Querido amigo: es muy difícil poder esbozar unas palabras a titulo póstumo, pues me es muy complicado pensar que ya no estás entre nosotros, y que no podamos hablar de “nuestras cosas”, del pueblo de Almodóvar al que querías tanto y tan buenos recuerdos tenias, de esta tierra de Santos y de Castilla, tierra árida y seca, como tú muy bien la llamabas.
La misiva, que hoy te dedico, es un repaso a los recuerdos, de una vida al lado de mi familia; con mi marido, al que tanto querías, me llegaste a decir que era para ti como un hermano más pequeño y con mis hijos a los que Bautizaste, diste la Primera Comunión y no llegaste a casarlos porque tus doloridas y muy cansadas piernas no te permitían estar mucho tiempo de pie y no podías oficiar una misa entera, -como tú dirías- “eso era cosa de la edad”. Y a mi hija, cuando nació, le pusiste tú el nombre en homenaje a esa Gran Santa que tú tanto admirabas, y mencionabas con tanta frecuencia.
Cuando te fuiste de Almodóvar, lo hiciste con una gran tristeza y añoranza, por dejar atrás treinta y tres largos años, de tu vida, en ellos se quedaban tantos recuerdos y tan grandes amistades.
De vez en cuando te gustaba venir a pasar unos días, con nosotros, para ver como estaba el pueblo y poder saludar a los amigos que eran innumerables. La última vez que pisaste Almodóvar fue en la boda de mí hijo, en el año 2005. Amador; has sido para nosotros un gran apoyo en nuestras vidas, un buen amigo, aquí te queremos y te admiramos por que eras una persona con muchos valores y llena de espiritualidad, bondad, sencillez y nobleza, que sabias transmitir una gran enseñanza y sabiduría.
Le pedí al Padre Amador: que me enviase una Semblanza o Historia de su paso por Almodóvar y él muy amablemente me la envió. Cuando leí su escrito me sentí emocionada, en ese momento supe lo mucho que él, quería y amaba el pueblo de Almodóvar del Campo. También fue publicado en el libro de CIMASTER sesenta aniversario, pero creo que éste es el lugar más idóneo para publicarlo. -Sirvan estas sus propias palabras, que pongo a continuación, como recuerdo y despedida-.
Recordando los hemos más relevantesde mi vida en la Muy Antigua, Muy Leal y Muy Afable Ciudad de Almodóvar del Campo
Decían los filósofos de la Grecia clásica que “el tiempo es el médico de todos los males”, es decir, el que alivia o hace olvidar, con su rápido fluir, las penalidades que a todos los mortales nos ofrece la vida. Es el lado positivo del tiempo. Pero encierra en sí mismo también un aspecto negativo y es que las vivencias o experiencias de un tiempo pasado no podemos revivirlas o reexperimentarlas en el presente con la misma intensidad. La vida, en realidad, sólo se vive una vez. Nos sucede lo que decía D. Miguel de Unamuno acerca del “terrible problema del tiempo”: “He llegado a pensar que por nuestro cuerpo van desfilando diversos hombres, hijos de cada día, y que el de hoy se devora al de ayer como el de mañana se devorará al de hoy, quedándose con alguno de sus recuerdos”. Por eso sólo algunos de los recuerdos que quedan en la memoria de este hombre de ayer en Almodóvar son, en lucha contra el tiempo, el tema de estas páginas.
La primera vez que visité Almodóvar fue en el verano de 1951. Era yo entonces un alumno de la Universidad Gregoriana de Roma, donde me encontraba preparando la licenciatura en Filosofía.
Aprovechando las vacaciones veraniegas, todo el mes de septiembre lo pasé en Almodóvar, y lo mismo se repetiría el año siguiente, 1952. ¡Nada menos que el mes de septiembre! El mes de las fiestas religiosas: Virgen del Carmen, y los entonces todavía Beatos Juan de Ávila y Juan Bautista de la Concepción, y de las fiestas civiles con todo el colorido de los encierros y corridas de toros.
