La teología de la vocación, partiendo del misterio trinitario de Dios, reflexiona también sobre su dimensión eclesial, sacerdotal y mariana. Toda vocación cristiana nace en la Iglesia para el mundo. Pero entre todas, la vocación sacerdotal es de importancia imprescindible. La Virgen María es madre y modelo de todas las vocaciones.
La misma palabra Iglesia significa "convocada", "llamada" por Dios para la misión de servir al mundo. Toda vocación de Dios nace en la Iglesia y en el mundo y es para la Iglesia y el mundo.
En la Iglesia cada vocación es personal y comunitaria, necesaria y relativa. Para que se dé la propia vocación debe existir antes una comunidad eclesial que ayude a descubrirla, creando las condiciones necesarias para que pueda brotar: clima de fe, oración, vida sacramental, comunión en el amor, madurez espiritual, cultura vocacional, disponibilidad…
La Iglesia es madre de vocaciones: las hace nacer, las protege, alimenta, educa y sostiene. Su función es mediadora y pedagógica, debe llamar, no sólo esperar, discernir, formar y enviar. La crisis vocaciones es crisis de "llamados", pero también es crisis de "llamadores", acobardados ante la situación actual.
Una Iglesia está viva cuanto más abundantes y variadas son sus vocaciones: ministerio ordenado, vida monástica y religiosa, laical, institutos seculares, matrimonial, misionera, nuevas formas de vida consagrada, familia…
El misterio ordenado representa la primera modalidad específica de anuncio del Evangelio. Se le debe dar una atención particular, porque esta vocación "hace ser" a la Iglesia, sobre todo, por la celebración de la Eucaristía. Su servicio es ser comunión den la comunidad, y por tanto, debe promover toda vocación y viceversa. Por tanto, el cuidado del Seminario debe ser preocupación de toda la Diócesis, para procurar la formación de los futuros presbíteros y la creación de comunidades eucarísticas plenas.
La Virgen María es el sueño de Dios sobre la criatura, el perfecto modelo vocacional: la libertad de Dios que elige desde la eternidad, pide lo imposible y exige sólo el valor de fiarse. La libertad humana plena que da un SÍ total, fecundo y perenne.