El mes de febrero ha encontrado dos fechas destacables en la fiesta de san Juan Bautista y en el inicio de la Cuaresma. Ambas celebraciones tienen nexos en común. De todos es conocido el ascetismo que desde siempre acompañó la espiritualidad personal de nuestro santo, y también su labor reformadora en la Orden.
Estas dos realidades –ascetismo y reforma- son componentes claros del tiempo de Cuaresma que acabamos de estrenar. El ascetismo nos habla del esfuerzo por la conversión y del ejercicio de la renuncia voluntaria a diversos bienes y gustos, como pedagogía para educar la sensibilidad y ordenar la afectividad.
Damos por descontado que la dinámica ascética rechaza de antemano consentir con todo aquello hace mal al ser humano en sí mismo, y en su relación con Dios y con los demás. Pero esta dinámica da un paso más: rehúsa el uso y disfrute de algunos bienes que son lícitos, con la intención de educar los sentidos, el gusto y el afecto.
Así, en multitud de formas, el ayuno, la abstinencia, y la renuncia voluntaria se configuran como un método educativo para liberar el «ego» personal, convirtiendo el «yo» egolátrico y narcisista, en un «yo» oblativo y servicial.
Junto a este objetivo general, también hay otros: Pretende equilibrar a la persona -«frente al abuso, el no uso»-. Así mismo, intenta liberar al sujeto de apegos que le impiden ser totalmente libre. En otro sentido, prescindir de un bien ayuda a valorar ese bien y agradecer la Mano que lo regala cotidianamente. Finalmente, esta dinámica sitúa a la persona en solidaridad y en cercanía empática con quienes carecen forzosamente de los bienes de los que ella se separa, animándola a compartirlos quienes no los tienen.
El ascetismo, así como la penitencia, son prácticas propias de la espiritualidad y el obrar cuaresmal cuyo valor no reside tanto en la práctica en sí, como en la finalidad educativa que poseen. En cuaresma, un cristiano busca reformar su vida de seguimiento, convertirse y perfeccionarse. En este horizonte es donde encuentran sentido estas prácticas cuaresmales.
Estos medios, unidos a la oración y a la práctica de la caridad, constituyen todo un programa para mejorar y perfeccionar la vida cristiana. Además de los santos, miles de cristianos de ayer y de hoy, los han ejercitado conscientes de que para conseguir un fin no basta con la buena intención, sino que hay que trabajarse para lograrlo.
Después cada uno verá cuáles son los medios que más pueden ayudarle para conseguir el fin que nos propone la Cuaresma: morir con Cristo a todo lo que nos desdibuja, y participar de la vida nueva de su resurrección.