Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque nunca acabarán de divertirse.
Bienaventurados los que saben distinguir una montaña de un montículo, los que miran dónde ponen los pies, porque evitan el resbalón y los pisotones atolondrados.
Bienaventurados los que son capaces de trabajar, descansar, dormir y reír… sin pedir excusas, porque son sabios.
Bienaventurados los que saben callarse y escuchar, porque ellos aprenderán cosas nuevas.
Bienaventurados los que son bastante inteligentes para no creerse el ombligo del mundo, porque ellos serán apreciados por quienes les rodean.
Bienaventurados los que piensan antes de obrar y los que oran antes de pensar, porque ellos evitarán bastantes tonterías.
Dichosos seréis sí sabéis admirar una sonrisa y olvidar una mala cara, porque vuestro camino estará lleno de sol.
Dichosos seréis si sabéis callaros y sonreír aún cuando os corten la palabra, os contradigan y os pisen…
Entonces el Evangelio comenzará a entrar en vuestro corazón.
(Rvta. «Misión Joven» )