vivir en una residencia, a lo largo de doce años, ha hecho que haya asistido a un número relativamente elevado de abuelitos y abuelitas, que se han presentado ante el Padre.
Todos ellos son santos, y lo digo con total seguridad, pues he compartido su tiempo.
Indudablemente si este es mi pensamiento, con mucha mayor razón cabe pensar que el Padre, que es infinito Amor, los juzgará con mayor benevolencia.