La soledad es una realidad constante en la vida humana. Siempre hay que contar con ella. A veces se hace constate, persistente y molesta. Hoy estamos muy comunicados por la tecnología y a la vez permanecemos aislados, sin nadie.
La persona de Jesús acompaña toda la vida de Teresa de Jesús. Vivir en esta compañía de Alguien es la oferta de la Doctora Mística para los hombres y mujeres de hoy.
Cristo vivo y presente atraviesa todos los escritos teresianos. La experiencia de la Humanidad de Jesús es la realidad más radical de la Santa de Ávila. Es el camino y la meta de sus aspiraciones. No comprenderíamos su vida y sus obras sin esta experiencia radical.
El manantial de donde brota toda la experiencia teresiana es la humanidad de Cristo. Cristo libro vivo donde se aprenden todas las verdades. Una y otra vez hemos de recordar y beber de esta agua para apagar la sed presente en el corazón humano, sed de experiencia, de Dios, de Cristo.
Sin esta experiencia no comprenderemos a la Santa, no seguiremos sus pasos, no seremos hombres y mujeres de oración.
¡Qué difícil hablar de la oración a una persona que no cree o que su fe es muy débil! ¿Cómo transitar por el camino de la oración sin experimentar la cercanía del Maestro?
Por eso hemos de descubrir al Jesús del Evangelio que ella nos transmite a los que compartimos su carisma de una u otra forma.
Para Teresa, Jesús es el «Libro vivo», el Maestro interior, la Palabra de Dios, el Señor, el modelo de vida («dechado»). Jesús es «la verdad», la hermosura, el agua viva, la fuente viva, el esposo, el amigo, «amigo que nunca falla».
En este sentido de enamoramiento y fascinación por la persona de Jesús, conseguida como gracia, don y regalo, vamos a recordar esta poesía teresiana:
«¡Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis,
y sin dolor, deshacéis
el amor de las criaturas»
«¡Oh nudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males»
(Poesía 3, EDE, p. 1156)
Para Teresa, la vida cristiana es una Persona, la persona de Jesús, la relación y la amistad con el Señor.
«¡Oh Señor del mundo, verdadero Esposo mío! (le podéis vos decir si se os ha enternecido el corazón de verle tal, que no solo queréis mirarle, sino que os holguéis de hablar con él, no oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón, que las tiene él en muy mucho), ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que queréis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro semblante que os habéis consolado conmigo? Pues, ¿cómo, Señor, es posible que os dejan solo los ángeles, y que aun no os consuela vuestro Padre?
Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mí, ¿qué es esto que yo paso por vos?, ¿de qué me quejo? Que ya he vergüenza de que os he visto tal, que quiero pasar, Señor, todos los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por imitaros en algo. Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar» (CV 26,6).
Aquí empieza la aventura cristiana, así nos lo han enseñado los grandes testigos de la Iglesia. Me permito citar unas palabras del Padre Arrupe, señalado testigo de la fe:
«Nada puede importar más que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te has enamorado atrapa tu imaginación y acaba por dejar su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama por la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece enamorado! Todo será de otra manera«
(Citado por JOSÉ EIZAGUIRRE, Una vida sobria, honrada y religiosa, Narcea, Madrid, 2010, p, 11)
«En sintonía con la sensibilidad religiosa y la vivencia de la fe cristiana hoy, la experiencia de Teresa es eminentemente personal y cristocéntrica.
Se realiza toda ella en la mediación insustituible de Jesucristo:
«He visto claro que por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos» (V 22,6).
Lo esencial de la mística teresiana es una percepción de la humanidad glorificada de Cristo como sustento que nos sustenta y vida de nuestra vida (cf. 7 M 2,6), desde su conversión (cf. V 9,1) hasta el descubrimiento de Cristo como libro vivo donde se ven verdades y que «deja impreso lo que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar» (V 26,6).(Para Vos nací, n. 28).
Me parece, intuyo y creo que aquí está la raíz de todo.
Todo lo que no nazca de una experiencia de Cristo se convierte en fuegos artificiales.
Aquí está la raíz para distinguir entre radicalismo evangélico y rigorismo.