Adviento«MIRA, ESTOY DE PIE A LA PUERTA Y LLAMO» (Apoc. 3,20)

Venida de Cristo a nuestra vida.¿Cómo prepararse?

Dice nuestro querido S. Juan de Ávila, hablando de la venida de Dios a nosotros, que no hay palabras para explicar lo que produce esa presencia de Dios en nuestra existencia. Hay cosas que no se pueden explicar, porque son tan grandes que no caben en un concepto, porque son experiencia de intimidad. Se trata, pues, de experimentar y no de explicar.

Pues, siguiendo el consejo de nuestro Patrono, hagamos la experiencia de abrir nuestra existencia al misterio de «Dios con nosotros».

«Aquel que está en el cielo adorado de los serafines, Aquel que se encerró en el vientre de la Virgen, Aquel que ha de nacer de aquí a ocho días, quiere venir a cada uno de cuantos estáis aquí. Dios por su misericordia os dé luz para que quede hoy aposentado en vuestras entrañas.

Preparadle, hermanos, vuestras almas, que quiere Dios venir a ellas. Todos los advientos del Señor son admirables. El primer adviento que es venir Dios en carne, ¿quién lo contará? La venida del juicio, venir Dios a juzgar vivos y muertos y a invitar a unos al cielo y a otros al infierno ¿quién os lo podrá contar?¿Quién os contará los favores que hace Dios al hombre a cuya alma viene? ¿Queréis pararos algún rato a pensar esto? Si alguno me ama, dice Jesucristo, guardará mis palabras y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Quiere Dios venir a vosotros y si me preguntáis qué es venir Dios a un alma no creo que os lo sabría decir. Dice San Pablo que los dones de Dios son inenarrables. Pues si esto no se puede contar ¿cómo te sabré decir qué cosa es que Dios viene a morar en un alma?

Probadlo y veréis lo que es. Basta deciros que el huésped que os quiere visitar es Dios. Hermanos, Dios quiere venir a vosotros».

No cabe en nuestros esquemas mentales que Dios Omnipotente, Creador de espacios inmensos, que vive desde siempre…, se ponga incondicionalmente a nuestra puerta llamando, deseando que le abramos para entrar y hacernos felices. Dios es siempre Amor, sin tener en cuenta nuestros despistes, ingratitudes y olvidos.

Así dice nuestro Santo:

Adviento«¿Pensáis que Dios está lejos? A la puerta está llamando.

No es posible que esté tan cerca de mí como decís, porque yo hice tal y tal pecado y lo eché muy lejos de mí y está muy enfadado conmigo.

Yo estoy a la puerta y llamo, dice él. Si alguno me abre, entraré (Ap. 3,20).

¿Pensáis que es Dios como vosotros, que si os hacen algo echáis al prójimo de vuestro amor? Y si os dicen: «Perdona a fulano porque Cristo os perdonó», decís: «No lo nombres delante de mí, si me quieres bien».

Como tú no quieres perdonar, piensas que Dios es también así.

Glorificado seas tú Señor, que eso es lo que más cautiva los corazones de los hombres.

Dice el pecador cuando peca: Vete Señor que no te quiero.

Y Dios se sale de tu casa y se pone a la puerta y está llamando: Ábreme esposa mía, amiga mía, yo me estaré aquí hasta que de compasión salgas a mí y me abras.

No digo mentira en esto, que por compasión nos pide que le abramos.»

A veces lloramos y nos angustiamos por haber perdido un bien de este mundo; sin embargo, hay un bien infinitamente mayor que todo, y para el que estamos hechos, y no sentimos su pérdida.

Hay que limpiar bien el alma para que vea bien.

Así dice nuestro san Juan de Ávila:

«Una palabra para todos los que queráis recibir a Dios esta Pascua. A Dios quiero ¿qué haré?: Si tenéis la casa sucia barredla.

Hermanos cada día pecamos. Si habéis sido flojos en barrer vuestra casa, tomad ahora vuestra escoba, que es vuestra memoria.

Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que habéis dejado de hacer en su servicio, id, confesaos y echad fuera todos vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa. Después de barrida, corra el agua para regarla.

Cuando muere vuestro marido o hijo o perdéis vuestros bienes ¿no lloráis?

AdvientoPobres de nosotros, que, si perdemos unos pocos bienes, no hay quien nos pueda consolar, y que te venga tanto mal como es perder a Dios, que eso hace quien peca, y que tengas el corazón tan de piedra y con tan poca pena.

Y no basta esto, sino que estimas mas el bien que pierdes que cuando pierdes a Dios.

¿Tienes tanta tierra en los caños que van del corazón a los ojos que no deja pasar el agua y porque amas poco a Dios, sientes poco en perderle?

Este tiempo es para los duros de corazón. Cuando Dios se hizo carne, da corazones de carne.

Acercaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, tú que te ablandaste, ablándame a mí el corazón. Y sin ninguna duda os dará Dios agua para que reguéis vuestra casa.»

Cada persona es creada por Dios para que lo busque y lo encuentre. Y Dios ha puesto un hambre casi infinita de felicidad en cada persona. De tal manera que el hombre y la mujer no hallan en las cosas creadas nada que pueda llenar esa hambre.

De ahí que cada persona es un ser insatisfecho hasta que no se encuentra con Dios.

Asi piensa nuestro Santo:

«Hermanos, este que viene es amigo de misericordia, que os halle con misericordia. Sabed que el nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes.

Qué lástima ver que sea Dios poco amado y deseado.

Dice Isaías: de noche te desea mi alma y mis entrañas y por la mañana me levantaré a alabarte (Is 26,9).

No estaré dormido en las vanidades de esta vida.

¡Oh si supiesen los hombres qué sabrosa música y amanecer es para Dios levantarse un hombre de noche a desear a Dios y alabarlo por la mañana!

Una de las mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios.

Dice el Salmo: Me olvidé de comer mi pan (Sal 101,5).

Si estáis hartos de pecados, ¿cómo vais a tener hambre de Dios?»