Como creyentes, creemos en el momento presente, cada día es único, es un regalo de Dios, es todo lo que tenemos aquí y ahora, y la respuesta a ese regalo es vivirlo agradecidos.
Hay que esforzarse en hacer el ejercicio mental y espiritual de vivir el momento presente. Muchas veces divagamos por el pasado o por el futuro incierto, y pasamos horas, y a veces la vida entera, con lo que fue o con lo que puede ser.
Pero debemos saber que ni lo que fue ni lo que será está en nuestras manos, y por ello tenemos que vivir bien el ahora, el hoy. Hay que decir y sentir: Hoy sufro. Hoy soy feliz. Hoy trabajo. Hoy…
Es lo que dice el mismo Señor en el Evangelio, que no nos preocupemos por el mañana, ya que cada día tiene suficiente con su propio afán.
Vivamos cada día con intensidad y seremos felices. Mañana… Dios dirá, hay que aprovechar el tiempo presente para recibir las gracias que nos da el Señor y para hacer buenas obras.
Si hacemos así, una gran fuente de felicidad inundará nuestra alma, porque viviremos en el hoy, sin descorazonarnos por lo que pasó, ni angustiarnos por lo que puede pasar.
El momento presente encierra un verdadero tesoro de plenitud, alegría y paz que tal vez sólo hemos experimentado en algunas circunstancias excepcionales.
El constante flujo de nuestros pensamientos, imaginando problemas, sueños posibles o imposibles, en ese diálogo interno que ocupa siempre nuestra atención, nos separa de la única y maravillosa experiencia de cada día, de cada momento: vivir plenamente el momento presente.
La palabra de Dios nos dice que vivamos la infancia espiritual, confiados en la providencia divina:
«Como un niño en brazos de su madre acallo y modero mis deseos» (Salmo 130)
Y Jesús nos dijo: vivid el momento presente, el día a día con toda intensidad:
«No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.
Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal (Mat.6,28-34)
Y nuestro Patrono y paisano S. Juan Bautista de la Concepción sobre este tema tiene varios escritos:
«Dime pues, hombre, cuánto tienes en tus manos del tiempo que vives y de la tela que tejes. No tienes más que un instante, y éste es tan escurridizo y resbaladizo que es imposible que le cojas sin que ya se te haya pasado y ido de entre las manos cuando las quieras apretar para echar mano de él.
Y lo demás de tu vida, ¿en quién está? En las manos de Dios. ¿Sabes cuántos años te han dado de que dispongas? No.
Pues ven acá. ¿Cómo empleas la vida? ¿Cómo la gastas en el juego, en el perro y en el caballo? ¿Es paño y color éste de tu vida que es bien emplearlo en cosas tan viles? …
¡Oh hermanos míos de mi alma! Y qué bien hacen de reparar en los instantes y más pequeños momentos del tiempo. Lo uno, porque es breve; lo otro, porque es precioso; y también porque si se pasa no tiene otro regreso.
¡Oh buen Dios!, y qué a la letra es esto. Dale Dios a un hombre 50 años -supongo que sean 50 años- y que se los da Dios como bolos inhiestos, y le dice que por cada día que se pasare le dará grandes premios, gastándolo y derribándolo en buen juego, y que le advierte que acabados de pasar esos 50 años ya no hay más vida, mi más juego, ni más ganancia.
¡Oh, triste cosa que siendo tan pocos los días y tan pocos los bolos, consienta yo que me los derriben y gasten los extraños y me los derribe y lleve el viento! (Tomo III pag. 1057)
2.– Valor del momento presente:
El tiempo que el hombre desperdicia y desestima es el presente.
El tiempo de que tiene hambre es el venidero, porque en aprovecharse del tiempo es el hombre como el goloso, que no estima los platos que tiene en la mesa, ni los come, ni los goza, antes los desperdicia envidiando lo que en la plaza venden y él no puede comprar…
Yo quiero concederte que el tiempo por venir será mejor que el presente.
Ahora preguntóte yo: si tú tienes hambre ¿será bueno que dejes de comer el pan que tienes en la mesa porque lo venden más blanco en la plaza, sin tener dineros para lo comprar?
¿Será bueno no comer la fruta del invierno por aguardar la del verano, sin saber si se la llevará o helará un aire cierzo? ¿Será bueno andarse un hombre desnudo por no vestirse de negro hasta que vendan el color que él desea?
Dime, hermano, si tú deseas servir a Dios ¿qué tiempo aguardas, que no tienes tú poder para lo comprar el por venir ni sabes si morirás primero? ¿Por qué no matas el hambre de tus deseos si los tienes de agradar a Dios en el tiempo que tienes entre manos?…
¿No es verdadero el adagio que dice que vale más pájaro en mano que veinte volando? ¿Qué hombre hay que deje de vendimiar su viña y aprovechar lo que de ella pudiere porque la uva no sazonó bien? … (Tomo III pag. 1069)
3.- Santificación del tiempo:
Parécenme los años del hombre como sacas y costales sin nada, que Dios da al hombre para que en este mundo y en el discurso de su vida los llenen de lo que quisieren, poniéndoles delante de los ojos diferentes montones así de cosas temporales como de cosas espirituales. Y así veréis que unos cogen humildad, caridad y otras muchas virtudes; otros cogen regalos y gustos, otros juegos y perdición, llenando su saco de tierra y estiércol. (Tomo III, 1087)
Bueno es el tiempo y de grande estima, pero no tiene qué hacer con las labores que en él obra y hace el justo… El tiempo es el que se va y se viene. Lo que en él se labra es lo que importa…
Este consejo nos dio el Espíritu Santo para que aprovechásemos el tiempo cual conviene: (Eclo 4,23) hijo, conserva el tiempo y apártate de lo malo. (Tomo III, 1089)
4.- Valor de todo lo que se hace por amor de Dios:
Verdad es que no es posible menos, sino que el justo ha de gastar tiempo en comer y beber y otros ejercicios necesarios al cuerpo, pero no por eso dejan de tener esos ratos grande valor, porque son como los dineros: que si son de cobre y metal bajo, el sello y armas del rey que se les estampa los hacen valer y que sean precio con que muchas cosas se compran y aprecian.
El justo, como todo cuanto obra lo obra y hace en nombre de Jesucristo, ningún rato de tiempo pierde, según aquello que san Pablo dice: Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo en nombre de Jesucristo: (1ª Cor 10,31 y Col 3,17).