Sirva este pequeño extracto de la riqueza infinita que contiene el día de Jueves Santo:
1.- El lavatorio de los pies de los discípulos:
Fue una expresión de amor divino-humano hecho con ternura, humildad y servicio.
“Jesús se levantó de la mesa”, “se quitó el manto”, “echó agua en la jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos”:
El gesto es un servicio que hacían los sirvientes, los esclavos. En este caso, es Dios hombre puesto –desde el amor- a los pies de los hombres.
“Si yo, el Señor y maestro, os lavé los pies; también vosotros os los debéis lavar unos a otros”. “Dichosos vosotros, si ponéis en práctica estas cosas que ya conocéis”
Jesús invita a que nuestro amor se parezca al suyo: en gestos de servicio. Y al mismo tiempo proclama una nueva bienaventuranza: felices los que pasan por la vida sirviendo.
2.- La Eucaristía:
“Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomad, este es mi cuerpo”… “Tomó luego una copa… y bebieron todos de ella, y les dijo: esta es mi sangre de la alianza…”
Como el pan nos alimenta y el vino nos conforta, así, Cristo se queda en la eucaristía para alimentar nuestra hambre infinita y para confortar nuestras debilidades.
Es la mejor manera de quedarse con nosotros todos los días; es el mejor regalo de amor y amistad que nos puede dar: darse a sí mismo y hacerse uno con nuestra vida, con nuestros problemas, con nuestras dificultades, con nuestras alegrías y penas.
Desde esa admiración a tal amor divino hacia nosotros, nacerá en cada creyente un deseo y unos hechos que le llevarán a hacer presente algo de ese amor, a través de sus pequeños gestos y palabras de servicio y cariño a los demás, especialmente los más necesitados.