Si busco los motores de pueden mover nuestras vidas, me quedaría con dos, uno material, el dinero, y otro espiritual, el amor.
El dinero reviste diferentes formas, desde su posesión a tener poder, influencia al menos, sobre los demás. Tiene como base el egoísmo o la soberbia.
El amor exige el desinterés, el dar sin esperar recibir, la preocupación por el bien del otro. No hay que confundirlo con la pasión.
Me gustaría hablar del amor.
¿Dónde puedo encontrar el auténtico amor? En ningún sitio mejor que en la epístola de San Juan, en la que recoge que «Dios es Amor«.
Tendré que acudir a Dios para encontrarme con el Amor.
Antes de continuar con el amor deseo hacer una aclaración sobre el dinero. El dinero no es algo malo en sí, es necesario para vivir: el problema está en que pase a ser el centro de nuestra vida, que vivamos para él.
Jesús bendice a los «pobres de espíritu«, a aquellos que colocan el dinero, la riqueza en justo lugar.
Así lo hace Zaqueo, cuando promete dar la mitad de los bienes a los pobres y restituir cuatro veces lo que había defraudado.
Satanás ofrece a Jesús las riquezas de la tierra si le adora, Jesús le rechaza.
El joven rico se va triste porque prefiere sus bienes a seguir a Jesús.
Pasando al amor, me detendré en Dios, crea el universo movido exclusivamente por el Amor. No necesita nada, es infinitamente feliz, pero desea compartir esa felicidad con nosotros, los hombres.
Jesús nos señala el camino: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Esta primera condición: el amor a Dios sobre todas las cosas, es de mera justicia, todo lo recibimos de Él, es lógico que se lo agradezcamos.
¿Cómo hacerlo? Jesús nos lo indica: amando al prójimo, no porque se lo merezca, sino porque así lo desea el Señor.
Amar de palabra es fácil, solo hay que decirlo, pero el amor se demuestra con hechos.
Amar de palabra es fácil, solo hay que decirlo, pero el amor se demuestra con hechos.
«¿Como dices que amas a Dios al que no ves y no amas al prójimo al que ves?«, nos pregunta Jesús
Encuentro una segunda expresión del amor de Dios en el perdón, que puedo ver recogido en la parábola del hijo pródigo.
Es necesario que reconozca mi pecado y que me levante para ir a buscar el perdón, el Padre me recibirá con los brazos abiertos y celebrará una gran fiesta.
En el padrenuestro se me presenta como condición el perdonar para ser perdonado.
En el corazón no cabe el rencor o el odio hacia el prójimo y el amor de Dios.
Jesús me dice que no hay amor más grande que el que da su vida por el otro.
Muere en la cruz para redimir a la humanidad; no mira si deseamos ser sus amigos o sus enemigos, muere por todos, pues a todos nos ama, así se recoge en la parábola de la «oveja perdida»: no duda en dejar a las noventa y nueve para ir en busca de la perdida.
El Espíritu Santo nos regala hasta el más pequeño sentimiento de amor.
Nos da gracias suficientes para vencer toda tentación, actúa como nuestra conciencia haciéndonos ver el bien y el mal, nos mueve al arrepentimiento y nos ayuda a buscar el perdón del Padre.
María nos acepta como hijos al pie de la cruz, cuando somos el motivo de la muerte de su Hijo. Escucha nuestras oraciones e intercede por nosotros. Nos acompaña en los momentos de dolor y nos recibe cuando acudimos a ella en busca de ayuda.
Todo bebé inspira en nosotros sentimientos de amor.
Nos volvemos niños a su lado, buscamos su sonrisa o su carcajada. Una madre permanece horas al pié de la cama del hijo enfermo, sacrifica horas junto a el, movida por su amor.
En la residencia, en la que ahora me encuentro, abunda el amor.
Hay un matrimonio que ha cumplido los sesenta y cinco años de vida juntos.
Él tiene alzhéimer, ella ha querido quedarse con él en la residencia, están permanentemente juntos, ella está constantemente pendiente de su marido.
Le ayuda con amor en los «talleres de memoria», para buscar la respuesta adecuada que plantea la psicología; vive para él.
Es una residencia relativamente pequeña, en la que todos sus miembros compartimos todos los espacios comunes.
Esto me ha permitido relacionarme con todas las personas que vivimos aquí; es una experiencia profundamente enriquecedora.
Son personas que necesitan cariño, que se mueven por el amor y que lo reciben a manos llenas por parte de las personas que las cuidan.
El trato continuo hace que constituyamos una familia bien avenida, tanto los residentes como las encargadas de muestro bienestar.
¿Cuál es el motor de estas relaciones?
Indudablemente el amor, pues solo el amor es desinteresado y es un regalo que no tiene precio, aunque se dé de forma gratuita.
Una cosa es cierta: el amor lo recibimos del Espíritu Santo.
Dios nos ha amado primero.