Existen en nuestro entorno personas que, por alguna razón desconocida, se pasan la vida malhumoradas y dispuestas a encararse con todo aquello que no les es de su agrado.
Hace como un mes, estaba paseando a mi perra como acostumbro hacer todas las mañanas.
Al acercarme al kiosco dónde suelo comprar el periódico, una mujer al verme con mi pastora alemana en la puerta me miró con cara de pocos amigos.
Al querer entrar las dos en el pequeño establecimiento, se ve que no era de su agrado la presencia de mi perra en el lugar y comenzó a increparme como si fuera una criatura a la que sintiera la tremenda necesidad de reñirle por un mal comportamiento.
He de decir en honor a la verdad que, la señora, en cierto modo tuvo cierta parte de razón en su regañina. No debí entrar con mi perra en el kiosco, sino dejarla fuera atada a un árbol hasta que yo saliera, pero la confianza que me había otorgado la quiosquera hasta ese momento me había dado licencia para entrar y comprar el periódico sin tener en cuenta que podía ser contraproducente la presencia de mi animal para algunas personas.
Ese día, decidí que para evitar problemas a la quiosquera y por ende evitarme regañinas en el futuro, dejaría a mi perra fuera. Esa fue mi lección aprendida y como tal la acepté. No lo tuve tan fácil con mi estado de ánimo. Durante todo el día y dadas las maneras que utilizó aquella señora conmigo, estuve bastante disgustada y me cambió completamente el buen humor con el que había amanecido.
Antes de escribir estas líneas, muy de mañana, he vuelto a ver a la mencionada señora. Esta vez, no se ha encarado conmigo, pero igualmente encontró a quién regañar. Como quien busca una presa, levantó la vista hacía unos obreros que estaban pintando una fachada.
No alcancé a escucharla, pero por la actitud que adoptaron los obreros desde el andamio, imaginé sin mucho esfuerzo que a ellos también les había tocado las cuerdas hasta desafinarlas como hiciera conmigo.
Fue de esta observación y de mi propia experiencia, dónde empezó a aflorar cierto sentimiento de lástima hacía esa mujer a pesar de todo.
Su actitud ante la vida, irascible y llena de acritud, la hacía parecerse a un papel arrugado lleno de pliegues a ojos del mundo.
Y, recordé precisamente una anécdota que leí hace tiempo del escritor Noel Clarasó.
Decía así:
“ Mi carácter impulsivo, cuándo era niño, me hacía reventar de cólera a la menor provocación.
La mayoría de las veces después de uno de estos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.
Un día, mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón, me entregó una hoja de papel y me dijo:¡ Estrújalo ¡
Asombrado obedecí. Estrujé el papel hasta reducirlo a una bolita entre mis dedos.
Ahora, volvió a decirme, déjalo como estaba antes.
Y así lo intenté. Lo desdoblé pero, por supuesto, no pude dejarlo como estaba.
Por más que traté de alisarlo, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas.
En esto, mi maestro me dijo:
El corazón de las personas es como ese papel…La impresión que en ellos dejas cuándo te dejas llevar por la cólera, será tan difícil de borrar como esas arrugas y pliegues.
De esta manera tan simple aprendí a ser más comprensivo y paciente.
Cuándo siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado, porque la mala impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar…más aún cuándo lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras.
Les confieso que no me es fácil mirar con benevolencia a quienes, en algún momento, me provocaron cierto malestar, pero como bien me ha enseñado D. Tomás, después de una distendida conversación telefónica sobre esta cuestión, debo intentar ser condescendiente y no negar mi mirada a quién camina por la vida de manera tan irascible.
Esta mujer a quién pongo de ejemplo hoy, al final, como digo, me produce lástima y no dejo de lamentar su manera de mirar la vida.
Ignoro qué le mueve o qué ha vivido para caminar de esa manera entre la gente, pero hasta aquello que no es evidente a nuestros ojos, puede dejar entrever una valiosa lección.
Aquellos que por sus actos pareciera que caminan enfadados, nos enseñan a no caminar de la misma manera, a no ser un papel arrugado para nadie ni a reducir los actos de los demás a una bolita de papel, aunque nos mueva guiar o enmendar.
Ciertamente, unos nos enseñamos a otros, pero nunca la intransigencia y la ira habrán de ser los mejores maestros.
Sí lo serán y muy buenos, el buen ejemplo, la benevolencia y la comprensión.
Así pues, evitemos ser “como papel arrugado”.
Seamos, mejor, “una tabula rasa” dónde quien quiera pueda leer en nosotros, y a su vez sirva para seguir escribiendo cosas buenas mientras vivimos.
Creo que la vida, de esta manera, habrá de ser mejor e infinitamente más bonita ¿no creen?