Hace tiempo que tenía pensado escribir sobre la vorágine del tiempo pero, paradojas que tienen algunas veces las propias cosas, no encontraba tiempo en mi pensamiento para hacerlo. Siempre aparecía una excusa, otra reflexión, otra prioridad…y todas esas veces, lo aparcaba en el montón de las cosas pendientes.
Pero llegó un momento que, casi fue una necesidad hacerlo. No porque fuera lo más importante sino porque todo parecía decírmelo casi a gritos. La gente, los coches, la ciudad, las ocupaciones…en todo podía percibir la prisa, el reloj pegado a la espalda, en definitiva, la tiranía del tiempo.
Últimamente, he podido escuchar a mucha gente cercana decirme la frase “ es que apenas tengo tiempo”: no tengo tiempo para leer, no tengo tiempo para hacer esto o aquello….para luego terminar con un suspiro de resignación a menudo acompañado de un sentimiento de culpa por no hacer algo que “ no tuvo tiempo de hacer”. Y es que, aunque no queramos pensarlo, el tiempo es un tirano que da y quita casi al mismo tiempo. Nos da horas y jornadas por delante con cada amanecer que despertamos, pero del mismo modo nos va quitando vida por vivir. No es una contradicción, es más bien un toma y daca en el que salimos perdiendo contra el tirano porque, cuánto más tiempo nos da, más nos empleamos en ocuparlo y coparlo hasta casi quedar exhaustos. Creemos vivir con intensidad nuestro tiempo con cosas “ importantes” pero en realidad lo que hacemos es consumirlo en aquello que se nos ha dicho o nos hemos convencido a nosotros mismos que era importante.
Lo lamentable de todo esto es que no sabemos vivir de otra manera. Yo misma, sin ir más lejos, no me permito dormir la siesta porque siento que pierdo el tiempo durmiendo cuándo puedo aprovechar “ ese tiempo” en “ muchas otras cosas”. Y como ese ejemplo, hay muchos otros en su haber personal, estoy segura.
Una vida sentado en un sillón contemplando las musarañas, no es vivir. Es apoltronarse, pero tampoco lo es recorrer siempre el mismo espacio físico: del trabajo a casa y de casa al trabajo para comer y dormir y no hacer absolutamente nada más.
Es cierto que tal cual se conciben hoy las cosas, es muy difícil vivir de otra manera que no sea trabajando jornadas que prácticamente copan la mayor parte de las horas. El día tiene veinticuatro horas pero, ¿Quién no ha hecho el cálculo y ha descubierto con estupor que apenas le quedan unas pocas horas para hacer algo más que trabajar?. Casi todos.
Pero no es menos cierto, y en esto debemos ser sinceros, que en la medida que nos vemos con un tiempo muy copado por nuestras ocupaciones profesionales y personales nos vamos abandonando cada vez más hasta caer en un circulo nada virtuoso dónde queda fuera mucho de nosotros mismos; inquietudes, hobbies, amigos, a veces también familia… Y, he aquí dónde la tiranía del tiempo nos hace verdaderamente mella, un mal que nos roba calidad de vida y calidad humana. Lo peor que puede sucedernos.
Vivir al galope, y eso es lo que hacemos la gran mayoría, nos hace posponer a menudo muchas cosas para un tiempo y un momento más propicio pero, muchas veces no llega ese momento porque “no hemos tenido tiempo de volver a pensar en ello” y así sucesivamente con tantas y tantas cosas que deberían inundar nuestra vida pero a las que les hacemos un dique.
Personalmente, me doy cuenta de que estoy en dique para mucha de la gente cercana que conozco y ellas para mí, también. No es que no quiera saber de ellos ni ellos de mí, permanecemos en nuestros respectivos diques porque de las veinticuatro horas que tiene el día y de los muchos días que supuestamente tenemos por delante, ni ellos ni yo, encontramos una hora, un rato para abrir la compuerta del tiempo y emplearlo en preguntarnos como estamos y como nos va la vida.
Triste, pero es así. Y del mismo modo, hacemos con otros aspectos de nuestra vida. Con aquella afición, con nuestras inquietudes…Y esto debe hacernos por lo menos pensar un poco, tomarnos algo de tiempo, valga la redundancia.
Cuántos amigos y conocidos habrán quedado por el camino por “no darnos tiempo” en hacer una llamada de teléfono. Cuántos malos entendidos no habrá por “ no emplear tiempo “ en preguntar. Cuanto no habremos hecho o perdido de la misma manera por dejar para ese mañana lo que hubiéramos podido hacer ayer o quizá hoy…
No sé. A veces, basta un simple minuto para caer en la cuenta de que aunque no seamos dueños del tiempo y este sea un tirano hasta el punto de someternos al más envolvente stress, siempre se puede encontrar un momento para ese “ algo” que debemos hacer a parte de nuestra rutina y múltiples ocupaciones. No es fácil pero nada que requiera un poco de esfuerzo lo es.
Un principio, es querer. Lo siguiente posiblemente sea repasar nuestra escala de prioridades y descubrir si estamos concentrando nuestras energías en lo que debemos o si quizá estamos intentando abarcar más de lo que humanamente podemos permitirnos. A menudo, nos creemos imprescindibles, pero no lo somos. También a veces nos sobrecargamos de responsabilidades, de compromisos… pero de cualquier manera y hagamos como lo hagamos, lo importante es que, en esa escalera que es nuestra vida, seamos capaces en la medida de lo posible de permanecer en el rellano dónde nos gusta vivir con todo lo que queremos, con lo que somos y con nuestro tiempo.
La tiranía del tiempo, con ese reloj siempre acelerado dentro de nosotros marcándonos ritmos, actividad, idas y venidas mientras consumimos los días, nos oprime y esclaviza pero, como a todo tirano, en algún momento se le debe hacer frente. Una hora, un día., cada cuál con su medida, debe “ darse tiempo” para aliviar el dique de las cosas pendientes. O eso, o seguir con la inercia de la prisa del “ no tengo tiempo” y perderlo realmente.
Como en muchas cosas, es una cuestión de elección, pero como bien enseña un pensamiento "El que no se arriesga a Vivir como Piensa, acaba Pensando como Vive…”