El próximo 10 de diciembre se conmemora el cincuentenario del compositor y organista francés Olivier Messiaen (1908-1992). Nacido en Aviñón, su madre, la poetisa Cécile Sauvage —conocida como “poetisa de la maternidad”- habría anunciado en unos versos la llegada Olivier durante su embarazo: “je souffre d’un lointain musical que j’ignore” (“siento una lejanía musical que desconozco”).
Desde muy pronto, el joven Messiaen ya mostraba dotes prodigiosas e ingresó en el Conservatorio de París a los once años. Allí tuvo a profesores como Marcel Duchamp y Paul Dukas, que le inspiró un inusitado interés por los pájaros, a quien nuestro compositor concedería un puesto de honor en su música. En 1931 fue designado organista de la iglesia de la Santísima Trinidad de París, ocupación que no abandonaría hasta su muerte. El protagonismo del órgano en su obra no tiene parangón en la historia musical, si exceptuamos la figura de Johann Sebastián Bach.
Al estallar la II Guerra Mundial, Olivier es llamado a filas como auxiliar médico y, capturado en Verdún en 1940, hecho prisionero en el campo de concentración de Görlitz. Allí compuso su Cuarteto para el fin de los tiempos, estrenado por un improvisado grupo de instrumentistas (piano, violín, violonchelo y clarinete), ante un auditorio de prisioneros y vigilantes. La pieza se presenta en varios movimientos como las “Loas a la eternidad de Jesucristo” y desprende influencias de textos apocalípticos, como en el titulado “Danza del furor para las siete trompetas”.
A su vuelta a Francia Messiaen accede al cargo de profesor de Armonía y más tarde al de Composición en el Conservatorio de París, mientras vuelve a su puesto de organista en la Santísima Trinidad. Aunque en sus composiciones habita un eclecticismo de tendencias y culturas (la Antigua Grecia, la rítmica hindú o Japón), Olivier insiste en que toda su obra es una inspiración de “los aspectos maravillosos de la fe”.
Una de sus grandes aficiones, los pájaros, invitan a considerarlo como un destacado ornitólogo, además de compositor. Música y pájaros se funden en su obra Catalogue d’oiseaux, donde el músico pretende la imitación al piano del canto de diversas especies. Su amor por la naturaleza culmina en la ópera San Francisco de Asís, cuya vida había despertado la atención de Messiaen.
Otro aspecto central de su composición es el interés por el color -el color musical, naturalmente-, pero ambas nociones conforman en el músico francés un binomio indisoluble, derivado de su sinestesia: “cuando escucho música yo veo colores”.
Su intento de expresar profundas ideas religiosas a través de la música se ve plasmado en algunas de sus obras más notables, como La Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo ó Meditaciones sobre el misterio de la Santísima Trinidad.
La primera de ellas, estrenada en 1969, se articula en catorce movimientos divididos en dos partes simétricas: un recitativo evangélico, dos comentarios o meditaciones, otro recitativo y otros dos comentarios, terminando con un gran coral. Se trata de una especie de oratorio para orquesta de ciento nueve músicos, siete instrumentos solistas y un coro de cien voces.
¡Sobrecogedor!. A parte de textos evangélicos, se incluyen algunos capítulos bíblicos y otros de la Summa teológica de Santo Tomás de Aquino.
La segunda, escrita para órgano solista, presenta una estructura a tres voces donde cada voz representa a una figura de la trinidad: la voz grave es la personificación de Dios Padre (“la eternidad”), la voz media presentaría a Dios Espíritu Santo y la voz aguda (melódica y humana) a Dios Hijo. Su escucha es compleja, pero fruto de una reflexión espiritual -de ahí el título Meditaciones- orientada hacia un momento místico de la música.
Messiaen es uno de los compositores centrales del siglo veinte y su influencia es detectable en muchos resultados de la creación actual. Su pensamiento poético, alejado de la tonalidad y del curso de la tradición occidental, permitió orientar la literatura musical hacia una nueva óptica cromática y poliédrica.
Aún hoy se presenta como un personaje incomprendido, pese al éxito de su recepción. Así lo expresaba el compositor: “Hablo de la fe a gentes que no la tienen, de pájaros a gentes que no los aman, de ritmos a gentes que no los comprenden y de colores sonoros a gentes que no ven nada”