Si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás (Rom 10, 9)
Seguramente, la Cuaresma que acabamos de vivir te haya servido para ser un poco más amigo de Jesús, tal vez con algún compromiso, tal vez renunciando a algo, tal vez intensificando tu oración…
Y qué decir del Triduo Pascual, esos días en que uno siente el sufrimiento y la muerte de Jesús por todas partes: en las procesiones, en las parroquias, en las Pascuas juveniles, hasta (esto cada vez menos) en los medios de comunicación…
Sin embargo llegamos al día grande, al Domingo de Resurrección y parece que nos desinflamos…
Amiga, amigo: Jesús ha resucitado. Tienes por delante cincuenta días para cambiar esa cara (alarga la sonrisa de Dios en tu mundo), ese corazón (deja que brote en él la resurrección de Cristo) y en definitiva tu vida (arroja, cuanto más lejos mejor, al hombre viejo y revístete del hombre nuevo, de Jesús resucitado).
Amigo, amiga, empieza por poner la X en la casilla en la que quieres recibir al Señor durante esta Pascua… ¡Adelante!
[Sr. Cartero del Reino, por favor indique con una X el motivo de la devolución:]
_: Ausente. Ya he tenido bastante con la Cuaresma. Ahora necesito unas buenas vacaciones, necesito desconectar, hacer un paréntesis en mi vida de cristiano. ¿El Señor ha resucitado? No, no me lo creo… Además, más vale lo malo conocido que… bueno, ya me entiendes. No estoy para bromas, lo siento, me marcho.
_: Dirección incorrecta. ¿Que el Señor quiere aparecerse vivo, resucitado en mi vida…? ¡Se habrá equivocado! Seguramente se referirá a otra persona: al vecino de arriba o al catequista de mi parroquia o al profe de mi colegio… ¿Pero a mí? ¡No puede ser! Revisa bien la dirección. Jamás nadie se ha fijado en mí y mucho menos, usted comprenderá, lo va a hacer «el Jefe.» ¡No, no puede ser!
_: Desconocido. Pero qué me cuentas, que Jesús quiere hacerse presente en mi vida, que ha resucitado por mí y quiere caminar a mi lado… Mira, no sé ni de qué ni de quién me hablas; además, estoy muy bien como estoy, prefiero seguir siendo en este asunto un extraño, un forastero… Lo siento pero eso que me cuentas no es para mí.
_: Rehusado. Mira, vete por donde has venido, no me compliques más la vida. Yo no me he metido contigo, por lo tanto tú sigue a lo tuyo… Ah, y eso de que Jesús ha resucitado, primero no me lo creo y segundo, y lo más importante, me da exactamente igual.
_: Presente. ¡Aquí estoy, Señor! Sabía que no me ibas a fallar. Te siento vivo en mi hogar, en mi trabajo, entre mi gente…, en mi corazón. Sí, Señor, sí, la promesa de la resurrección, como se piensa desgraciadamente tanta gente, no es «un cuento chino.» A partir de este mismo momento voy a testimoniar, con mi vida y mis acciones, que Tú has resucitado, que sigues vivo y presente en nuestro mundo.