Hay días que te levantas con una sensación extraña, casi sin sentido, sin comprender muy bien por qué tienes que responder un día más a esa rutina en la que te ves como dentro de un envoltorio que ni tan siquiera recuerdas si lo elegiste tú.
Tal vez llegas incluso a pensar en que la vida es… cómo lo diría??, algo puñetera por no permitirte vivir como te gustaría quizá?.
Eso es apatía, una apatía que tampoco elegimos pero que la debilidad provocada por la pereza mañanera te hace verlo todo como una pesada losa.
En mi caso lo resuelvo enseguida tomando una buena taza de café sin prisa algo que según mis hijos ven como una adicción porque en verdad es lo que me pone las pilas, pero yo lo veo como un momento de reencuentro conmigo misma mientras huelo y saboreo el dulce amargor del café, un efecto placebo que me ayuda a despertar esa chispa interior que necesito encender para comprender que la vida me ha elegido para hacer lo que debo hacer.
Einstein decía: » Hay dos modos de vivir la vida: Uno es como si no existieran los milagros. El otro es como si todo fuera un milagro «.
Esto es exactamente lo que finalmente se impone tras mi café mañanero del desayuno, un sube y baja necesario que puede parecer un defecto pero que sin embargo me ayuda a comprender que debo vivir un día más con responsabilidad y esfuerzo pero agradecida por la oportunidad de poder seguir construyendo mi vida.
Y esta es la cuestión.
Podemos quemar nuestras naves interiores creyendo que podemos vivir de otro modo, mucho mejor y más placentero, sin tantos esfuerzos matutinos, sin quizá tanto trabajo y responsabilidad, pero lo cierto es que esa ensoñación paralela y alejada de nuestra cotidianidad tampoco es real porque nadie ha sido capaz de poner medidas idóneas al trabajo y mucho menos al esfuerzo pues sin esfuerzo nada se logra; absolutamente nada, y desde luego si algo dignifica al ser humano es su capacidad para construir sus proyectos y lograr milagros cada día.
Leia en el libro «Los regalos de la Vida» de Myrian Sayalero, del cual por cierto recomiendo ya de paso su lectura, que se puede elegir de qué humor levantarse cada mañana.
» Elijo mirarme en el espejo y sonreir o moverme sonámbula hasta bien entrado el día (…). Hay días que elijo ser feliz como una perdiz y ninguna nube trae tormenta. Hay días que me dejo llevar como el soldadito de plomo, a merced de las corrientes del viento. Porque no siempre se tiene la fuerza de elegir. Hace falta tiempo para darse cuenta del inmenso poder de la elección y más tiempo aún para implantar el hábito de elegir (…).»
Estoy de acuerdo con esto pero también creo que tan importante es elegir y ser conscientes de nuestras elecciones en la vida para afrontarla con madurez y sensatez como ser fieles a nosotros mismos y constantes a pesar de nuestra debilidades y defectos, porque el hecho de levantarse por la mañana pegado durante un pequeño espacio de tiempo a las sabanas de la apatía hasta el punto de hacernos parecer vagos o perezosos, es necesario para despertar con el café y encontrarte de nuevo con aquello que haces día a día, importante y valioso, necesario y generoso, constructivo y mejorable…milagroso, en definitiva.
A pesar de nuestros defectos, de aquello que a menudo se nos presenta como una debilidad frente a la vida y que en cierto modo puede hasta darnos cierto rubor o vergüenza, debemos reaccionar aprovechando esa flaqueza para convertirla en un reencuentro con la virtud.
Y ya que hoy la cosa va de libros, hay un libro que me he propuesto leer en breve.
» Toma un café contigo mismo» de Walter Dresel. Tengo la intuición de que algo de lo que hoy me ha hecho reflexionar tiene su aquel en este libro, pero en cualquier caso y aunque parezca que copio el titulo, yo cada mañana tengo un vicio confesable; me tomo un café conmigo misma y al menos, a mí, me funciona.