Algo que quiero destacar también, ya que aún lo tengo muy grabado en la memoria, fue, durante el trayecto de Puertollano a Almodóvar, la visión verdaderamente fascinante de las primeras estribaciones de Sierra Morena cubiertas de olivos hasta su misma cima. Durante mi larga estancia en Almodóvar estas estribaciones las recorrí varías veces desde la misma cumbre y por los senderillos de las cabras, tanto en dirección este, hasta Puertollano, como en dirección oeste, hasta el puerto de Navalrromo. Y no puedo olvidar tampoco las largas y sosegadas horas de meditación, entre jaras y olivos, aprovechando los tiempos libres de la ajetreada vida de colegio.
Pero mi verdadera vida en Almodóvar comenzaría en el mes de Noviembre de 1954, cuando fui destinado a la comunidad de PP. Carmelitas que el año 1945 prefundaría el inolvidable P. Ludovico acompañado del Hno. Manuel y con tan exiguo bagaje como un perro (Garruza), un gato (Molotof) y diez mil pesetas prestadas por un Banco de Toledo.
Fui a sustituir al P. Celedonio Allende, quien poco después partiría como misionero al Congo, donde ha pasado todo el resto de su vida hasta hace muy poco. Ahora se encuentra en nuestro convento de Arturo Soria en Madrid y con ganas, a pesar de sus años y si dependiera de él, de volver a las misiones.
Así comenzó mi vida de colegio. Componían la Comunidad, además del P. Ludovico, el P. Gonzalo, el P. Salvador y el P. Marcelino. Poco antes había fallecido el P. Rodrigo.
El nuevo Colegio “MAESTRO AVILA Y SANTA TERESA” (CIMASTER) aún no se había terminado de construir, por lo que, aunque ya nos servía de residencia, no estaba todavía habilitado para las clases, que se seguían impartiendo en la ESTACION DE OLIVICULTURA Y ELAIOTECNIA. Fue el curso siguiente 1955-56 cuando se inició la verdadera vida académica en el nuevo Colegio.
Me dediqué fundamentalmente, durante los largos años en que el Bachillerato o Enseñanza Media formé parte de nuestra vida académica, a las asignaturas de Latín y Griego. Y digo fundamentalmente porque también me ocupé de clases para Ingreso en el Bachillerato y posteriormente de diversas asignaturas como Religión, Gramática y Ciencias Sociales (Geografía e Historia). Como eran años de juventud podía uno con todo.
Al margen de las clases, que ya constituían un buen trabajo, estuve al frente del Internado alrededor de veinticinco años, que no suponía una dedicación menor y que, sobre todo, era más delicada.
Fuera de algunos casos muy particulares no tuve dificultades de gran relevancia. Llegamos a tener, cuando más, ciento catorce internos y treinta y tantos mediopensionistas de Puertollano con lo que nos juntábamos para la comida, con los PP. de la Comunidad y la servidumbre de la cocina, unas ciento sesenta personas. Yo comía y cenaba siempre de pié en la cocina, circulando repetidas veces por entre las mesas de los alumnos por si surgía algún problema puntual. Eran los internos los que más trabajo exigían, pues resultaba imprescindible, para que el que quisiera aprovechar el estudio sin excesivas molestias de sus compañeros, estar al cuidado de ellos en los tiempos de estudio que precedían a las clases matutinas como en los que seguían a las vespertinas.
Aunque yo era normalmente el encargado de este menester, así como de acostar y levantar a los internos, tengo que reseñar en justicia que en esta tarea tuve durante varios años la inestimable ayuda del P. Marcelino.
Quiero recodar ahora la incondicional colaboración y entrega en lo que a la vida académica del Colegio se refiere y en primer lugar, a tres excelentes profesores y entrañables personas seglares, ya fallecidos, que desde el mismo inicio del Colegio desempeñaron un papel fundamental en la formación intelectual de nuestros alumnos: D. Valentín Martínez Carvajal, D. Manuel Roldan Illescas y D. Ramón Díaz Murcia. Bastante más tarde se les añadiría, como preparador de los alumnos para el ingreso en el Bachillerato, D. Alejandro Rioja.
Fueron muy numerosos los profesores seglares, licenciados en Ciencias y residentes casi todos en Puertollano, que desfilaron por las aulas de nuestro Colegio, además de otros profesores de otras áreas como Formación del Espíritu Nacional, Educación Física o Dibujo. A todos ellos, aunque sea de forma anónima, mi recuerdo y gratitud. Quiero destacar, sin embargo, de forma nominal a aquellos que más largo tiempo desempeñaron su labor docente en nuestro Colegio, a la vez que eran también catedráticos del Instituto de Puertollano: D. Ramón Peris y su esposa Berta, la Srta. Josefina García de la Santa y D. José Serrano Vivancos.
También fueron numerosos los religiosos Carmelitas que pasaron por nuestras aulas. No es el caso de citar todos los nombres, aunque sí destaco, por su larga convivencia conmigo, además de al P. Salvador, al P. Marcelino Izquierdo, alma, entre otras cosas, del área deportiva del Colegio con no pocos ni pequeños éxitos y al P. Juan Montero, quien habiendo obtenido la licenciatura en Filología Hispánica, fue durante varios años Director Técnico del Colegio. Ambos, y otros muchos, podrán dar testimonio en su paso por Almodóvar de sus experiencias y tareas más importantes, sin duda, que las mías.
Pero no sólo fue el Colegio el ámbito de mis afanes y desvelos. También la Parroquia y otras actividades religiosas (Ejercí el cargo de Prior de la Comunidad durante cuatro trienios 1969-1972, 1972-1975, 1975-1978 y 1984-1987) formaron parte de mi prolongada estancia en Almodóvar. Toda la Comunidad participaba de alguna manera en las tareas parroquiales misas, bautizos, bodas, entierros, confesiones….
Por lo que a mí respecta, destacaría tres áreas que han quedado indeleblemente grabadas en mi memoria:
a) la ADORACIÓN NOCTURNA, a cuyo cargo estuve más de veinte años y de la cual formaban parte también, durante los meses lectivos, los alumnos internos del Colegio de los cursos 5º y 6º de Bachillerato.
b) los FUNERALES, después de la marcha de Almodóvar del P. Gonzalo y siendo párroco todavía el P. Ludovico, que entonces se celebraban al día siguiente del entierro a las once de la mañana, hora del recreo del Colegio, para que yo pudiera cantar la misa de difuntos desde el coro alto de la iglesia, hoy desaparecido, con el inolvidable Fabián Ruiz al teclado de un viejo armonio. ¡Los milagros que hace a veces la buena voluntad¡
c) La ORDEN TERCERA Y LA COFRADIA DEL CARMEN. Fue un apostolado específicamente carmelitano que heredé del P. Ludovico después de su fallecimiento y al que dediqué parte de mi actividad hasta mi salida de Almodóvar el año 1987. Fundamentalmente consistía en la misa sabatina a las nueve de la mañana con una breve homilía mariana y un retiro mensual, retiro que se mantiene en la actualidad atendido por los PP. Carmelitas de Plaza de España de Madrid.
Además de estas tres áreas citadas quiero también dejar constancia de mi atención a la misa 8,30 de la mañana en el monasterio de las Jerónimas de las que fui confesor ordinario durante varios años, y confesor extraordinario de las Carmelitas Descalzas de Ciudad Real. Finalmente, otro recuerdo imborrable es el de los innumerables amigos, muchos de ellos, ya difuntos, y que también aquí resulta imposible enumerarlos a todos. No cabe duda de que en la amistad hay también gradación y distintos niveles. Y como quiera que los amigos más íntimos me conocen de sobra, tampoco hay necesidad de citar nombres, con lo que se evita cualquier tipo de agravio comparativo entre los posibles lectores de estas líneas.
Hay otros muchos detalles de los que no hago referencia alguna, bien porque el paso del tiempo los ha ido desdibujando en mi memoria, o bien porque fueron tan personales que sólo conservan su valor para mi propia intimidad.Y una observación final: Prácticamente TODA MI VIDA ÚTIL la he pasado y se ha desarrollado en Almodóvar, desde los 29 años a los 62 (1954-1987).
Y esta es la razón por la que no debo, ni quiero, ni puedo olvidarme de esta entrañable ciudad del Campo de Calatrava, sino que hago mías las recias palabras del Salmo 136, que los israelitas deportados de Jerusalén lanzaban a los cuatro vientos desde su exilio en Babilonia, palabras que salían del fondo de su alma, como salen ahora de la mía. Ellos las referían a Jerusalén, yo, -claro es- a Almodóvar, pero las palabras son las mismas: “Que se me
paralice la mano derecha, que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti, ALMODOVAR, si no te pongo en la cumbre de mis alegrías”.
Fr. Amador Gil